Pasamos con ellos buena parte del día en los momentos más importantes de nuestro crecimiento. Desde la niñez hasta la juventud, las palabras de los maestros y maestras serán determinantes en las decisiones de toda persona; muchas veces su influencia o su recuerdo puede cambiar el rumbo de varias vidas.
Eso lo sabe bien Évelyn Huamán (Lima, 1984), docente de primer grado de primaria de Innova Schools, en San Juan de Lurigancho. Es hija de profesores y lleva en la sangre el don de la enseñanza: “Crecí en las aulas mirando a mis padres enseñar en una escuela rural de Matucana”, nos comenta. A los 7 años, Évelyn debió mudarse a Chincha donde se reencontró con la otra parte de su familia también dedicada a las aulas. Fue compañera de clases de sus primos, y su tío, Manuel Mesías, fue su maestro.
Con él conoció la imagen del profesor que es al mismo tiempo una autoridad, pues, en El Carmen, la gente le consultaba temas legales o sobre los tiempos de riego, por ejemplo. Cuando regresaba a Matucana con sus papás, la gente celebraba su llegada. Les regalaban sacos de papa, guanábanas, choclos. Se sentían queridos y respetados.
“Conversando con mamá, nos dimos cuenta de que nuestra historia de docentes es antigua: su abuelo fue maestro de primaria y siempre andaba con una enciclopedia en la mano”. Évelyn piensa en su profesión y le cuesta saber que ni el Estado ni la sociedad reconocen su verdadero valor: “Somos formadores de vidas. Nuestros estudiantes se convertirán en partícipes de la sociedad”, afirma.
Parecida es la historia de Lucero Romainville (Lima, 1997), profesora de inicial del colegio Life School. Son varias las generaciones de su familia dedicadas a la docencia. Su abuelo fundó una institución educativa en La Victoria y ahí trabajaron sus tíos y ella también.
“Uno de los consejos que siempre me dio mi abuelo fue que continúe estudiando. Eso me motivó a comenzar una maestría”, nos dice. Pero fue la vida al lado de una madre docente lo que caló profundamente en ella y su memoria. “Veía a mi mamá siendo la mamá de otros niños”, recuerda Lucero. Si bien en ese momento no entendía por qué les compraba zapatos o alimentos a pequeños que no eran sus hermanos, ahora lo valora totalmente. “Considero que educar es como criar a otros niños como si fueran tus propios hijos”, sostiene la maestra.
Robots para aprender
Al igual que su padre y su madre, María Teresa Cornejo (Arequipa, 1974) encontró en su profesión más que una vocación, para ella ser docente es una misión. Su madre llegó a ser funcionaria de la Unidad de Gestión Educativa Local (UGEL) y su padre director de un reconocido instituto pedagógico de su ciudad. Tomó su ejemplo y decidió trazar su propio camino: las aulas, el contacto con los niños y las niñas, una enseñanza que despierte la curiosidad. María Teresa siempre ocupó los primeros puestos en todo lo que emprendía, por ello, las personas se sorprendían al enterarse de que se dedicaría a ser maestra y no médica ni abogada: “Siempre supe que quería ser profesora”. Era su naturaleza.
La innovación ha sido un punto fuerte en su carrera por lo que estudió como segunda especialidad Ingeniería Informática y Robótica Educativa. Con este conocimiento, se presentó a concursos y en 2022 ganó uno de innovación tecnológica con su proyecto Oruguita Mágica, un robot de cuerpo mecánico dirigido por ‘bluetooth’ con el cual sus alumnos desarrollan el pensamiento lógico y crítico, así como el trabajo en equipo que estimula sus habilidades blandas. Actualmente, es docente de la I.E. 41019 República de Venezuela, de Arequipa, y parte del programa Comprometidos con la Educación, de Fundación Telefónica y Fundación La Caixa. Estas maestras son testimonios vivos del impacto de esta profesión noble y profunda en generaciones que continuarán. //
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