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En este post podrán leer otros cinco relatos enviados por los lectores: “La princesa y el espantapájaros”, “Rosas fucsias”, “Paseos urbanos, recuerdos borrados”, “La apoptosis del alma” y “El rostro más dulce”. Disfruten de la lectura…LA PRINCESA Y EL ESPANTAPÁJAROS
¿De que otra forma pudo nacer? Irrefutable era que su nacimiento viniese de la gran mezcla de odios, pues él mismo era un odio. De los pecados de los hombres y de los hechizos de las brujas, de allí surgió él, despertando en el soporte de madera que el granjero le construyo para que las aves no se acercasen a la cosecha.
Lo primero que vio en su precipitado despertar fue la noche; noche poética iluminada de elegante luna en delineado menguante, y estrellas salpicadas en el gran escenario. Descendió del gran soporte desde donde los cuervos le temían desde antes de vivir, su misión siniestra la tenia muy en claro. Al granero se dirigió, de alguna forma sabia que allí se escondía su gran cetro, cetro de verdugo, cetro moldeado a guadaña tirana.
La tierra de los hombres conoció el horror con el demonio de la época. Las calles se mancharon de sangre y las naciones en llamas; tal cual reflejaba la pronunciada hoja de su cuchilla.
El hombre devolvió el golpe justo como su orgullo siempre le dictaba. No obstante, la vil criatura no dejaba de ser temida, y mientras así fuese, su poder jamás le abandonaría.
El demonio de paja moraba en los bosques oscuros que el hombre aun no había destruido, y fue justamente en un bosque oscuro donde él la conoció.
Era aquella una noche tan memorablemente bella como en la que él fue engendrado. Los temibles árboles le abrían paso al modesto lago donde el bordado lila del vestido de la princesa se empapaba de lágrimas.
Ella escucho al ser que caminando atravesaba la espesa maleza del bosque, tal criatura no podía pasar desapercibido en el escabroso terreno.
Ella lo vio a él, y él la vio a ella; él desde el bosque oscuro, ella desde el lago que retrataba a la luna.
El gran encuentro se había susetado, todo enmudeció y la tierra se sumergió en el silencio más atroz de todos. Ni la lluvia que caía sobre las hojas de los árboles podía vencer a aquel titán opuesto al ruido que regia como dictador en la realidad de la extraña pareja.
Sonrisa precaria y siniestra se cernía siempre sobre el rostro de paja del monstruo; ella le proveía de todo el temor que solicitaba para moverse. Las brujas eran las responsables, el embrujo que le dio la vida no era del todo provechoso para el carácter depredador del que había descendido a la tierra a asolarla. Sin temor, él no se podía mover.
La niña le observaba con calma desde el lago de sus penas, lo grotesco del ser que ante ella apareció no le sorprendió, no le era nuevo, no le temía.
No lo comprendió, no lo entendió, era algo totalmente salido del contexto que él conocía. Una criatura humana que no le temía; era atroz, era horrendo, era aterrador.
Pues si bien cumplía con aquellas características a plenitud ante él, no por ello dejaba de ser real. He allí el Némesis del monstruo, todo su poder se fue por los suelos y ya nada quedaba de la temida criatura más que su cuerpo, pues voluntad para la destrucción ya no le quedaba.
Así pues, la poderosa bestia fue derrotada por una mirada, una sola mirada de una niña…sin embargo, la niña conoce su maldición, y sabe que si deja de verle con aquella indiferencia, el poder de la bestia renacerá y la eliminara.
Y allí permanecen, en la frontera entre las penas de la princesa y las sombras del espantapájaros; ambos encerrados en un ciclo eterno y perpetuo, donde ambos perdieron y ambos triunfaron.
Jean Paul Lopez Franco
DNI 44804777
ROSAS FUCSIAS
Hoy recibí las primeras rosas fucsias en mi vida, las primeras rosas que fueron entregadas sin un motivo más especial que no sea solo decir “Te amo”. No fue mi cumpleaños, ni nuestro aniversario, menos una manera de pedir perdón.
Quería sorprenderme y me sorprendió, pero no de la manera que él había planeado. Encontré las rosas antes de que me las diera y no disimulé como otras veces lo hago fingiendo no darme cuenta de lo que está planeando para no malograr su sorpresa. Esta vez quise verificar si era realmente lo que pensaba, los tallos de un ramo de flores, pues con la poca luz en el auto se confundían con espárragos. Entonces abrí la bolsa y miré las rosas más bonitas que he visto en mi vida, me emocioné hasta las lágrimas y le dije: “gracias, son perfectas, me encantan”, y no dejaba de contemplarlas, las rosas fucsias hipnotizaban mis sentidos.
