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Ese día se anunciaba en los diarios limeños que en el cine Monumental se iba a proyectar, el sábado 15 y el domingo 16 de setiembre de 1940, por medio de la cadena FOX, el documental noticioso de la “Batalla de Londres”, un conjunto de combates aéreos que se realizaron entre julio y octubre de ese año durante la Segunda Guerra Mundial. Los limeños podrían ver la heroica defensa de la Real Fuerza Aérea (RAF) ante la aviación nazi.
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Pero a las 4 y 20 de la tarde, del viernes 13 de setiembre de 1940, una de las arterias más transitadas de Lima, la antigua esquina de Coca y Jesús Nazareno (hoy cruce de Carabaya con Santa Rosa, ex Miró Quesada) se paralizó en segundos. Todo había sido planificado una semana antes. Los delincuentes estaban enmascarados y algo locos, pues había que estarlo para robar un banco a esa hora en el Centro de Lima.
En ese cruce de los actuales jirones Carabaya y Santa Rosa (ex Miró Quesada), ocupando el primer piso del Edificio Italia, se encontraba el elegante local del National City Bank of New York, que era el nombre completo de la entidad bancaria, y hacia ella se dirigieron estos bandoleros que la gente de esos años 40 comparó con los gánsters norteamericanos de la década del 30.
Y es que era el mismo estilo desenfadado y audaz de los gringos el que imprimieron en sus acciones los asaltantes limeños. La bola, el rumor llegó incluso a hablar de “muertos y heridos” en ese “impredecible” y “mítico” asalto. No obstante, la verdad fue recobrando su lugar y los medios de prensa, como El Comercio, se encargaron de contar la historia con la precisión del caso.
El cronista de diario decano se dirigió al lugar de los hechos, minutos después de lo que habría sido un feroz asalto. Lo que encontró fue un tumulto de personas, hombres y mujeres, frente a las puertas cerradas del banco. Pero los curiosos aumentaban a la vez que iba esparciéndose entre ellos la noticia de que el National City Bank había sido asaltado. Testigos claves fueron los quiosqueros que contaron haber escuchado disparos dentro del local y luego haber visto salir corriendo a unos hombres, con y sin saco, con dirección a la calle Coca (Carabaya).
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El reportero de El Comercio se esforzó en superar la barrera humana que fisgoneaba cerca hasta que pudo acceder a la “puerta falsa” del banco, que se hallaba en el mismo Edificio Italia. Había un ambiente tenso, de miedo aun por lo vivido minutos antes.
El periodista ubicó al gerente del banco, el señor Arthur Dewey, quien le relató lo siguiente: “Habíamos cerrado nuestras puertas al público a la hora de costumbre. Los empleados se encontraban dedicados a su trabajo de liquidación y demás. Yo estaba en mi escritorio estudiando unos papeles, Es decir, el banco seguía su vida normal”.
De pronto, contó Dewey, irrumpieron varios sujetos por la puerta de la calle de Jesús Nazareno (Santa Rosa, ex Miró Quesada); se aparecieron todos con revólver en mano, gafas negras y bufandas de distintos colores que lo usaron para cubrirse los rostros hasta las narices.
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Los delincuentes eran de talla mediana, y muy escurridizos; en segundos se ubicaron en diversas áreas del local bancario. Uno de ellos hizo disparos para intimidar a los empleados y ejecutivos. Se dirigieron a la sección giros y a la ventanilla del pagador que atendía el empleado Enrique Garland, y luego a la ventanilla del recibidor donde estaba otro empleado, Francisco Fernández. Apuntaron con sus armas al gerente Dewey, a quien retuvieron en su oficina. Amenazaron con disparar a los trabajadores, y llegaron a herir al portero Alejandro Rosales, quien luego sería conducido a la Clínica Villarán, en la avenida Alfonso Ugarte (hoy es la Clínica Señor de los Milagros).
