En una ciudad donde las luces de las farmacias brillan como faros en la noche, los suplementos alimenticios han tomado un protagonismo inusitado. Para muchos adultos mayores, un vaso de suplemento proteico ha reemplazado la cena; para algunos, el desayuno. “Mi padre ya casi no come sólido”, me dice un amigo, con una mezcla de preocupación y resignación. No es un caso aislado. La tendencia es clara: los suplementos están dejando de ser un refuerzo para convertirse en la base de la dieta de una generación que envejece en un mundo de ritmo acelerado y soluciones rápidas.