"Compañera", "El papagayo y el mono" y otros cuentos para leer
Disfrutemos hoy de estos interesantes cuentos de nuestros lectoresCOMPAÑERA
Había sido casi una tradición familiar. A su padre siempre le gustó tocar la Guitarra desde su juventud. Luego, sus hermanos mayores también desarrollaron esa curiosidad. Ahora era el turno del menor. Empezó descubriendo los sonidos a su modo , sin conocer un solo acorde,-Aprendió posteriormente para no soltarla más-. No era muy virtuoso. Lo cierto, es que al tocar la guitarra, crear una melodía, ello le permitía expresar poderosamente sus diversos estados de ánimo , Algo que con su voz no era siempre posible. Dicha afición lo hacía sentir feliz , líbre; En aquella casa, cualquier motivo era bueno(Cumpleaños ,reuniones diversas y hasta frente a la TV) para pasar horas junto a ese instrumento único ,mágico especial… Quién sabe, al fin y al cabo innumerables obras maestras se han gestado a partir de una serie de acordes en una guitarra acústica. Para Él, esa guitarra era como una Compañera en efecto, su Mejór amiga no humana. su característico sonido lo habia acompañado durante años .Lo que al principio fue un simple juego, terminó siendo una de las mejores influencias recibidas. La primera vez que aprendió un acorde, (con callos de por medio) Más aún cuando aprendió una canción , para finalmente, dar lugar a su propia creatividad. Fue como si la guitarra cobrase vída. No podía creer lo que ocurría. Ahora le resultó sencillo comprender a aquellos que sostienen que la música es un Lenguaje ,un idioma que te transporta inicialmente a un universo desconocido pero plagado de sorpresas que acaban convirtiéndose en parte de ti . su entorno cercano solía decirle “Tocas muy bien” –humildemente Él consideraba que necesitaba perfeccionar su técnica.- Cada oportunidad era una experiencia nueva, un instante imperecedero ,un momento esperado . Ello implicaba hacer un alto, desconectarse de la rutina y romper con la misma. Al usarla, le era imposible no dejarse envolver por una atmósfera de libertad. Tras pasar tiempo con esa joya de seis cuerdas y de figura particular el stress desaparecía , abriendo camino paulatinamente a una sanidad emocional. Ningún Gadget tecnológico había logrado seducirlo como para acompañar a su compañera de mil batallas. Llegó a ser un hábito tan saludable como una correcta alimentación. La sola presencia de una guitarra en un lugar dice mucho de quienes lo habitan .embellece y enriquece una casa no es un objeto más. Su aspecto simple y complejo le da otro toque a la habitación. En sus palabras, Cuando una cuerda se rompe, influye tanto en la calidad de la guitarra como en el estado anímico de quien la ejecuta por eso, pensaba Él, que a una guitarra acústica hay que tratarla como a una amistad de verdad. ambas son difíciles de hallar y cuando las hallas, quieres conservarlas para siempre. haces todo lo que esté en tus posibilidades para que sea así. A menudo , se preguntaba: “¿Cuándo empezó este vínculo?” Probablemente , mirando a su “Viejo” sorprendido de su capacidad para cambiar rápidamente de acordes. Ni los apagones ni “coches bomba” los privaron de su compañía . al contrario , en esa época se volvió algo recurrente ; el muchacho lo recordaba claramente y estaba marcado prácticamente por el resto de su existencia desde aquél instante a pesar de que en esos días ,lo ignoraba. estaba impresionado de cómo una guitarra había estimulado su capacidad cognitiva hasta su punto máximo ,con mucha perseverancia .Llegó a la conclusión de que no había edad límite para ello. .no pretendía ser un Óscar Avilés o un Silvio Rodríguez, solo disfrutaba ser Él mismo cada vez que pasaba tiempo con su Compañera y lo logró…
Leonardo Denegri.