“Luego se apoderaron el dinero de las cajas que sirven para las operaciones del día, guardando una parte en sus bolsillos y poniendo el resto en un abrigo azul, con el que hicieron un atado”, relató nerviosamente Dewey. El gerente bancario respiraba agitado, con cierto desasosiego.
Enseguida contó que la banda completa fugó por la misma puerta por donde había entrado; entonces varios trabajadores salieron detrás de los asaltantes, mientras otros fueron a atender al herido que se quedó en el suelo, desangrándose.
Dewey y los otros testigos coincidieron en decir que uno de los asaltantes era de alta estatura, delgado, trigueño y llevaba puesto un abrigo azul. Los otros tenían los mismos rasgos físicos, pero eran de menor talla. La banda se llevó aproximadamente 100 mil Soles de Oro de esos años.
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El comisario de la zona, Julio Horna Zegarra, y el jefe de investigación, Alberto Montoya Pastor, junto con varios detectives acudieron al lugar de los hechos. En tanto, el reportero de El Comercio se acercó a un empleado que le mostró cuatro casquillos de balas de una pistola, calibre 25. En total, la banda disparó esa tarde unas diez veces dentro del local bancario.
Otros testigos, como el joven canillita Augusto Llanos, cuyo quiosco estaba en la calle Filipinas (5ta. cuadra de Carabaya), señaló que vio a tres hombres salir a toda velocidad del banco. “Uno iba con saco y los otros dos sin él”, narró. El que tenía saco, lo usó para llevar el dinero en la parte baja, que recogió haciendo un bulto; y los otros llevaban los bolsillos de sus pantalones repletos de dinero. “Un policía los persiguió montado en una bicicleta por Coca”, dijo Llanos.
Una vendedora de lotería de la calle Jesús Nazareno (Santa Rosa), Felícita Baldocero, añadió que vio un hombre vestido de azul, con un bulto del mismo color donde, al parecer, llevaba muchos billetes que prácticamente estaban a la vista, lo mismo que sus bolsillos rebalsados de billetes, e incluso algunos de estos llegaron a caérsele a la pista.
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“Le dije: ‘Oiga, se le cae la plata’, pero no me hizo caso; siguió corriendo hacia Filipinas”, contó la señora Baldocero. Los dos testigos concordaron en haber escuchado disparos provenientes del interior del banco. Un auto los habría estado esperando en la misma calle Coca (Carabaya).
Esa misma tarde, antes del cierre de la noticia solo con el dato del robo y los malhechores prófugos, llegó una información policial: al menos dos de ellos habían sido capturados e incluso el dinero había sido recuperado. Los delincuentes estaban en la Prefectura de Lima, en la avenida España, cerca de la avenida Alfonso Ugarte. En las puertas del local abundaban los periodistas y los curiosos, y allí el reportero del diario decano confirmó la información que había recibido minutos antes.
En la oficina del Inspector General de Investigaciones, al lado de oficiales de la policía, se hallaba el gerente del National City Bank, el señor Dewey, quien conversaba al parecer con dos personajes claves en la captura de parte de la banda: uno era el oficial de investigaciones, Leonardo Ledesma; y el otro el guardia de seguridad y tráfico, Matías Ramírez. Los dos habían capturado a uno de los criminales recuperaron casi todo el dinero robado que este llevaba encima. Se supo que Ledesma, que en ese momento estaba desarmado, hizo frente al asaltante armado, y con coraje, decisión y audacia lo redujo con la ayuda final de Ramírez.
El reportero fue testigo del conteo de los billetes, uno por uno, a cargo del comisario de investigaciones, Nicanor Pacheco, hasta contarse el total que ascendió a la suma exacta de 123.075 Soles de Oro, los cuales fueron entregados íntegramente al señor Dewey en una gran caja de cartón.
