Ignorar o sufrir
No me inquieta si el alcance temático de este blog es académico en ocasiones o tan sencillo como una charla entre amigos. No hay la más mínima tentación academicista, son apenas las impresiones que del mundo llegan a su autor.
Si es cultural o no, o si algún necio de mediana iluminación lo considera un blog de autoayuda o si un lector sensato lo aprecia como la opción de explorar otras perspectivas, estará bien. Al decir verdad, poco me importa o poco me debe importar cada una de las apreciaciones que se puedan verter, porque de vertederos está hecha la actividad humana.
Me explico. No habrá nada que hagas, nada, que no tenga como correlato una crítica bien o mal intencionada. Y lo digo ahora, cuando hace algunas horas tuve el privilegio de reunirme con dos poetas mayores y varios literatos jóvenes en una tertulia ávida y provechosa.
En algún momento la charla giró en torno a la crítica y a los escritores que responden a sus críticos y a aquellos que mal o bien se pican y dan la contraria. Es natural que quien escriba literatura sea sensible a lo que se dice o no se dice de su creación. Del silencio general o de la bárbara macheteada pueden tentarlo el nihilismo y la autodestrucción. Ser escritor no es una tarea fácil. Del fracaso a la ruina o el suicidio real o moral hay un paso para quien no haya adquirido el carácter que nos rescata de las tinieblas del ego herido.
Una escritora me dijo alguna vez, con mi poemario en mano, que “hay que ser valiente para publicar” y tenía razón. Lo digo ahora que estoy ad portas de gestionar la edición de una novela que debe ver la luz y que al verla puede quemar sus retinas con la crítica más feroz o la más fiera indiferencia, salvo el mejor parecer de la providencia.
¿Cómo sobrevive un escritor a la avalancha que se monta sobre su autoestima? ¿Cómo sobrevuela sin inmutarse frente a los viles de siempre, aquellos que critican sin talento, prejuzgan o atacan a la mala sin haberle ganado a nadie? Y no faltan los cobardes que se escudan en el anonimato de las redes, pero que en el frente real son víctimas de su propia inepcia, de sus temores o sus complejos.
Por eso ser escritor es un desafío al fracaso, a la ruina moral, al abatimiento que nos ancla o nos destruye, pues siempre estará el otro, el que juzga, el que con ligereza opina y el perverso que encuentra en el filo del machete toda la fuente de su poder. Felizmente, hay en esa fauna quien explora las bondades y ensaya un magisterio noble sobre lo que es necesario mejorar.
En la víspera de publicar una novela sobre un poeta, sobre una musa y una transformación moral kafkiana, esos son los sentimientos que me asaltan, la tentación tenaz del fracaso.
“Ignora, aprende a ignorar lo que digan o no digan de ti o de tu obra”, me aconsejó un poeta ayer tarde ¿Es posible? ¿Existe un magisterio para la fuerza moral? ¿Un prodigio que escude nuestros nervios y hiele nuestra sangre?