Encuentros sexuales del tercer tipo
Esta ha sido una semana extraña. He escuchado de más de una persona (amigos, conocidos y hasta de un ex) que el bíblico “no desearás a la mujer (u hombre) de tu prójimo” es un cliché pasado de moda y me he preguntado: ¿Cómo el sexo –con otro/as– había trastornado la relación con su(s) pareja(s)? Lo único que he podido concluir de esta racha de confesiones, posturas, poses y nuevos tipos de “fidelidad” es: que viva la monogamia.
¿CUÁL ES TU LÍMITE?
La noche del domingo estaba viendo con medio ojo Project Runway (mi nuevo vicio del fin de semana), exhausta después de la maratón de conversación, risas, comida, alcohol y rock n´ roll que supone cada visita de mi querida Alejandra a Lima, cuando de pronto timbró mi teléfono. Era mi mejor amigo local. Debo decir “local” refiriéndome a términos absolutamente geográficos, para evitar resentimientos de mi mejor amigo “universal” que vive fuera del país; así no siento que yo pongo los “cuernos” de la amistad con otro guapo chico, él no siente que “nadie ocupa su lugar” y todos felices.
Pude detectar por su voz que mi amigo estaba desesperado. Crisis al volante, pensé. Y empecé a revisar si en el pequeño bar que hay debajo del lavadero de la cocina quedaba algún resto de la fiesta de mi último cumpleaños.
La historia es esta. Hacía un año que su novia se había ido a estudiar un máster a Canadá. Habían estado juntos por dos largos años y a pesar de quererse mucho, al separarse trataron de ser racionales y rompieron palitos para no sufrir en el futuro.
Sin embargo, por lo que él me había contado las veces en las que nos encontrábamos en el ciberespacio, ambos habían pasado meses de constante e intenso contacto blackberriano, facebookiano, e-mailiano, skypeano, twitteriano, echando mano de toda la tecnología disponible para no sentirse lejos.
En una de esas tardes de domingo, yo le había preguntado si quería acompañarme al cine, a lo que él había respondido:
- Tengo una cita.
- ¡Ajá!- exclamé.
- No, no –respondió con una risita que no pude descifrar. Es con J.
- ¿J está en Lima?
- No, pero se va a conectar en un rato. Estoy esperándola.
- Ah –exclamé y cerré el pico como una buena amiga que no juzga y menos a sus mejores amigos (esa es la tarjeta bonus de la amistad).
Yo, que no suelo preguntar, no tuve que esperar mucho para saciar mi curiosidad. Creo que él se sintió en la necesidad u obligación, qué se yo, de hacerlo y me dijo que no, que no estaban juntos otra vez, pero que se extrañaban y que necesitaban comunicarse de vez en cuando. Pero una cosa es mantener contacto de tanto en tanto y otra que tu ex novia se reencarne en una nueva relación codependiente de algún sistema tecnológico entre ambos, es decir, a esas alturas la relación de a dos había pasado a ser un trío.
Y todo iba bien hasta que esto se convirtió en un trío de verdad. Una de las razones por las que decidieron terminar fue por el “amor de lejos, amor de dos grandes pendejos” y así fue. Él le fue infiel y no se le ocurrió mejor cosa que contárselo a ella. Hasta ese momento yo pensaba “bueno, por lo menos fue honesto”. Los que pensamos eso estábamos equivocados. J, en lugar de insultarlo, mandarlo por un tubo y colgarle el auricular (pensé en mis propias reacciones, mujer a la que ya le sacaron la vuelta vale por siete), le pidió detalles de cómo, cuándo, dónde y cuántas veces lo hizo con la “otra”, a lo que él contestó con lujo de detalles.
La situación se repitió y pasó lo mismo. Según las palabras de mi pata, confirmar con cada infidelidad que “ella” seguía siendo “el mejor sexo de esta y todas sus futuras vidas” lo hacía enamorarse más y a ella sentirse aún más especial, a tal punto que ambos decidieron volver a ser novios. Novios con “libertad condicional”, se decían. Yo había empezado a salir con un chico que me dijo que la infidelidad es algo que jamás perdonaría, cuando me enteré de la nueva relación de mi amigo. Cuando me contó el nuevo “acuerdo” entre J. y él, le dije lo que pienso mirándolo a los ojos: dead man walking, hombre caminando por el corredor hacia la agonía y muerte de una relación. La razón es simple (para mí): yo no podría. No encuentro el morbo en saber e imaginar a mi chico con otra. Sin embargo cada loco con su tema y si así son felices, pues qué bien.
