"La cristina", "La idea", "Muerte en el malecón", "Destino cuatro puertas" y "Confesión"
Presentamos cinco nuevos relatos. ¡A disfrutar de la lectura!
La cristina
Él parte mañana y dejó entre las mínimas manos de su amante al besarse, una cristina que lo acompañaría durante todo el viaje. Le pidió que la borde, que quede un hilván tan recio como el amor que le guardaba.
Ella no puede creer que haya llegado el día de su primera prueba, no puede entender que sean sus últimos besos en mucho tiempo, que aprendería a esperar… buscó una aguja tan fina como su figura y un hilo tan níveo como su pureza y unió sus nombres en un rincón escondido de la prenda.
La cristina cobró vida: un poco celestina, un poco cómplice, un poco valor, un poco aval. Él, dorado como el sol y apasionado del mar, la tomó en sus manos con la mera esperanza de traer junto a ella un primer logro, un triunfo que contar.
El buque zarpó, y mientras ambos amantes lloraban, la cristina cobraba vida y nostalgia… las de ambos. Se bañó de la brisa del mar y del poco polvo que arrastró de su último puerto. Hasta que se dejó de ver el pañuelo de tul de ella, hasta que él llegó a su cabina.
Él dejó la cristina sobre su almohada desde esa noche por todas las noches. Esta, era la primera de sus travesías. El prometió que volvería con su amor a cuestas hacia ella, quizá queriendo prometérselo a él mismo también.
Los días pasaban y el primer anclaje, le trajo su primera misión. Entre el calor de la costa y las sombras de las palmeras, vistió la cristina con vehemencia. Llevaba a cuestas un recuerdo imborrable de la última noche, un beso y el nombre de ella muy cerca a su mente, y cuando la ponía en su bolsillo camisero, cerca también a su corazón.
Entre eslabones, lanchas y sudores, la cristina fue careciendo de función. La almohada volvió a ser su hogar obligado, y la oscuridad su razón. Se impregnó de su olor, de sus sueños… se desprendió con egoísmo del amor que la bordó. Se adueñaba en cada respiro de un recuerdo que no era suyo, se dio a la tarea de apropiarse de un sentimiento para el que no fue hecha, para el cual no había sido hilvanada, por el cual se llenó de ilusiones de volar a través de la brisa que respiraba ahora, el amor que pretendía arrebatar.
El la vistió, y sintiéndose dueña de sus pensamientos creyó ser capaz de arrancar a volar hacia donde pudiera extender los sueños de su amado. El peso no se lo permitió. Cayó al suelo, llena de suciedad, hasta de pena, de recuerdos, de remordimientos. La culpa no le permitía huir de ese lugar. Se enfermó de indiferencia y se llenó de desinterés, se destejió de desamor, se descosió de celos.
Ya sin fuerzas, él mismo la empujó hacia el viento. Se deshizo de aquel peso muerto, y la cristina pudo volar al fin, pero sin objetivo, sin rumbo, sin valor. En uno de sus últimos hilos sintió que bien valía la pena haber amado un irreal aunque tarde entendía, que el amor no se arrebata por el pensamiento, por cegar la vista o proteger del calor. La soledad había llegado a premiar, o mejor dicho, a castigar, su malsana ambición de adueñarse del amor puro que jamás podría suplantar.
El “había una vez” resulta necesario. Y es que realmente, la hubo.
Una vez, un tiempo, en el que la cristina quiso y pudo volar. Partió de su frente y voló enamorada con las intenciones de volver. Intenciones, sí. De las que está llena el infierno.
Johana Coronado Cuadros
DNI 41602364
La idea
Juan caminaba a prisa, con la respiración agitada, anhelando llegar de una buena vez al punto de
encuentro acordado para así liberarse del gran peso que lo venía atormentando ya por un tiempo.
Solo le faltaba un pequeño tramo para atravesar el parque y llegar a la banca donde solían
sentarse cada vez que deseaban de hablar de algo importante. Una banca llena de recuerdos y de
imágenes de caricias y abrazos que lo llevaron a reflexionar si es que acaso ese no había elegido un
mal lugar.
Cuando ya le faltaba muy poco para llegar al punto de encuentro, él la divisó. En cualquier otra
ocasión hubiese sentido su pecho hincharse de orgullo por la belleza de la chica que lo esperaba,
la belleza de su rostro, de sus piernas y lo armonioso de su cuerpo en general, pero esta vez sentía
un ligero malestar al contrastar esa imagen tan armoniosa con la apreciación que él tenía de su
propia figura. Un poco gordo, un poco bajo, un poco narizón. Un poco de fealdad en dosis
moderadas en cada uno de sus rasgos y gestos.