DNI:44023595
EL PAPAGAYO Y EL MONO
La herrumbre de las bisagras hace chirriar la puerta de los barrotes que se abre y cierra estrepitosamente, cada veinte minutos interminables. Fui arrestado por orden judicial para ser recluido en el patio de una Institución Policial. El jefe “Cafarena Sucia” ordenó se me brinde un trato “especial” por ejercer la docencia en una Institución de Educación Superior no Universitaria de Ayacucho. Retraído y meditabundo pude percibir que los presos, presuntos subversivos, y delincuentes comunes (particularmente narcotraficantes), bajaban de las celdas hacia el patio, para formar filas y contestar al control de orden del vigilante de turno, para volver a subir a la “jaula de hierro”. Entre tanto, en el patio, en un rincón, sobre una silla desvencijada un mono se encontraba atado por la cola mediante una cadena, hacía sus piruetas y sonreía irónicamente; muy cerca estaba también un papagayo de vistoso plumaje, resaltando el rojo, el amarillo y el azul plateado con fondo negro. De pronto, se apareció un joven de blondos cabellos, el movimiento elástico y de mediana estatura, con los ojos inyectados de sangre, odio y repugnancia.. Su trato áspero ahuyentaba a los presos y sus colegas temían su compañía. El testimonio de los presos lo señalaba con el dedo acusador, era el encargado de “hacer hablar” a los reos con “métodos científicos” y contaba para ello la tina, la picana eléctrica, acompañada de música clásica a todo volumen. En cambio los del “S.L.” tenían un hermetismo disciplinado. Al ver a los animales su rostro adusto se iluminó, sus labios se suavizaron en una sonrisa, sacó del maletín que portaba un espejo de marco labrado. Una papaya y cuatro plátanos. El espejo lo puso en el suelo y el papagayo vanidosamente contemplaba su figura reflejada, ladeando coquetamente el pico, prorrumpiendo en diálogo interminable imaginando estar frente al papagayo hembra.
El joven rubicundo peló los plátanos y partió la jugosa papaya para dárselos al mono y al papagayo. Los frutos de la selva saben a gloria cuando nada se ha comido por prohibición. ¡Habla, habla papagaya que la muerte liberadora te espera! El mono trepaba y hacia juegos acrobáticos en los brazos sarmentosos de su dueño, siempre mostrando una sonrisa sardónica, como enseñando a los presos que en los momentos difíciles hay que sonreír también. Engullía él los plátanos con buen agrado mientras que en los vecinos de las celdas, que purgan una sospecha, la sequedad de la boca y el ardor del estómago les producía la desesperanza de no salir de ese lóbrego recinto y la impotencia de no poder demostrar su inocencia.
Uno de los presos decía: ¡Pobre, joven, de cabellos rubios! Piensa él que los animales merecen un mejor trato que los hombres. Otro de los reos comentaba que aquel joven sentía cargos de conciencia después de haber cumplido su función, justificaba su proceder manifestando que lo habían formado así, que no había recibido el afecto de sus padres y que en la escuela superior donde lo habían formado había pasado por humillaciones y torturas similares. Otro informó que en la batida policial habían caído de los chicos “raros”… y que el gringuito había escogido al más apuesto para hacerlo objeto de sodomía, según había expresado el pederasta a su retorno a la celda.
Cae la noche siniestra cubriéndonos con su manto oscuro, el vigilante de turno, un tal Beres, me aconseja pasar la noche sobre el sofá de la sala de la Oficina de Denuncias, pero el olor nauseabundo de la vieja parca de la guadaña, impregnada en ese ambiente, hizo que desistiera dicha gentileza y subí a pernoctar seguro entre los colchones hediondos, las pulgas, los piojos y los olores a amoniaco de aquellos que añoran la libertad.
Gabriel Quispe Montes
28251394
UNA DOSIS DE MUERTE
No hace mucho sufría de insomnio, lograba dormir tres horas seguidas para luego despertarme con cualquier sonido o movimiento; tenía el sueño muy ligero, incluso el zumbido de una mosca volando cerca a mi oreja era suficiente para despertarme aturdido, y hasta mis propios movimientos sonámbulos me despertaban. Busque ayuda en un doctor, quien me receto una pastilla para dormir. Me compre tres tabletas y esa misma noche ingerí tres pastillas en contra de las recomendaciones del doctor, quien solo me receto dos pastillas para dos noches; ni bien ingerí las pastillas me desmaye en mi cama, al día siguiente me desperté descansado y fresco como una lechuga. Estaba feliz con los efectos inmediatos de las pastillas y así seguía ingiriéndolas cada noche hasta que una noche me encontré con las ultimas cuatro pastillas que poseía. << ¿Las acabé tan rápido?-pensé en voz alta-, mañana compraré tres tabletas mas a primera hora>>. Aquella noche, después de tomar las últimas cuatro pastillas, caí adormecido en mi cama y muy rápidamente me quede dormido.
