El futuro del fujimorismo es materia de permanente debate. Para algunos, el fujimorismo en la actualidad sigue representando lo más nocivo de los noventa: autoritarismo, corrupción, conservadurismo retrógrado y menosprecio por los derechos humanos. Para otros, existe un camino hacia su “democratización” y sería posible con gestos y decisiones de envergadura que zanjen con su legado perverso. Así, haría falta –yo mismo lo he señalado hace un tiempo– una “Hoja de Ruta Democrática” para ese “neofujimorismo”.
Creo que los partidos políticos pueden realizar giros ideológicos y sobre sus valores más constitutivos. El liderazgo es fundamental para cualquier tipo de transformación. ¿Pero, es realmente necesario pronunciarse públicamente para convencer al electorado de la verosimilitud de un aggiornamiento? ¿Necesita el fujimorismo una hoja de ruta institucional para que Keiko Fujimori conquiste la presidencia el 2016? ¿O es que puede el fujimorismo haberse “democratizado” sin que nos hayamos dado cuenta?
Existe la presunción –validada por estadísticas– de que Keiko Fujimori perdió la elección del 2011 debido a que los sectores “vargallosistas” (más sensibles a las instituciones democráticas) prefirieron al “mal menor” nacionalista. Para no volver a repetir tal fracaso, se le pide grandes gestos que quizás hagan del fujimorismo menos de nuestro desagrado, pero no necesariamente sea condición necesaria para un eventual triunfo electoral. Tampoco para “democratizarse”.
La ultima encuesta nacional de Ipsos indaga sobre la percepción que tenemos los peruanos sobre el nivel de autoritarismo o democracia de líderes políticos. Contrario a ciertas expectativas, Keiko Fujimori aparece mucho más democrática (47% así la considera) que, por ejemplo, Nadine Heredia (39%) e igual que el presidente Humala (47%). Ni qué decir de Alberto Fujimori, quien es clasificado como “democrático” por un 30% de encuestados.
¿Qué ha hecho Keiko Fujimori para tener una imagen más democrática que su padre? Aparentemente nada. O, simplemente, dejar el tiempo pasar. En un país pragmático como el Perú, donde la institucionalidad democrática no está enraizada a nivel individual, el silencio puede resultar suficiente. Lo interesante, sin embargo, es el potencial crecimiento de su imagen “democrática”. Entre los grupos más jóvenes (18 a 24 años), su percepción autoritaria cae del 38% promedio al 33%. En cambio, son los mayores de 40 años que más se resisten a considerarla “democrática”. Por clases sociales, en los extremos del nivel de ingreso las proporciones que confían en sus credenciales democráticas son más altas: 60% en el NSE A y 52% en el E. Alberto Fujimori, en cambio, solo mejora su imagen “democrática” en el NSE E (42%) y ligeramente entre las mujeres (34%) en comparación con los hombres (25%). Las clases altas, que alguna vez justificaron su arbitrariedad, hoy se ahorran la vergüenza y pasan a endosar a su hija.
La democracia no es relativa, muy a pesar de muchos autócratas; pero las percepciones sobre ella sí (Venezuela durante el chavismo ejemplifica esto último). Quizás algo parecido suceda en el Perú: que sin sobresaltos ya hayamos “democratizado” a Keiko Fujimori (su base parece haber crecido de 20 a 30% en cinco años) y, así, otorgado partida de nacimiento al “neofujimorismo”.