Cada vez hay señales más claras de que la ‘nueva normalidad’, esa que alguna vez miramos con cierto optimismo, es solo una versión reencauchada de nuestra ‘vieja normalidad’. En cristiano, la normalidad de siempre, pero con mascarilla:
- El tráfico ha vuelto a ser el infierno de siempre en varias zonas de Lima.
- Los accidentes y atropellos han recuperado su espacio en las noticias.
- Empiezan a crecer aquellos que consideran que la señalización para mantener el distanciamiento social es solo un adorno (y cuando alguien trata de recordárselos, se arriesga a recibir respuestas malgeniadas, con sus ajos y cebollas bien condimentados).
- Los raqueteros se cansaron de la cuarentena y volvieron al trabajo con la violencia y la impunidad de siempre. Las mascarillas dificultan su identificación.
- Los falsificadores cambiaron de rubro. Adecuándose a las nuevas exigencias del mercado, ahora producen alcohol e ivermectina bamba. Los más avezados han entrado al negocio de las pruebas rápidas. Nuevas oportunidades.
- Las clínicas, que nunca han disimulado su falta de empatía, ofrecen salvar vidas a cambio de empobrecer a los enfermos por COVID-19. Las críticas les resbalan.
- En plena cuarentena formal, el Gobierno permite la apertura de los centros comerciales. ¿Alguien sabe qué permiso debe tramitarse para salir de ‘shopping’?
- El Congreso cambió de integrantes, pero su entraña lobista se mantiene incólume. Y van por más.
La lista es más amplia; lamentablemente, el espacio es escaso. A decir verdad, la vieja normalidad nunca se fue. Solo estuvo en cuarentena.