"La amenaza del agujero negro", "El fantasma del geniograma", "La bestia" y otros buenos cuentos
En esta oportunidad unos nuevos cuentos que también serán de su gustoLA AMENAZA DEL AGUJERO NEGRO
En el centro de nuestra galaxia, la lechosa Vía Láctea, muy escondido, el Agujero Negro, despierta como un animal que termina su sueño invernal, con mucha hambre, es un devorador de constelaciones, estrellas, cometas, planetas, lunas y todo cuanto encuentra a su paso. ¿Qué es? ¿quién es? ¿de dónde vino? Nadie lo sabe, solo saben que está allí oculto en la oscuridad.
Todos en la galaxia están conmocionados. Desde el valiente guerrero Orión, hasta la bella Berenice, desde la Gran Osa hasta la pequeña Liebre, desde el Águila hasta el inquieto Cuervo, desde el Delfín hasta el Lagarto, nadie está tranquilo.
Los más conspicuos y sabios guerreros de la galaxia se reunieron para determinar qué estrategia usarán para enfrentar al enemigo advenedizo. Arturo propone que todos envíen sus rayos hacia el enemigo, cegándolo, no soportaría tanta luz y moriría, pero Orión le aclara que ya se hizo en otras galaxias sin éxito.
De repente, el Lince avista en otra galaxia lejana, otro Agujero Negro, ha atrapado a una Supernova. ` ¿Cómo puede ser?´ gritan todos. La Pulchérrima (Hermosísima) y Berenice lloran desconsoladoramente. También los animales están alterados, el Toro muge sin descansar, el Caballo relincha jadeante y el Lobo aúlla. La Paloma zurea, mientras el Tucán salta de un lado a otro, el Ave del paraíso repliega su cola, el Pavo tensa sus alas, el Cisne revolotea y el Gallo canta, tal vez su último canto. En otro extremo la Serpiente sigilosa espera, no será la primera en ser devorada, el Camaleón se ha oscurecido, el Lagarto se ha quedado inmóvil, como si estuviera muerto, ¿podrán engañar al enemigo? El Cangrejo sin quitarle los ojos al agresor espacial retrocede lentamente.
Mientras, ante el Consejo llegan dos visitantes: Materia Negra y su prima, Energía Negra, que no son parientes del Agujero Negro. Materia Negra expone su plan: al no ser distinguida, se le acercará, envolviéndolo con su oscuridad y lo comprimirá. Todos aprobaron la atrevida iniciativa, siempre vivieron al lado de Materia Negra pero nunca la tomaron en cuenta. Ella viajó por varios años luz, llegando en el preciso momento en que el Agujero Negro devoraba un Asteroide, aprovechando la distracción del enemigo, lo envolvió en su oscuridad, parecía que había vencido, cuando gritó angustiada e indefensa. Todos temblorosos e irresolutos miraban como desaparecía, devorada por su verdugo.
Energía Negra no hizo caso a ninguna advertencia, había seguido de cerca a su pariente, era más veloz que ella, en su furia bombardeó al despiadado y ruin agresor causando un colosal estallido cósmico. La brillantez de la luz cegó a todos, luego lograron ver a Energía Negra y por ningún lado al temible enemigo, Sin embargo, Berenice horrorizada vio como detrás de Energía Negra aparecía amenazante el Agujero Negro. Rápidamente atrapó a la joven muchacha que en un acto heroico se inmoló, causando una inimaginable explosión observada a millones de años luz. ¿Sería el sacrificio de la joven muchacha eficaz? ¿Se destruyó al Agujero Negro?
Pasaron muchos años luz en calma, entonces apareció otra vez, parece que la explosión lo aturdió por buen tiempo, esta vez atrapó a una Lucecita que pasaba por su lado y la hizo doblarse hacia él,
Arturo, Orión, sus Canes y todos se prepararon para enfrentarlo. Todos se plantaron frente al depredador espacial, se quedaron mirándolo fijamente sin ningún temor, con sus rostros fieros, entonces el Agujero Negro cambió su rumbo, perdiéndose en la oscuridad.
Han pasado treinta años luz, nadie sabe dónde está el Agujero Negro, ¿por qué cambió su rumbo? ¿tuvo miedo de los valientes guerreros? Es una incertidumbre que solo el futuro podrá explicarlo.
Ricardo Juan Astorga Meneses
DNI : 10103100
EL FANTASMA DEL GENIOGRAMA
Espino infló el pecho y se detuvo frente al espejo antes de llevar el geniograma resuelto para participar en el próximo sorteo. Se miró de cuerpo entero y, una vez más, se sintió imbatible. Espino pertenecía al grupo selecto que no utilizaba enciclopedias ni diccionarios, menos la Internet. Lápiz en mano, descifraba cada acertijo con sobrada experticia y no había sinónimo, personaje, frase oculta, símbolo o clave, que no pudiera resolver. Su mirada hería la sensibilidad de quienes lo rodeaban, incluso la de su hijo, a quien consideraba un chico mediocre, sin sus virtudes intelectuales y quien apenas salvaba los años de escuela con calificaciones impresentables.
