Nos recibe un cebiche de ostras (en realidad es la ostra entera, acebichada) con sabores a tumbo. Tan fresco y perfecto que podría decir que sabe a vacaciones. La temperatura y la textura —por supuesto, la copa de espumante Crémant d’Alsace que lo acompaña— hacen que ese primer bocado nos indique con firmeza cuál es el camino en el que nos hemos embarcado. Estamos en el restaurante La Niña de Andrés Orellana, que abrió sus puertas durante el verano.
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