Él me respondió esa vez que ellos eran “progres”, que lo suyo iba más allá de cualquier convención social, que tenían las mentes más amplias y hasta me recomendó probar su moderno sistema de parejas aplicada a los tiempos actuales, a lo cual yo seguía respondiendo como robotito: “yo no la hago”, “soy fiel, ¿qué le voy a hacer?” y “cuando me gusta alguien, me gusta solo ese alguien”. Sí, admito que la tentación existe y que más de una vez, cuando he estado emparejada, los ojos se me han ido detrás de algún Jude Law local, tampoco niego que le haya seguido el jueguito del coqueteo a algún chico o ex alguna vez, pero cuando estoy con alguien, salvo un tropezón en mi pasado lejano, quiero y deseo solo a mi “alguien” y tengo las más grandes esperanzas de ser también “su” alguien.
Pero mi amigo insistía y con el whisky que íbamos tomando se ponía más terco, me acusó de retrógrada, de vivir en una muy equivocada época en la que Jane Austen ya sería una “swinger”, de ir por la vida de liberal “enclosetada”, que la infidelidad era una realidad así la pareja viviera en distintos hemisferios o en la misma cama, que hablaba sobre la libertad de la boca para afuera, y que yo o era una reverenda hipócrita o tenía una moral más ingenua y ridícula que la de Hello Kitty, como para creer aún que en este mundo alguien es inmune a sucumbir a la tentación de echarse un polvo extramarital por ahí. Yo lo mandé derechito al diccionario de la Lengua Española a revisar la palabra “liberal” y de ahí a la mierda. Felizmente de mi sofá a la puerta de mi casa, hay tres metros así que le dije que camine nomás y se deposite en la calle.
Pero la rabia se quedó dentro. ¿Qué diablos se había creído este pata mío, ahora seudoamigo, para juzgarme, y peor aún, para etiquetarme como una persona de doble discurso, es decir, una especie de monja con hilo dental atigrado debajo de la sotana?, o ¿la verdad es que soy tan alien como un habitante de Plutón para creer que algo tan “pasado de moda” como la fidelidad es indispensable para una relación de a dos?, ¿he estado equivocada todo este tiempo terminando relaciones o condenando como a hijos de puta en primer grado a todos los infractores de la ley de la monogamia con los que me he cruzado, en vez de aceptar que esa es la naturaleza humana y punto?
Conozco a parejas que eventualmente se son infieles, conozco a mujeres infieles, a hombres infieles. También sé de aquellas que saben que les ponen los cuernos y se hacen las locas y aquellos que las recompensan con hijos y vidas para página de revistas sociales, y muchas otras ellas que son infieles pero sin que nadie, ni ellos, se den cuenta. También sé de parejas y sus relaciones abiertas que hablan sin ningún tapujo de ellas. ¿Razones, motivos, explicaciones? Nadie sabe lo que pasa tras las puertas cerradas.
Una compañera de trabajo piensa que si su novio se masturba le está siendo infiel y se lo ha prohibido (¿lo cumplirá?) y un ex novio considera que la infidelidad solo consiste en tener relaciones sexuales propiamente dichas con otra, mientras se revuelca, besa, agarra contra la pared y le mete mano a cuantas le viene en gana.
Sin embargo, también sé de parejas que se son fieles; son pocas, debo admitirlo, pero no soy una niña de secundaria que quiere copiar el modelo de Trapper Keeper de la chica popular del colegio, la (in)fidelidad es cuestión de cada uno. Es, como el amor, una decisión. Solo, uno vive según sus propias reglas, acompañado, ya es otra cosa mariposa.
Ya de regreso a la tarde del martes feriado, el amigo que me llamó desde su carro para decirme que estaba en la esquina de mi casa, lloraba entre el vino barato que le invité y los cuatro cigarros que fumaba a la vez porque ahora J. le había sido infiel, no una, sino varias veces con un mismo chico durante todo un fin de semana en el que estuvo “off line”. La escuchó, incluso los detalles íntimos que tanta “chispa” le agregaban a la relación, pero no lo disfrutó.
No le dije “bien hecho, te dieron de tu misma cucharada” con mirada de profesora de matemáticas. Claro que siento que la pase mal. Sin embargo, aunque sigo pensando que toda persona es libre de decidir llevar la vida que mejor le parezca, y cuando uno está en pareja las reglas tienen que ser acordadas por ambas partes, habría que tomar en cuenta que cuando de las emociones que llevamos dentro se trata, y las estamos poniendo sobre la mesa de juego debemos ser capaces –o pensar cuánto podemos serlo– de soportar las consecuencias. Jugar con las emociones propias y ajenas es jugar con fuego.
No he terminado de vivir, siempre digo eso, por lo mismo, no sé cuanto voy a cambiar ni en cuánto más me voy a equivocar; pero hoy puedo decir que soy y seré fiel, y exigiré lo mismo de mi compañero de andanza, qué importa que cuando me mire al otro lado del espejo vea a un peluche de cabeza gigante y lazo rosado en la oreja, con el que jugaba de niña, llamado Hello Kitty.
Una buena canción de un grupo desconocido hasta hace poco gracias a M., alguien con quién sucumbiría a cualquier pecado, capital o no.
Les deseo un lindo día con esta bonita serenata por el Sr. Andrew Bird.