Una madrugada despertó presa de un frío intenso. Quiso abrigarse, pero no pudo. Estaba paralizado. Pensó que era un sueño, pero el barullo de los pájaros y de las primeras carretas que se dirigían al mercado, le sugirieron lo contrario: estaba despierto, pero inmóvil. Un grito ahogado en sus propias entrañas comprobó su mudez y su angustia creció. Pronto se dio cuenta de que tampoco estaba en su dormitorio. Reconoció el interior del kiosco de periódicos, pero en dimensiones colosales, como si hubiese despertado en un mundo de gigantes. Una mano enorme lo levantó en vilo y lo puso frente a un rostro picado de viruela que no tardó en reconocer: era Jonás, su más encarnizado rival. Jonás se sentó sobre una banca y puso su atención en la página del geniograma. Espino vio venir un lápiz enorme, una punta-lanza que lo dejaría ensartado como un insecto. Jonás escribió una palabra muy cerca a la posición de Espino, quien al hacer un esfuerzo enorme con el rabillo de los ojos, alcanzó a ver las fotografías de Saddan Hussein y la de Napoleón. Jonás silabeó ambos nombres y de inmediato movió su lápiz con soltura y maestría. Luego dirigió la mirada sobre Espino y lanzó una maldición porque no sabía quien era. Molesto, dobló el periódico y se lo enfundó dentro de un bolsillo profundo y maloliente. Entrada la noche se dirigió al punto de encuentro de los mejores geniogramistas de la ciudad. Buscó a Espino y no lo encontró por ningún lado. Extendió el periódico sobre una mesa y llamó a tres de los mejores para enfrentar el reto. Movían la cabeza de un lado a otro y hacían gestos de desconcierto. Nadie podía identificar a Espino. ¿Acaso no era él mismo a quien todos veían cada noche durante muchos años? ¿Por qué no podían reconocerlo? Jonás, iracundo, lanzó el periódico al tacho de basura. Espino se vio sumergido en una oscuridad absoluta y, sin la menor noción del tiempo, esperó hasta que se hizo la luz y pudo reconocer el lugar donde se encontraba: era su propia casa. Reconoció la lámpara que pendía del techo y el cuadro con la foto de sus abuelos. Hacia el medio día sintió a su hijo volviendo de la escuela y eso lo alegró. El niño pasó por el comedor y le llamó la atención ver el geniograma puesto sobre la mesa. Su curiosidad fue mayor cuando se percató de que junto a una foto quedaban algunos recuadros en blanco y la quedó mirando con profunda atención. “¿Papá?”, murmuró asombrado “¿Eres tú?”. Espino aparecía en la foto con la misma edad que su hijo, la misma imagen que el niño había visto muchas veces en los álbumes familiares durante sus horas de soledad.
En ese instante, Espino sintió que podía moverse y de inmediato se levantó de la cama para ir en busca de su hijo y abrazarlo como nunca lo había hecho.
Aland Bisso Andrade
DNI 06063178
LA BESTIA
Lo puedo presentar como una bestia sanguinaria que se alimenta del sufrimiento humano. Puedo hacer que esta bestia no sea una bestia completa. Lo puedo dar características físicas y psicológicas de un ser humano. Y puedo hacer de él, lo que me de la gana; al fin y al cabo, yo soy el escritor y ciertos caprichos lo plasmo en el Word de mi computadora.
Me siento como un dios. Yo dirijo a la bestia. Y a partir de estos momentos voy a imaginar que la bestia está corriendo por las calles vacías y oscuras de la ciudad. Tiene una tremenda jeta y babea peor que un bebé. Tiene un hocico de perro que le da sensibilidad para olfatear a sus víctimas. Su cabello es hirsuto y grasiento. Mide casi dos metros, es velludo, tienes las patas de un macho cabrío y sus filosos dientes no perdonan. Sus ojos son grandes y desorbitados, y por está oportunidad he querido que se quede tuerto.