Desperté en la madrugada, como quien despierta luego de cien años .Aun no recuperado de la somnolencia, gire un poco la cabeza y frente a mi se encontraban dos diminutos círculos luminosos, eran dos ojos frente a mi cama, dos ojos animales que no parpadeaban encima de la riel de la cortina, << ¿Qué hace un gato ahí?>>, pensé. No creía lo que veía así que en la oscuridad esforcé los ojos y logre ver, camuflada en las cortinas, unas alas grandes de murciélago; se me helo la sangre y casi petrificado por el miedo trate de levantarme de mi cama lo mas lento posible para no provocar al monstruo alado que me asechaba; me perecía que me estaba moviendo muy lentamente y al tratar de moverme mas rápidamente descubrí que no me podía moverme ,trate de gritar para alertar a algún vecino , pero la voz no me salía, me faltaba el aire. Entonces el monstruo alado descendió de la ventana para erguirse frente a mí. Era un monstruo horrendo, un humanoide con cara de puma que con garganta cavernosa rugía estrepitosamente. Cerré los ojos cuando empezó a acercarse a mí, el olor a sangre y carne chamuscada cada ves era mas intenso conforme iba acercándose, y justo cuando pensé que el corazón se me salía del pecho de tanto latir, de repente el monstruo empezó a contar números al azar con su voz cavernosa, esto me dio curiosidad, así que abrí un poco los ojos; su cuerpo se había desvanecido y solo podía ver una cabeza felina con cabello negro erizado levitando a centímetros de mi contando números al azar. Sumido en el horror volví a cerrar los ojos.
Ensimismado en el miedo no pude percatarme del instante en el que el monstruo dejo de contar, abrí los ojos muy lentamente y note que el monstruo se había ido, supuse que no muy lejos, que quizás se encontraba detrás de mi o en algún lugar de mi cuarto que no alcanzaba a ver. Empecé a orar a dios: “Dios si me proteges ahora te prometo ir a misa todos los domingos, te prometo que dejare de fumar, te prometo…”. Y así orando me quede dormido.
Luego de algunos días desperté en una habitación acostado en una cama con unos aparatos de supervivencia en mi boca y en mi nariz. No lograba recordar nada. Alcance ver a mi madre que ni bien me vio despertar se abalanzó hacia la cama:
-Mi cielo, despertaste. ¡Ay hijo mío, cómo decidiste algo así! .Sabes que nada justifica un suicidio, nada.
GUSTAVO HEBERT CUCHULA GASPAR
DNI: 47271574
RECUERDOS
Quisiera tener 10 años, de aquellos donde aún existía la inocencia de una generación pensante, pasional y alegre, décadas de gloria los 80, no existían celulares, internet, cable, iPod; la cultura del espectáculo estaba en pañales, con mis amigos de barrio salíamos a conquistar parques y los pocos arboles eran nuestros cuarteles de anécdotas, hasta que el hambre nos hacían correr a nuestros hogares donde a mí esperabame una papa a la huancaína con sus tallarines rojos, jugosamente preparados.
cada mes, tenía un juego que desarrollaba nuestra creatividad, así uno para el trompo, las canicas, cometa, cerbatana, honda, bicicleta, patín, todo el año las estampitas para los álbumes, las mañanas de los meses de verano, eran invitación especial para en mi caso; lima, descubrir los museos, así caminantes recorríamos, el de historia natural, apreciando un pez luna inmenso, visitar el antropológico y de historia, respirar e imaginar a los viejos pobladores peruanos que legaron sus telares cromáticos y bellamente dibujados, para de un salto leer; la carta de independencia, ver la cama de Bolívar, la carroza que llevara por el centro al Virrey Amat y su amada Perricholi. Otroras tiempos, en que con ejercicio y curiosidad descubríamos nuestro país y su diversidad.
Jugábamos carnavales respetando a propios y extraños, las chicas si iban acompañadas no se les mojaba, la palomillada tenía su límite, sabíamos cuando frenarnos, las canas se respetaban en todo tiempo y lugar; a las seis de la tarde mi abuelo salía a llamarnos; a cenar!!!!, acudíamos como pollitos a la gallina, nos sentábamos alrededor de aquella mesa familiar, mi madre colocaba los platos principales, mi abuelo viejo patriarca, mi padre segundo al mando, mi abuela , seguido de los chicos que éramos entre los 10 a 13 años.
la conversación familiar, era un intercambio de experiencias, salían también los proyectos inmediatos del fin de semana, mi hermana pedía un paseo a la playa, la otra un paseo por huampani, mi Padre sentenciaba; vamos a Lurín con los abuelos pasaremos un día rural y comeremos chicharrones, decidido estaba, al fin de cuentas cada cual encontraría su distracción, yo cazaría arañas en las hendiduras de aquella casa campestre, mis hermanas saltarían la soga y llamarme a jugar a las escondidas, encontrándolas en vista que no sabían buscar buenos lugares para camuflarse; el atardecer mágica experiencia: infinito espejo del mar peruano irradiaba los rayos de aquel durmiente sol de verano. Al retorno mi madre preparaba una riquísima cena que reponía las fuerzas perdidas de los excursionistas, una jarra de chicha morada con su cubitos de piña, mientras el fogón en la cocina moraveco, hacia sudar esos huesos manzano, y tendones de res que se convertían en un consomé celestial; Mama siempre me guardaba los huesos llenos de tuétano que los absorbía como cañas de refresco, come hijo es bueno para tu cerebro, me decía, bien mama, contestaba, nunca le reprochaba puesto que sabía que si me lo decía es por que tenía razón mi viejita hermosa.