Todas las rosas significan amor, cada color tiene un significado especial, por ejemplo las rosas fucsias significan: tu amor es mi devoción. No creo que mi príncipe haya pensado en eso cuando las escogió, yo creo el efecto mágico fue dármelas de corazón y dio en el blanco pues desde hoy las rosas fucsias son mis favoritas.
Le conté que nunca nadie me había regalado sin un motivo especial, la mayoría de rosas que recibí fue porque la persona que lo enviaba quería mi perdón, nunca pude contemplarlas con amor, como en este caso, a pesar de la belleza de estas flores. Una vez incluso las regalé porque mirarlas evocaba la causa del envío. Sin embargo, recordé que mi mejor amiga en épocas de mocedad me envió en mi cumpleaños unas lindas rosas amarillas, como siempre tan detallista, ella sabía que para ese entonces yo nunca había recibido un ramo de rosas, ella fue la primera que lo hizo.
Fue un gesto muy apreciable pero no fue el único. Con ella compartí la etapa más soñadora de la vida, como cuando el chico con el que fantaseaba me llamó para salir, lo primero que hice es ir corriendo hacia su puerta y tocar como una loca, ella salió asustada y me dijo: “shhh no vuelvas a tocar así porque me matan en mi casa”. Pero cuando le conté lo sucedido, lo que había estado esperando por tanto tiempo cambió de cara y me abrazó y compartió mi felicidad de corazón.
Podría mencionar un sin número de cosas que ella hizo por mí, pero creo que una engloba perfectamente, en épocas no tan felices en mi familia, cuando mi padre estuvo muy mal en el hospital y nuestra familia estaba muy angustiada costeando los gastos, ella vino a mí y me dijo: “ ten esto, es de mucho valor para mí pero sé que será más aún para ti”, ella buscó la forma de ayudarme y no pensó en otra que desprenderse de su preciado anillo.
Mi esposo me pregunta el porqué no seguimos siendo amigas si fuimos como hermanas y no encontraba una respuesta clara, le dije que nos distanciamos poco a poco y ya no volvió a ser lo mismo. Pero a veces creo que fui yo la culpable de todo, encontrando defectos y manías en las personas que más quería, criticándolas sin aceptarlas como eran. Después de algún tiempo lo aprendí, pero fue tarde para recuperar su amistad. Nunca volverá a ser lo mismo.
Hoy ni las rosas fucsias que tengo a mi costado pueden alegrarme al caer en la cuenta de que perdí tus palabras, tus abrazos, tu sonrisa… mi corazón.
Elizabeth Torres
DNI: 40741133
PASEOS URBANOS, RECUERDO BORRADOS
Es un día gris de invierno en la ciudad de Lima. Hace un par de días que no tengo mucho trabajo, todo acá está muy tranquilo, así que caminar un rato es la mejor opción para matar el tiempo.
Busco un bus. Grito: “50 a 28!” y subo. Me doy cuenta que es el mismo que había tomado ayer para regresar a mi casa. Camino con dirección a Larco, me cruzo con un señor muy elegante, el mismo que había visto ayer. “¿Qué extraño?”, pienso pero me distraigo con un blues romántico invernal de Billie Holiday que suena en mi ipod.
Voy sin rumbo alguno, admirando las calles miraflorinas. ¡Que tales calles! Siento como si fuera la primera vez que camino en ellas. Las casas y las ventanas me hacen pensar en lo espectacular que este distrito ha debido de ser antes. Paseo por las transitadas calles de Miraflores y descubro que hay mucha gente para mi gusto, así que decido regresar a Barranco.
Camino por el malecón, entro por la calle de Canal 4 y decido aventurarme por las pequeñas calles escondidas. Ahí es donde encontré algunos de mis recuerdos borrados.
Una casa rosada estilo republicano con 6 ventanales gigantes en el primer y segundo piso. Dos columnas grandes e imponentes en la entrada crean melancolía en mí, la admiro y pienso que cuando la compre tendré que hacer muchas reparaciones. Los minutos pasan y espero que alguien de adentro me vea, tal vez me inviten a pasar.
Aparece un recuerdo medio borroso. Era una noche de verano cuando soñé con esta casa. Yo salía de ella hacia la pequeña terraza que tiene como vista las plantaciones de algodón de mi familia (muy al estilo de Scarlett O`Hara). Mientras tomaba una limonada, salen varias personas corriendo horrorizadas de mi casa; los espíritus de mis antepasados estaban resurgiendo. Ellos estaban haciendo sonar las ventanas y tiraban cosas de un lugar al otro. A mi no me asustaba, mi lugar era en esa casa y nadie me podría sacar de ahí.