Ha enloquecido porque no encuentra a la prostituta, su víctima. Ella, temerosa y herida, se esconde detrás de un cubo de basura. Una rata sale del cubo de basura y roza la piel de la prostituta. Ella se desespera. Grita. La bestia voltea su grotesca cara y cree saber donde se esconde la desdichada. Entonces ella se levanta, corre, se tropieza, nuevamente se levanta y escucha los gemidos de la bestia, muy cerca. Sigue corriendo, pero lamentablemente llega a un callejón sin salidas. Está acorralada, ja, ja,ja…En serio , me da placer este momento. La bestia frente a la prostituta. Sumisa y arrodillada, la desdichada espera su muerte. Pero no. La bestia tiene que hacerla sufrir. Le agarra del cabello y la levanta. Luego le lanza contra el muro. Hay sangre en la cabeza de la prostituta. Tumbada en el piso, supone que le ha llegado la hora de morir. Pero yo no quiero que muera. Quiero verla sufrir. Quiero que el miedo devore su piel. Es demasiado bella para morir tan rápido. Demasiado bella. La prostituta más deseada de todo el callejón.
Silencio.
La prostituta no escucha los gemidos de la bestia. Hace rato ya debería estar muerta. No comprende qué sucede. Levanta la cabeza y no ve a la bestia. Ha desaparecido. Cuando logra incorporarse, nota las heridas de sus rodillas. Está agotada. Apenas puede caminar. El dolor en las rodillas es intenso. Maldice su destino, sí, ese destino que yo le impuse al cruzarse con la bestia. Entonces quiero que recuerde el día cuando conoció a la bestia. Era un hombre callado, que amaba en silencio a la prostituta. Y ella, sólo lo veía como su cliente preferido, de quien podía abusar sin remordimiento.
Pobre prostituta. Ahora sufre. Y se ha reencontrado con la bestia. Comienza la cacería otra vez. El juego del gato y el ratón. La prostituta corre, corre, se tropieza nuevamente. La lluvia empapa su cuerpo. Hasta Las gotas de la lluvia lo percibo en la ventana de mi habitación… Un momento, yo nunca quise que lloviera. La prostituta se levanta y comienza a correr. La bestia va detrás de ella…y lo único que quiero es que termine matándola. La prostituta entra a una casa de dos pisos, sube las escaleras, golpea la puerta de una habitación. Todo parece tan real que escucho los gritos de la prostituta y los golpes en la puerta… Y de pronto, un sonido violento irrumpe… Observo a la prostituta y a la bestia en el umbral de mi habitación. Me miran con rencor. Maldición… ellos no van a perdonarme. Todo se ha salido de control.
Frank Torres
DNI:43696976
MARIPOSA EN CENIZAS
Sebastián y yo decidimos pasar las Fiestas Patrias de 2006 en el pueblo donde nacieron sus padres y donde conocí a la pequeña Analuz. Era la primera vez que iba a Huaro, un pueblo asentado en las entrañas de la sierra limeña. Llegar ahí, significó ocho horas de viaje sumamente extenuantes. El último tramo de trocha se convirtió en un reto a la gravedad para nuestro destartalado bus que logró sortear precipicios impresionantes.
En Huaro, a duras penas se puede captar la señal del celular. El comercio se practica sosegadamente, pues en pueblo chico no se conoce de teorías de marketing. Habría que ser un freeky citadino para extrañar los titulares de las mañanas o los ring tongs, cuando alrededor solo se tiene el sonido de la madre naturaleza, el río que golpea en nuestros oídos, acompasado del piar de las aves, el olor del eucalipto que penetra nuestros pulmones congestionados de smog, pastores que bordean las curvas de las montañas, mientras su ganado imperturbable pasta en las parcelas peinadas de verde.
En la plaza de armas, al descender del bus, Analuz nos dio la bienvenida dibujando una sonrisa pícara. Sebastián y yo bajamos con nuestras mochilas al hombro, de pronto la pequeña se acercó rápidamente a él para evitarle el peso.
Analuz era una niña de mejillas color mora, los efectos del implacable sol serrano se hacían sentir en su rostro, enmarcado por sus trenzas engominadas. En su profunda mirada de ardilla, no había atisbo de malicia. Con sus movimientos revoloteando alrededor nuestro al ritmo de las mariposas, nos acompañaba en nuestros paseos y, por momentos, lo hacía abrazada de Sebastián.
Por ratos se me acercaba para ayudarme a recoger malva. Para llegar a El Mirador, la pequeña nos guiaba por atajos arcanos y así poder tener la vista más privilegiada de Huaro. Analuz era la hija de la prima política de Sebastián, Idelisa, quien nos atendía en su hogar sirviéndonos mote y muña. En cada visita, Analuz ayudaba presurosa a su madre, ya sea para lavar los platos o para poner la mesa. Ya de regreso a la casa de quincha y adobe donde nos alojábamos, la que perteneció a los abuelos de Sebastián, Analuz solía sorprendernos dándonos una visita en plena siesta. Le gustaba curiosear en mi cartera de maquillaje. Saborear mis lipsticks, hacer un arcoiris de sombras en sus párpados. Le encantaba que le desenredara las trenzas, hasta dejarle completamente liso su cabello azabache.