- Amor, hay algo que quiero contarte
- Sí, eso me dijiste por teléfono me has dejado un poco preocupada, ¿está todo bien?
Juan diviso la mano de ella y se la agarro entrelazando los dedos.
- Es sobre la fiesta del viernes pasado
- ¿A la que fuiste con Jorge?
- Sí, esa misma
- ¿Qué tiene esa fiesta?
- De eso te quería hablar. Antes dela fiesta estuve en casa de Jorge tomando, llegué a la
fiesta ya estando borracho y en medio de mi borrachera saque a bailar a una chica.
- ¿Te acóstate con ella? – pregunto ella exaltada.
- No, no cómo se te ocurre. Estábamos bailando y luego de varias canciones nos besamos,
yo estaba muy borracho pero te juro que solo pasó eso, solo nos besamos. Jorge se acercó
a nosotros, me hizo dar cuenta de lo que estaba haciendo y nos fuimos.
Ella se quedó mirando el suelo por un buen rato, tenía una expresión de tristeza y
preocupación. Juan no sabía qué hacer, se sentía pésimo. Luego de un rato ella lo abrazo y
puso su rostro en su hombro.
- Gracias por contarme esto. No creo que otro chico se hubiese atrevido a contarme algo
así.
- Discúlpame mi amor, fue la borrachera, no sabía lo que hacía.
Hubo otro largo silencio, sin que ella dejara de abrazarlo.
- Solo júrame que nunca más lo vas a volver a hacer, que nunca, ni así estés borracho.
- Amor, te juro que esto no va a volver a pasar, no sabes lo mal que me siento.
Juan la abrazó y le beso la frente, atrajo su cabeza hacia su pecho y sintió cómo ella también
lo abrazaba.
Ese día estuvieron en el parque cerca de una hora más, conversando de todo un poco, Juan
tratando de tocar temas distantes con el fin de eliminar del ambiente cualquier rastro de lo
que acababa de contar; ella parecía tranquila. Quizás demasiado tranquila, Juan se preocupó.
Estaba contento de que ella no hubiese querido terminar con él, pero a su vez sentía que ella
debería de estar aunque sea un poco más enfadada. Entonces apareció la idea.
El siguió siendo cariñoso con ella pero cada minuto se sentía más ansioso. De un momento a
otro le soltó la mano y ella se quedó en silencio sin volver a buscar su mano. Entonces Juan
habló.
- ¿Qué hiciste tú el viernes?
Ella reaccionó mirándolo directamente a los ojos.
Marco Pariguana
DNI: 43796399
Muerte en el malecón
No podía dejar de pensar en el muerto. Su cuerpo lívido, mojado, el cabello largo sobre el rostro tapaba desordenadamente sus ojos entreabiertos. Una camisa blanca y raída por la fuerza del mar, unos pantalones marrones de gabardina y los pies descalzos con los dedos arrugados y las uñas crecidas, ligeramente moradas.
¿Cómo pudo aparecer allí, frente a la puerta de su casa sin razón alguna? Su primera reacción, luego del impacto visual, fue de evasión. Después de esa primera mirada, no se atrevió más a observarlo. Dio un paso errático hacia atrás y sintió el marco de la puerta en su espalda, tambaleándose pudo volverse al interior de la casa y cerró la puerta, aterrada.
No tardaron en llegar los primeros curiosos que rodearon el cadáver guardando una pequeña distancia. Intentaban descifrar el misterio. El asunto principal era descubrir de quién se trataba. Estaba claro que era un hombre adulto, que probablemente murió ahogado. Pero, ¿quién era y qué hacía ahí? La gente tocó el timbre insistentemente para advertir a los dueños de casa. Ella no quiso abrir. Subió, todavía presa de los nervios, hacia su habitación. Desde la ventana empezó a ver el tumulto. Eran tantas personas que ya no se divisaba el cuerpo. Algunos notaron que ella estaba arriba. Empezaron a ponerla al tanto de la noticia, levantando la voz. Le pedían que bajara, que debía ver de quién se trataba, no vaya a ser un familiar. Ella dijo indiferente que no sabía quién era y que no era asunto suyo. Por dentro, sin embargo, se sentía prisionera del miedo.