Regreso a mí. Sigo frente a esta casa rosada. Es un día gris de invierno limeño. Creo que ya han pasado más de diez minutos mientras estaba perdida en mis recuerdos; entonces pienso: “Debo seguir caminando, ahora con dirección al malecón.” La vista es espectacular. Se puede, ver entre la neblina, desde el Morro Solar hasta La Punta. Por detrás del horizonte aparece la Isla San Lorenzo. Cuando bajo la mirada, veo el Océano Pacífico chocando contra la Costa Verde, la vista es increíble, es ahí cuando vuelvo a un día de agosto de hace unos años.
Eran las cuatro de la tarde, estábamos en la playa y tú me decías lo mucho que me amabas. Era el momento y la situación en la que siempre había querido estar. Mirábamos el mar mientras te contaba que cuando decidimos empezar a salir, había ido a la playa y le había pedido al mar que me mande una ola perfecta para saber si debía entregarte mi corazón. Esa ola llegó apenas abrí los ojos. El resto son recuerdos borrados. Un instante perfecto al que me aferré con todas mis fuerzas. Cuando te quise abrazar me di cuenta que era un día gris de inverno unos cuantos años más tarde, yo estaba en el malecón de Barranco y tu ya habías pasado al olvido.
Derramé unas lágrimas, rechiné los dientes mientras escuchaba a Ella Fitzgerald, quise que estés aquí para compartir ese recuerdo contigo pero el tiempo ha pasado y mi recorrido urbano debe continuar.
No quiero que regreses pero te extraño tanto en mi soledad.
Melissa Tola
DNI 41767418
LA APOPTOSIS DEL ALMA
La sala de espera está semivacía, enfermos confundidos con familiares fusionados en una sola idea, atentos por ahora sólo al final de una historia de jueves, que el reloj se mueva lo suficiente para recibir las recetas de vida, los análisis de duda, los procedimientos de funestos presagios. Quienes luchan contra el ambiente sórdido entablan conversaciones banales, dulzonas; si es posible tratan de recordar pecados ajenos o chismes sin moralejas. A través de la ventana sin cortinas, jaspeada por el polvo y el acúmulo de telaraña en los bordes, se ve caer la llovizna de rumbo azaroso por la ventisca impregnada de humedad; los pacientes la observan sin expresión, pero sus cuerpos la preferirían al ambiente cargado de humores circulantes, de olores de heridas abiertas y de nostalgia por una vida sin enfermedad.
A media tarde entra N. Pasa el examen de las miradas escrutadoras de los demás pacientes sin percatarse, ensimismada en sus meditaciones; su cuerpo se guía solo para acercarse a la secretaria y registrarse, y a pesar de que hay asientos disponibles se recuesta en la pared, cerca a la salida, oteando con frecuencia el pasillo hacia la calle. En eso le sobreviene el dolor. Acostumbrada desde hace meses a su aparición súbita y su camino perezoso y ondulante, nadie que la ve percibe algo en su facies que denote la punzada interior, el extraño indeseable, el precursor del gusano. Antes trataba de controlarlo concentrándose, alucinando su encierro en un campo alambrado, pero la imaginación de la masa podía más que ella y escapaba como una esfera deforme con púas y pus; ahora logra sobreponerse al no tomarlo en cuenta, dejándolo correr, imaginando cómo sería su camino sin él, viuda del dolor con velo rasgado.
El tormento adicional es la pérdida selectiva de memoria de sus días felices, tan escasos en la época de libertad; ya no recuerda la mirada de su madre, los juegos con sus hermanos ni los paseos que cada fin de semana le procuraba su padre en los atardeceres naranja de su infancia; han quedado como puentes oscuros entre las imágenes de las respuestas duras, los agravios de sus compañeros, las miradas de reprobación y las actitudes indiferentes del mundo entero. Tal vez ha sido un mecanismo de defensa para poder soportar mejor el dolor, para que los párpados no deban entornarse frente a mucha luz, para no recordar algo que simplemente la llevaría a la envidia corrosiva. La alternativa, los detritos de sensaciones que amontona en su saco emocional como ropa sucia, ya no pueden causarle estragos en el ánimo.
N. abre los ojos a medias, el dolor se ha aletargado; aprovecha para ver la hora y tomar aire y humedad lejos de su metástasis por el resquicio de la única ventana abierta.
