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Síndrome del impostor
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Síndrome del impostor

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Siete de cada 10 personas sufrimos en algún punto de nuestras vidas de lo que se conoce como síndrome del impostor, según las estimaciones más citadas. ¿Pero qué implica esto y por qué es importante hablar al respecto precisamente en esta época del año?

El síndrome del impostor es un fenómeno psicológico que nos hace pensar que, por alguna razón, estamos en una posición o tenemos alguna responsabilidad laboral o de otra índole para la cual no estamos suficientemente capacitados. Como si hubiéramos llegado por error a estar en tal situación.

Quien padece este síndrome puede sentir como si estuviera engañando al resto, ocultándoles la verdadera magnitud de su incompetencia. Y sabe, por ello, que es imposible que esto se mantenga así, y que más temprano que tarde quedará en ridículo, expuesto como un farsante.

Entre los síntomas de este síndrome están algunos como pensar obsesivamente en nuestros errores pasados, como si todavía pudiésemos hacer algo para evitarlos. A veces se siente como el diablillo de los dibujos animados hablándonos al oído, cual si fuera nuestra conciencia, recordándonos cuán fallidos somos y convenciéndonos de que estamos condenados a fracasar.

Ese miedo al fracaso hace que uno se vuelva excesivamente perfeccionista, que le dé mil vueltas a cada decisión porque piensa que, si da un mal paso, se viene abajo todo el edificio de apariencias que hemos creado y se nos tomará por lo que realmente somos, vale decir, impostores.

Pues bien, hay muchas razones por las cuales debemos combatir este síndrome y erradicarlo de nuestro sistema. Una tiene que ver con la justicia. Si uno se minusvalora, es decir, si se cree menos de lo que es, probablemente se limite a sí mismo de exigir lo que legítimamente le corresponde a cambio del valor que aporta.

Esto pasa con muchas personas que se frenan ellas mismas de exigir mayores responsabilidades o mayor compensación por su trabajo porque creen –muchas veces equivocadamente– que no lo merecen. O, por miedo a fallar, evitan ponerse en situaciones en las que asumir algún nivel de riesgo pudiese ser importante para su futuro, como embarcarse en un emprendimiento o cambiar de línea de carrera.

Pero hay otra razón que me gustaría subrayar aquí y tiene que ver con nuestra responsabilidad como ciudadanos. Si queremos que haya personas con suficiente convicción como para pensar que con su trabajo, esfuerzo y compromiso pueden cambiar el país, pues necesitamos que se sientan empoderados para ello, que comprendan que efectivamente tienen capacidad de agencia y que pueden lograrlo.

El país requiere de un tipo de heroísmo ciudadano que se refleje en nuestras decisiones cotidianas y en nuestra determinación de perseverar. Vale recordar, en esa línea, que un héroe o heroína no es aquella persona que lo tiene todo fácil sino al contrario, quien enfrenta enormes dificultades pero consigue superarlas.

Esa persona, en algún momento determinante de su vida, eligió creer en sí misma, comprendió que no era un impostor y que, con sus propias acciones, podría echar a andar una bola de nieve que diera pie a una avalancha.

Como les digo, (casi) todos lidiamos día a día con el síndrome del impostor. Pero, en estas fechas, es importante mirar atrás, contemplar lo que hicimos en el año, apreciar nuestro valor y nuestro esfuerzo, y convencernos de que estamos en plena capacidad de impactar positivamente en los demás, según nuestras capacidades y desde el lugar en el que nos toque estar.

Así que, en lo que pueda servir, quisiera desearles, en esta última columna del año, un 2026 con menos síndrome del impostor, más sentido de agencia y más heroísmo ciudadano.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Augusto Townsend Klinge es Fundador de Comité y cofundador de Recambio

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