Muchos de los míos ya partieron a ese viaje sin retorno, mi ciudad ha crecido, y ha cambiado a la vez, vivimos muchas más personas que antes; lo bello de todo esto es que mis vivencias y mis antepasados viven siempre como el primer día en que fueron testigos de la existencia de este ser en sus vidas, aquellas enseñanzas a su sana manera de educar valores me han acompañado siempre como el sol de aquel atardecer infinito en el espejo de mis generaciones de ayer de hoy y de mañana eternamente.
Para contárselo a mis hijos y nietos como ayer hoy 2013.
ULISES HUGO POLACK BORGO
DNI 07257233
EL AMOR
Y una vez más lo lanzó al aire:
- ¡¡Yodelei!!
El viento helado de norte llevaba con angustia y tristeza aquellas notas entonadas con emoción en el interior de su frágil cuerpo. Las retenía como un tesoro y las depositaba en lo alto de la montaña vecina. La triste figura cantante esperó pacientemente la respuesta que vendría del otro lado del valle.
Pasaron veinte minutos y la sonrisa se le fue trastocando en una mueca sin vida. Pero eso no fue un impedimento para que siguiera recordando la promesa que le había hecho aquella noche de verano que moría. Podía sentir el calor emanando de aquel joven cuerpo confundiéndose con el suyo. Sentía su voz resonando en su interior y recordando cada palabra que se introducía por todo su ser. Volveré antes de que comience el invierno. Cuando veas los árboles desnudos, cuando el viento del norte empiece a soplar, sabrás que pronto regresaré. ¿Cómo sabré que aún estás ahí? Canta y te responderé. ¿Y si no respondes? ¿Y si es la luna que me hace creer que eres tú? Levantó la mirada con temor al cielo, cruzó miradas con ella y la vio palidecer ante la luz de su hermano. Pregúntale al viento y él te lo dirá. Las dos jóvenes figuras se abrazaron bajo el sol que nacía de nuevo.
Así pasaron los días y se oía siempre un Yodelei al este y otro Yodelei que respondía del oeste. Hasta que por fin terminó el verano y las primeras hojas muertas comenzaron su danza con la brisa ártica. Caían lentamente como plumas de ángeles y se acurrucaban en el suelo, tratando de darse calor las unas a las otras.
- ¡¡Yodelei!!
- ¡¡Yodeleiiiiii!! Respondían al poco rato.
Pronto acabará el otoño, pensó. Le hacía ilusión saber que tan sólo unos días más tendría que soportar la soledad, que era su única compañera. Pero ese día ella le tomaba el brazo, se aferraba con fuerza y determinación. Sentía cómo el otoño pasaba, volaba, se iba, y cómo una blanca presencia estaba por llegar y asentarse en los valles de Engadin. Su promesa flotaba a su alrededor, le daba sostén y expectativa. Pero algo en el aire la condujo hasta su cabaña.
Por la noche los primeros copos de nieve pintaron de tristeza su morada. Se dirigió nuevamente al filo de la montaña y cantó una vez más Yodelei… No hubo respuesta.
Tres días más pasaron y se mantuvo ese silencio de muerte; cuatro días más sin una sola noticia. La blanca amargura se empozaba sobre su cabeza cada vez que esperaba por largas horas, sin la respuesta que su corazón quería escuchar. Cerró los ojos y afinó el oído, por si el viento le traía alguna voz perdida. Nada. Nada. Nada.
El último día de invierno, subió a lo más alto de la montaña y con todas sus fuerzas cantó Yodelei, una y otra vez. Yodelei, yodelei…
Lagrimas acidas rodaron por sus mejillas y con todas sus fuerzas, con su corazón en las manos, cerebro, pulmones y vísceras todas, una vez más cantó ¡¡Yodele, yodele, yodelei!!
La nieve encontró cobijo entre sus cabellos plateados, tan largos como los años que había esperado por su amado. ¿Qué sería de ella sin su promesa? El viento, al no poder convencerla, no la molestó más. Necesitaba escuchar de él que la olvidase, pero nunca lo aceptaría. Y lo que tampoco aceptaría era que sus cantos se dirigían hacia el cementerio en donde dormían, desde hace mucho tiempo, los cuerpos ya sin vida de aquellos valientes que lucharon en la guerra.
Roberto Reffray Vilchez
DNI 40137444