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Pero, ¿cómo fue en realidad esa rapidísima captura? El Comercio informó en los días siguientes los pormenores de este caso delictivo del que tanto habló Lima a comienzos de esa década de 1940. El miércoles 18 de setiembre de 1940, el diario reseñó que los investigadores de la “Brigada de Asuntos Criminales” habían atrapado a dos componentes más de la banda que había asaltado el National City Bank of New York.
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Se supo entonces que en la primera captura no solo habían intervenido valerosamente el investigador Ledesma y el guardia de tránsito Ramírez, sino que también colaboró un humilde pero valiente chofer del transporte público de Lima, el señor Córdova. ¿De que forma? Entre las calles Mandamientos y Chávez de Belén (hoy cuadra 1 y 2 del jirón Pachitea), Córdova fingió que el motor de su unidad de transporte se había descompuesto. Así quedó atravesado y los delincuentes que huían en un auto pudieron ser detenidos tras una dura resistencia.
La búsqueda incesante de los oficiales de la policía fue dando sus frutos. Para el jueves 19 de setiembre se pudo confirmar los nombres de los detenidos el día anterior: fueron los asaltantes Justo Peñaflor Bahamonde, capturado a las 7 y 30 de la mañana en un cuarto de la calle Debernardi (hoy jirón Manuel Pardo, Barrios Altos). Peñaflor tenía el revólver con tres casquillos quemados, por lo que se presumió que fue quien disparó al guardián Rosales durante el asalto al banco.
El otro detenido fue el chofer de los malhechores, Víctor Portal Rizmonte, quien esperó a la banda en la calle Coca (Carabaya) para apoyar su fuga. Portal cayó en la calle Gamarra, en Chucuito (Callao), y pese a que estaba armado no opuso resistencia ante la presencia de los agentes policiales.
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Ambos delincuentes admitieron su activa participación en el asalto bancario del vienes 13 de setiembre de 1940. Dieron muchos datos que permitirían llegar al resto de la banda. En total, hasta ese momento, habían caído cuatro miembros del clan. A estos dos mencionados, se sumaron los dos primeros: Carlos Ruiz Gómez, atrapado con el dinero encima cuando fugaba en el auto criminal, minutos después del asalto, y quien tenía una doble vida en el Callao como sastre; y Humberto Camacho Chipulina, quien intentó negar su participación, pero el interrogatorio policial y las evidencias que lo incriminaban terminaron con sus coartadas y confesó finalmente. Entregó su pistola marca Estrella de 15 tiros.
El quinto y último miembro atrapado por la policía en esa semana posterior al asalto fue Fausto Molina Martínez, quien estuvo a punto de huir de las manos policiales el lograr embarcarse en el vapor ‘Urubamba’, que iba a zarpar hacia el norte del país. Molina buscó entrar como “pavo” en la nave, es decir, como un tripulante mil oficios, ayudante de todos los puestos; sin embargo, sus planes se truncaron antes de salir a alta mar.
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El punto de contacto de todos los miembros de la banda era el “Terminal Marítimo” del Callao. Ellos se conocieron allí. Eran, finalmente, hampones con poca experiencia o al menos no eran delincuentes avezados. Ninguno tenía antecedentes policiales. En sus confesiones, declararon que habían planificado antes un asalto parecido en una agencia bancaria del Callao, pero que desistieron puesto que creían que podían ser más fácilmente identificados por los mismos agentes de seguridad del local. Por eso, se dirigieron a Lima y estudiaron (reglaron) algunas agencias hasta decidirse por la agencia de la National City Bank of New York.
Eligieron esa agencia bancaria porque ocupaba un solo piso de esa esquina del Edificio Italia, y vieron una rutina más segura en sus instalaciones. Aprendieron los movimientos de cada empleado y del gerente. Y así no lo dudaron y dieron el golpe… Debían actuar rápidamente para evitar la reacción de los empleados y jefes, pero el guardián herido y el nerviosismo de los disparos los descontroló un poco. De nada les sirvió ver tantas películas de gánster de los años 30, de donde sacaron la inspiración criminal esa tarde de setiembre de 1940.
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