Pronto empezó a brillar el sol con más fuerza. En el verano, el sol aparece muy temprano en el malecón de Pimentel, pero sus rayos no golpean las ventanas de las casas, que miran al mar. Los muros iluminados proyectan una sombra grata a lo largo de toda la vereda del malecón. Las personas que salen temprano a trotar antes de alistarse para trabajar eligen correr protegidas por esa sombra. Esa mañana, ella se alistó para salir de madrugada como era su costumbre. Apenas daban las seis de la mañana y el sol recién había aparecido cuando abrió su puerta y se encontró con el cadáver. Era lunes.
Se quedó pensando inmóvil, sentada en su cama, apoyada en la pared y con las manos juntas haciendo un ovillo con ellas sobre las piernas. La preocupación le impedía por momentos darse cuenta de que las voces que murmuraban en el malecón eran cada vez más numerosas, algunas conocidas. Nunca sino hasta hoy se planteó si era mejor vivir sola o si debía tener la compañía de un esposo; siempre había sido este un tema cerrado, sentía que la presencia de un hombre en su vida hubiera representado más un estorbo que una ayuda y que, a medida que avanzaba en años, ya no solo era innecesario sino muy inconveniente. Cada quien tiene hecha su vida a los cuarenta y ya no se necesita nada más que un buen trabajo y la tranquilidad de hacer lo que uno mismo decida.
Pero no esta mañana, esta mañana hubiese sido muy útil tener a alguien a quien abrazar, a quien mirar a los ojos buscando una respuesta. Alguien que le diga que no hay que preocuparse, que ya vendrían por ese pobre hombre y que él se encargará de los curiosos y de hacer limpiar la vereda para que no quede rastro alguno de que ahí amaneció el cuerpo sin vida de un desconocido. Una idea absurda le asaltó de pronto: ese hombre pudo haber sido el hombre de su vida.
Freddy Chávez Pereira
DNI 18070859
Destino cuatro puertas
Estoy tan lejos. Tengo cuatro puertas. No sé si hay salida; solo veo cuatro caminos, cuatro destinos distintos que aun así me hacen sentir encerrada con el temor y la duda de cuál debo escoger. La primera es grande pero oscura, me da lo que quiero pero no lo que anhelo; aun así la considero una buena opción, no me da esperanza pero me brinda conformismo. ¿Qué hago? ¿La sigo? Me acerco a ella pero no veo lo que quiero; me da un gran futuro pero ninguno de mis sueños.
Doy solo unos cuantos pasos tratando de acercarme a la segunda puerta. Me veo, soy yo pero ¿Qué es eso? Es mi cuerpo exactamente pero todo es una farsa, una mentira es una puerta que muestra como soy pero no lo que soy, me siento frustrada, cada vez me acerco a conocer esa otra persona que es idéntica a mí pero no soy yo. Es entonces cuando empiezo a sentir que mi mente quiere cambiar y mientras más me acerco, me lo pide con mucha desesperación. Ahí me doy cuenta que ese ser me quiere poseer, ese ser que soy yo. Quiero correr pero esas cuatro puertas me encierran así que intento encontrar alguna de las dos puertas que quedan y ahí está el.
Esperándome, siendo todo lo que soñé, mi corazón late al millón por segundo, una lágrima de la impotencia corre por mi mejilla, mi cuerpo empieza a temblar y a sentir ese nudo en la garganta que me recuerda que él nunca volverá a ser mío. Quiero correr y llegar a él. Tengo mucho miedo y lo necesito a él como mi protección, como mi capa de invisibilidad con la que me cubro para desaparecer de la realidad mientras me pierdo en sus brazos. Veo que a lo lejos alguien se acerca; la veo y es perfecta. Es el tipo de mujer que él siempre soñó; son sus palabras trazadas en el cuerpo de una diosa de la perfección ella lo mira y la conexión entre ellos se hace cada vez más fuerte haciendo que aquella mirada que hace unos momentos estaba clavada sobre mí, gire y desaparezca. Yo sigo en silencio con el dolor en el pecho viendo como él se aleja; ella me mira con desprecio y altanería sabe que me está destruyendo y eso la enaltece. El sigue perdido e los ojos hechizados de aquella mujer es entonces cuando esa sonrisa que al principio fue mía ahora se dirige hacia ella. La veo y siento que una fuerza me empieza a absorber; a arrancarme esa parte de mi ser que se va con él. El dolor es insoportable y la única forma de desprenderlo de mi es alejarlo, olvidarlo o enviarlo a al lugar más recóndito de mi ser. A ese lugar al que ella jamás podrá entrar aun con toda la fuerza que le da el deseo de tenerlo: mi corazón.
