"El fantasma de la baja", por Jerónimo Pimentel. (Foto: USI)
"El fantasma de la baja", por Jerónimo Pimentel. (Foto: USI)
Jerónimo Pimentel

Quien escribe tiene algunas décadas viendo a temporada tras temporada. Primero por afición, algunas veces con verdadero gusto, también por trabajo. Nunca, desde el campeonato que ganó San Agustín en 1986, de donde provienen mis primeros recuerdos, el descenso de la ‘U’ ha sido una posibilidad con cumplimiento real. Hasta ahora.

Además de la crisis institucional pública, las razones para el miedo son estrictamente deportivas. Schuler y Benincasa son la peor pareja de centrales que jamás vistió el uniforme crema en al menos 30 años. No es culpa de ellos. Quiero decir, no se puede culpar a nadie de la ausencia de talento, de velocidad, de técnica defensiva, de no poder dar un pase preciso, de carecer de sentido táctico, de organizarse en relevos, de saber cubrir, interrumpir, imponer, cruzar. La responsabilidad es de quien los alinea. La memoria distorsiona la emoción y magnifica o minimiza el pasado. Por ello muchos fans de la ‘U’ han empezado a recordar al ‘Cheta’ Domínguez como si hubiera sido una suerte de Franco Baresi. No lo era, pero sabía marcar y anticipar.

Con esa dupla delante del arquero es difícil exigir un buen desempeño a los laterales, sobre todo si no lo son, como Núñez. Páucar, Figuera y Lavandeira, individualmente, no están por debajo del promedio de rendimiento que un mediocampista tiene en un club peruano de primera división, pero juntos, al menos ante Ayacucho, fueron una lágrima: sin equilibrio, marca, creación ni claridad. Siucho no juega en posición; Denis, fuera del área, es un paquete; y Osorio es voluntarista. Los referentes que debían dar identidad y cohesión a este equipo, como Fernández y Vargas, fueron tontamente expulsados el sábado pasado: el primero por inseguridad, el segundo por lentitud, ambos por desesperación. La imagen final es la de un conjunto que se cae a pedazos en el momento más crítico de su historia.

Hay cosas que no se resolverán pronto, como la calidad del plantel o la ascendencia del director técnico. La esperanza, luego, reside en el azar: un chispazo de Figuera, las probables recuperaciones de Rodríguez y Corzo, la maduración súbita de Zubczuck, que Córdova, en este ambiente oscuro y enrarecido, logre implantar una idea mínima de juego. Esto último es lo más difícil: hasta ahora no se ven asociaciones o estructuras mínimas que den aliento al hincha crema. Y con rotaciones obligadas por lesiones y suspensiones, será harto complicado que ello ocurra en el corto plazo.

Cuando un equipo depende enteramente de su historia o de elementos que ya no están bajo su control, se entra en el peligroso terreno de la angustia, que siempre es una mala consejera. Lo que viene, en adelante, será un ejercicio de resiliencia. Y para cumplirlo, los aficionados de la ‘U’ deberán echar mano de algún balón de oxígeno, de no pocos calmantes y de varios manuales de autoayuda. No es humillante sufrir por el fantasma del descenso. Lo en verdad humillante es que descender de categoría, esta vez, implica evaluar la continuidad institucional del club.

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