
El mundo está respirando algo más aliviado tras la pausa por 90 días de los aranceles ‘recíprocos’ anunciada por Donald Trump el miércoles, pero, como han demostrado las pérdidas en Wall Street ayer tras su mejor sesión desde el 2008, la pesadilla aún no ha terminado.
Para empezar, esta no es, en sentido estricto, una pausa, como tampoco eran recíprocos los aranceles ‘recíprocos’ de Trump. En realidad, se están sumando los más de 60 países con los que Estados Unidos mantiene un déficit comercial –importa de ellos más de lo que les exporta– al grupo de economías que están sujetas a un arancel de 10% desde el sábado pasado y a quienes, supuestamente, se les estaba dando el ‘beneficio’ de una menor tarifa porque tienen un déficit comercial frente a la potencia estadounidense, como es el caso del Perú.
Se ha aplanado la cancha, aplicando aranceles de 10% a todos, y se ha eliminado la ventaja que el Perú hubiera ganado frente a otros productores de textiles como Camboya o Vietnam.
Aunque todo indica que lo que atemorizó a Trump fueron las ventas masivas de bonos del Tesoro de EE.UU. –cuya demanda suele, más bien, dispararse cuando las bolsas caen–, sus defensores insisten en que el plan arancelario pudo suspenderse porque cumplió dos objetivos: llevar a más de 70 líderes del mundo a tocarle la puerta a Trump y demostrar que China no actúa de buena fe en el comercio internacional.
Y es que la única excepción a la ‘pausa’ ha sido la potencia asiática, que estará sujeta a aranceles de 145% en represalia por haber respondido a las tarifas de Trump aplicando impuestos de 84% a las importaciones de Estados Unidos. China además, está limitando los envíos de tierras –insumos de la industria tecnológica– a ese país.
Hemos pasado, entonces, de estar ad portas de una guerra comercial global, a un escenario donde Estados Unidos siente que tiene la sartén por el mango en sus negociaciones comerciales con la mayoría de las potencias del mundo –y podría hacer exigencias en temas monetarios, financieros y hasta militares– y en el que las dos principales economías del mundo se enfrentan en una especie de juego de las vencidas en la que la destrucción mutua es un riesgo tangible.
¿Quién ganará en esta lucha de gigantes? Es difícil pronosticarlo, pero lo que es innegable es que, al dañarse el uno al otro, están poniendo en peligro a la economía global y arriesgando que países como el Perú, que dependen de la demanda de las dos potencias para sostener su actividad exportadora, se conviertan en víctimas colaterales.

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