Entonces empiezo a sentir el aire dentro de mí; mis fuerzas retoman mi cuerpo, él ya está muy lejos; sigue hipnotizado bajo sus encantos y yo me alejo y lo dejo ir con lo que él quiere; ella. No lo puedo detener; es simplemente egoísta hacerlo porque así como yo busco lo que quiero en mi vida, sé que él también lo hace y es el único que puede decidir su destino. Y yo con mi amor bien guardado en el cofre de mi alma, me dirijo a esa única puerta que me queda, esperando lo que el destino me depare y prometiendo no volver a tocar esa tercera puerta; por ahora.
Wendy Emilia Fong Córdova
DNI: 74034673
Confesión
Mejor le digo que la espero a la hora de salida, a eso de las siete de la noche, será el único momento después de mucho tiempo y la gran oportunidad para realizar lo que tanto deseaba hacer. Caminaré hasta la esquina de la próxima avenida, junto al poste de cemento, al lado del único quiosco que sobrevive a la última demolición que hizo el alcalde de la ciudad. Desde allí podré ver cuando sale del colegio. No me atrevo a manifestarle lo que pienso y siento, y si me dice que no, estaré perdido ¡estaré perdido como huevo en cebiche!
Ven, apúrate, te espero desde hace unas dos horas, pensé que saldrías más temprano. Me miró fijamente y me dijo que tenía algo que contarme.
Tuve una relación con un tipo mayor, me gustaba tanto que llegué a escaparme de mi casa para verlo a escondidas. Nuestra relación iba muy bien. Hacíamos planes para el futuro, él debía terminar su profesión y yo por lo menos, la secundaria. Ambos nos citábamos en los lugares más extraños de la ciudad, detrás del albergue San Pedrito, en Nuevo Chimbote o detrás del Instituto Tecnológico, en ese lugar donde guardan los vehículos de la municipalidad del distrito. Todo marchaba excelente hasta que me enteré que estaba embarazada, todo fue tan fortuito o pasajero. Cierto día me sentía muy mal, tenía mareos, vomité dos veces en el baño del cole. Mi mejor amiga me acompañó a la única farmacia del barrio. El diagnóstico realizado, después de adquirir una prueba de embarazo, concluyó en positivo.
Me dirigí hasta su casa y le expliqué lo que pasaba. Me tiró la puerta en el rostro con tanta fuerza que me rompió la nariz, caí al césped mal cortado y seco por el calor del sol y la falta de agua. Sangraba. Ese día casi pierdo a mi bebé. Tenía tres meses gestando. Me dijo que no le mintiera, que él no soportaba las bromas de ese tipo, y que, además, yo, era una cualquiera. Supuestamente sus amigos le habían contado que era mi sexto enamorado y que ya no era virgen. Me gritó muy fuerte que toda su familia salió a ver lo que pasaba, se enteró de lo sucedido y luego determinaron echarme de la casa, amenazándome con denunciarme, si nuevamente intentaba buscarlo.
Me quedé perplejo, atónito, un poco confundido al escucharla. Guarde silencio un momento. Sus lágrimas bañaron su hermoso y lozano rostro. Sentí compasión y determiné callar y seguir escuchándola.
Esa noche no pude dormir, fue la más larga de mi vida, claro, después del día en que mis padres decidieron viajar al extranjero, según ellos, para un mejor porvenir. Quería desaparecer, no tenía a nadie en quien confiar y contarle. Mis padres estaban en otro país, muy lejos de mi soledad, de mis sueños. No quería causar molestias, por eso lo hice. Por eso decidí hacerlo, como me arrepiento Dios mío, como quisiera retroceder el tiempo para aferrarme a esa pequeña vida que se desprendía de mí, que tonta fui Dios mío, perdóname.
Después de llorar mucho, como una niña a quien le quitan lo que más le gusta de mojar su camisa celeste de colegiala juguetona e inocente, atiné en acariciarla y calmarla.
Lo que tenía planificado, todo se quedó en el pensamiento, nunca le dije lo que sentía por ella, que trabajé varios días por las mañanas y tardes para comprarle lo que a ella más le gustaba. Desde ese día es mi única hermana menor, la hija que tal vez mis buenos padres, en algún momento decidieron tener.
Pablo Moreno Valverde
DNI 19701511