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Carlos Ocaña Mozo, el joven peruano que luchó contra una lesión cerebral que contrajo al nacer y se graduó con honores como contador en los años 90
Carlos Ocaña tuvo que superar varias adversidades para salir adelante debido a un problema cerebral que le impedía caminar y hablar. En 1991, acabó la carrera de Contabilidad en la Universidad de Lima estudiando becado. Un año después, aprobó su tesis por unanimidad y empezó a trabajar como investigador en su alma mater.
Mientras que el número de pacientes con síntomas del cólera iba en aumento en varias regiones del Perú, una increíble historia de lucha y coraje se conoció a través de las páginas de El Comercio. El 8 de febrero de 1991, el diario decano publicó una entrevista con Carlos Ocaña Mozo, un joven de 24 años de edad que tenía una sería lesión cerebral que contrajo al nacer, la misma que le impedía caminar y hablar. Esto no lo limitó y lo hizo más fuerte. Por eso, logró ingresar como becado a la universidad y graduarse con honores como contador. A continuación, te contamos su sorprendente historia.
El jueves 7 de febrero de 1991, un cronista de este periódico conversó con Carlos Enrique Ocaña Mozo en su casa, ubicada en jirón General Vidal 724, en el Rímac. En la entrevista, el joven contó que su madre, Manuela Mozo, esperó con ilusión su nacimiento, siete años después de haber tenido a su primer hijo. Sin embargo, al llegar a un hospital policial, no recibió una atención oportuna y el parto fue difícil. Carlos tuvo que nacer de pie (podálico).
Las complicadas maniobras que utilizaron los doctores en el parto dañaron a su madre, a quien le indicaron que ya no volvería a tener hijos. Esto también asfixió al recién nacido, que estuvo cuatro días en la incubadora por problemas respiratorios. Tras ello, los galenos le dieron de alta y no avisaron que este hecho tendría terribles consecuencias para el bebé. Es así como Carlos pasó nueve meses sin llevar ningún tratamiento.
“El doctor Artidoro Cáceres descubrió el cuadro y me trató hasta los 17 años. A los tres años, logré fluidez para hablar, pero una convulsión me causó un gran retroceso. A los seis años empecé a caminar, aunque siempre tropezaba y caía, no dejé de practicar los juegos propios de la niñez”, narró Ocaña. Tiempo después, durante su etapa de niño, Carlos tuvo la oportunidad de estudiar y recibir rehabilitación física en el Instituto “La alegría en el Señor”, cuya dirección estaba a cargo de Emilia Figueroa Galup. De esta manera, empezó su camino hacía un sueño.
Carlos Ocaña estudió primaria y secundaria en ese instituto, en donde sobresalió como unos de los mejores alumnos. En casi todos los grados ocupó el primer puesto. También destacó en matemáticas. Esto le abrió las puertas de la Universidad de Lima, en donde estudió becado. “Estudiar mi carrera, no fue fácil. Las dificultades que debía vencer día a día, comenzaban con el transporte, desde el Rímac a Monterrico y viceversa. Tenía que tomar varios vehículos, con esfuerzo para abordarlos”, confesó.
“Debí soportar comentarios de los cobradores para los que resultaba imposible que alguien con mis limitaciones tuviera derecho al medio pasaje o fuera universitario. Otras desventajas en clase fue expresarme oralmente y escribir con rapidez y en forma legible. Tenía intervenciones que aportar pero me inhibía”, dijo Carlos. Asimismo reveló que estudiar la carrera de Contabilidad le hizo tener orden y claridad: “La amabilidad de los profesores me permitió tiempo extra para lograrlo en las prácticas y exámenes”.
Es así como recién cuando cursó el noveno ciclo de la carrera, dio su primera exposición oral en la clase del profesor Edilberto Sánchez Rubianes, quien se convirtió en decano de la facultad de Ciencias Contables de la U. de Lima. Esto le ayudó a seguir mejorando sus notas. Cabe resaltar que en el momento de la entrevista, Carlos estaba tratando de avanzar su tesis titulada “Implementación de ayudas audiovisuales para la enseñanza de tributación”. Sin embargo, pidió que lo ayudarán porque no tenía computadora para seguir desarrollándola: “Mi padre es retirado y nuestros recursos económicos son limitados; aspiro a dar un aporte al país en materia de orientación al contribuyente. Hago un llamado a los lectores, para que me apoyen en mi trabajo”.
Al año siguiente, en diciembre de 1992, El Comercio volvió a conversar con Carlos Ocaña Mozo. Semanas atrás, el joven peruano había aprobado, por unanimidad, su tesis en contabilidad. También pertenecía al Colegio de Contadores Públicos de Lima. Además, reveló que trabajaba en el Departamento de Investigación de la Facultad de Ciencias Contables de la Universidad de Lima. Todos estos logros lo hacían sentirse muy orgulloso.
“Mis años de estudiante universitario me plantearon algunos retos mayores que al resto de mis compañeros”, recordó. Luego, agradeció a sus padres, a Emilia Figueroa, al doctor Cáceres, a sus profesores y compañeros de la universidad y a varias personas que lo ayudaron a alcanzar este sueño. “Mi gratitud no tiene fin”, dijo, finalmente, Carlos. Después de esa conversación, no se supo nada más de él. Es así como acabó esta historia de lucha y sacrificio que tuvo un joven peruano para lograr uno de sus sueños hace más de 30 años.
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