Al pasar de los años, me enteré por Sebastián que Idelisa estuvo pasando por una situación complicada. Mateo el papá de Analuz era alcohólico. Este solía pegarles cuando la bebida lo nublaba por los diablos azules. La violencia y los problemas de pareja eran motivos de fuerza para que Analuz desaparezca por horas de casa. La última vez que la vio su madre fue una tarde de abril. Desde entonces Idelisa no supo absolutamente nada de Analuz. Aunque nunca pudo recuperarse de la pérdida, el bebé que llevaba en su vientre fue el antídoto para sobrevivir a la tristeza y al abandono. Por temporadas, los padres de Sebastián la invitaban a pasar unos días en la ciudad. Cierto día Idelisa y doña Felicita se encontraban preparando el desayuno, de pronto la conductora del noticiero “Lima al día” anunció el hallazgo de una joven de veinte años en el acantilado de la Costa Verde. Al parecer, la joven habría sido violada, según la policía. Aunque no había ningún tipo de identificación, notaron una especie de tatuaje en tinta azul con el nombre de Analuz inscrito y una mariposa encadenada de fondo.
Nombre: Martha Robles Becerra
Nro. de DNI: 10728223
CITAS
Fue un jueves por la noche cuando apareció mi abuelo en mi trabajo. Era uno de esos días en que los pendientes se me habían acumulado de forma exponencial, daban las diez de la noche y no había esperanza de terminar. Llamaron de recepción indicando que un señor canoso, vestido con una guayabera crema y pantalón y zapatos marrones, con una voz altanera solicitaba mi presencia sin expresar motivo. Colgué el teléfono, acabé mi sétimo café de la noche y apagué el monitor.
Me dio un abrazo y salimos caminando sin prisa hacia la avenida Diagonal. La bruma limeña estaba en su clímax, ocultando de forma parcial a los visitantes nocturnos de los bares miraflorinos y a las miserias de aquellos que nos extendían sus manos clamando caridad. Conversamos sobre mis estudios y mi trabajo, más por su interés en el tema que por el mío, que respondía sin mucho ánimo. Preguntó si seguía saliendo con la chica que entró de practicante conmigo hacía tres años. Me quedé callado y él lo entendió. Cuando pasábamos por un edificio de la Benavides, se detuvo un instante, verificó la dirección en una vieja libreta que traía consigo y tocó el botón del 502. Como no contestaron, le pasamos la voz al guachimán de la entrada y éste, aun legañoso, no nos hizo problemas. Cuando lo interrogué sobre el porqué me dijo que él siempre cumplía con todas sus citas. No hice más preguntas.
Nos abrió la puerta la empleada, aun en pijama y con un bostezo que repetí automáticamente. Pidió perdón por quedarse dormida, señalando a su vez que la señora nos estaba esperando en su estudio. Unos tosidos guiaron a mi abuelo a la habitación correspondiente. Entró solo y en ese momento, viéndolo de espaldas, me di cuenta que traía una invitación amarillenta que sobresalía ligeramente en su bolsillo posterior .Me quedé adivinando su contenido mientras la empleada empezaba a bostezar otra vez.
Luego de una hora salimos del departamento caminando sin rumbo fijo por horas y sin darnos cuenta, llegamos al malecón. Con la poca visibilidad existente me sentí perdido en esa oscuridad estremecedora que nos devoraba, donde solo sentíamos la presencia del otro por las palabras que intercambiábamos. Cuando estaba a punto de amanecer, me abrazó fuerte y mandó saludos para mi hermana a quien no veía hace mucho, antes de perderse de vista por completo en medio de la neblina.
Al regresar al trabajo no había nadie en recepción, subí y encontré el mismo desorden que hacía de mi oficina un caos. Encendí el monitor y encontré una alerta de correo. Era Verónica, quien no me hablaba desde hacía un año, invitándome a almorzar. Le dije que pasaba por ella a las dos.
En el mismo restaurante donde almorzamos por primera vez cuando éramos dos tímidos practicantes, me contó que su abuela había fallecido de un fulminante infarto horas antes luego de la visita de un señor que no ubicaba, y necesitaba la compañía de alguien que la apoyara. La tomé de las manos y le dije que estaría a su servicio para lo que necesitara. Acerqué su rostro al mío y le di un beso en los labios mientras sus lágrimas caían lentamente bañando nuestras mejillas. Me dio la dirección del velatorio y se fue.
Así que ahora me dirijo hacia allá, con una sonrisa extraña que me hace sentir culpable. Al mismo lugar donde despedí a mi abuelo por última vez diez años atrás. Donde tal vez ahora, reencontraría la felicidad en esas extrañas circunstancias en que la vida se comporta la mayoría de las veces.
Sebastian Roberto Uribe Diaz
Dni: 72897004