Es su turno. La secretaria pronuncia su nombre y casi no lo reconoce, sin embargo reverbera en sus oídos como los ecos de una explosión en un túnel; sin levantar la cabeza, avanza arrastrando los zapatos en el parquet, esquivando el más leve contacto con los pies de los demás pacientes, que cuales prolongaciones de Escila parecieran intentar obstaculizar su camino. Al abrirse la puerta del consultorio, sus ideas de epitafios retornan como un remolino de letras, incontrolable; el magma de antaño se ha trastocado en cascajo de estiércol, y la alquimia es fútil; la luz blanca y el ruido negro son como los tambores que anuncian el inicio de los pasos, breves y finales, que en el cadalso terminarán de cerrar el capítulo final de esta missa defunctórum que fue su vida.
Rafael Barreda Celis
DNI 07865293
EL ROSTRO MÁS DULCE
Mi tío Néstor es pintor de pincel, paleta, lienzos y caballete. Pinta cuadros que yo no entiendo, pero él me indica que una obra de arte no se entiende sino se siente, se disfruta viéndola, observándola. Lo que sí me gustan son sus retratos. El me dice que es retratista porque con eso se mantiene económicamente.
Un sábado que lo visité lo encontré muy triste. Le pregunté porque estaba triste y me señaló un lienzo que estaba tapado con una manta, luego lo destapó: Era un hermoso cuadro de una señora sentada en un sofá, pero no tenía rostro, sólo una mancha gris y me contó:
“Ella es una tía que tiene casi 90 años. Cuando la conocí quedé impresionado de su belleza a pesar de su edad. Y es por eso que le pedí que posara para hacerle un retrato y ella aceptó inmediatamente. Pero tengo un problema; al tratar de pintar su rostro, éste, me salía con una expresión dura, fría, inexpresiva. La pintaba y la despintaba y me estaba desesperando. Felizmente mi tía tiene una paciencia de santa.
En las sesiones de pintado noté que vivía sola, pero un día escuché una voz masculina en el segundo piso.
-Es mi hijo- me dijo con mucha tristeza y de una forma que no pregunté más”.
-Llévame a la próxima sesión de pintado a lo mejor te doy suerte –le dije-.
Y así fue efectivamente; fuimos un día sábado con todo su equipo de pintado.
Cuando llegamos a la casa, mi tío, tocó el timbre pero nadie contestaba. Al rato se acercó el vigilante particular y preguntó:
¿Usted es el señor Néstor? – Sí- le contestó mi tío. La señora se ha ido al banco a cobrar su pensión, pero me ha dejado la llave para que usted entre y la espere.
Una vez dentro mi tío se dedicó a armar su equipo de pintado y yo, por mi parte, a husmear y me atreví a subir al segundo piso, cuando llegué al pasadizo di un grito de espanto: En una silla de ruedas había un ser humano pequeño, magro, una cara con un mentón desproporcionado y una tez cetrina llena de forúnculos –tendría entre 50 o 60 años.
-¡Hola muchacho!- me dijo con voz tierna, serena y una sonrisa que hizo el milagro de tranquilizarme.
Mi tío, que me había escuchado, subió y también se sorprendió
-Tú debes ser Néstor, el pintor- ¿verdad?.
-Sí, sí, contestó mi tío- disculpa que hayamos subido.
-No te preocupes ustedes son mis parientes. Yo soy tu primo. Lo dijo de tal manera que disipó todo temor entre nosotros.
Pero para sorpresa adicional apareció, como un fantasma, otro hombre vestido de blanco, de la misma edad del de la silla de ruedas, hablando incoherencias y señalando cosas que no existían.
-El también es tu primo- dijo con tristeza.
Mi tío, tratando de sacar conclusiones, preguntó:
-¿Además de ustedes y mi tía viven con alguien más?
-No no…no hay nadie más- contestó el de silla de ruedas.
-¿Qué es esto?- se preguntó mi tío. Una venerable anciana a cargo de un inválido y un posible esquizofrénico. Sólo el amor de esa maravillosa mujer hacía ese milagro.
Mi tío Néstor se transfiguró y bajó corriendo las escaleras, puso su lienzo en el caballete y en forma frenética se puso a pintar de memoria el rostro de nuestra tía. Hasta que completamente agotado y sudoroso, se apartó del cuadro y lo miró muy satisfecho de su obra y dijo entre sollozos:
-Este es el rostro más dulce que he pintado en mi vida-.
Roger Valera Iparraguirre
DNI 25828431