Recato
Cuando leí en el taller los avances de mi novela sentí que me deshacía, conocí la vergüenza. Algunos de los tramos relataban muy bien escenas cargadas de erotismo. La pareja se entrega y en el detalle está la verosimilitud. La entrega es, desde luego, intensa. El protagonista sabe que no será amado por la heroína, pero la conduce por los supremos goces hacia un universo de descubrimientos.
Imaginé que miles de lectores, incluyendo todos mis conocidos, eran capturados por esa visión de mi imaginación creyendo que el que acaricia y besa el cuerpo de la dama es el autor y no el personaje. Solo Juan levantó la mano para defender cada letra de mi obra en nombre de la libertad de creación y contra la injerencia de una falsa moral que pretendía destruir el arte en aras de las “buenas costumbres”.
“La invención no debe someterse a la ética. El mal debe ser tal en la novela y el deseo ser el deseo con toda su plenitud y sus exactitudes”. Seguí leyendo con la sensación de aquel que suelta por error y para todos sus contactos un video propio de escenas íntimas por el Facebook. Quizás alguien logre imaginar el impacto, el imperativo de morir o desaparecer. Pero Juan cree lo contrario y asume que ni siquiera un video debe someterse a la censura y el filtro malicioso de la opinión ajena.
Lo cierto es que al llegar a casa morigeré las escenas ardientes y me dejé regir por el moralismo de los que creen que la novela debe ser esclava de la virtud. Mis antagonistas se hicieron más “buenos” y el deseo menos deseo.
Hoy me gana el arrepentimiento y por tal razón la maldad ha vuelto al reino de mi narrativa y con ella todo lo que de apetecible, trasgresor o natural hay en la vida. No es que el mal y el deseo tengan el mismo sello, sino que ambos son difíciles de exponer en un universo de censuras y autocensuras.
El protagonista retomó sus lides amatorias con la misma habilidad e intensidad y el antagonista volvió los pasos a su escabrosa manera de ver o intuir la vida. La moral encontró, para su infortunio, la tapa cerrada de mi obra, como lo encontró la entrometida y poco bienvenida verdad histórica. Candado y tranca para ellas, pues en la ficción todo está permitido y todo se define desde la verdad que se pretenda crear. El linde es la imaginación del autor.