Quiero ser una lady
Caminaba de la mano de Catalina, mi sobrina, en busca de una camisa de jean (jamás se puede tener suficientes) en un centro comercial cuando una mujer a la que yo no conocía me miró como si hubiese visto al diablo en persona. ¿Esa mirada demoniaca ha sido para mí?, dije en voz alta y miré a Cata que estaba totalmente concentrada en darle otra lamida a su chupete.
Seré despistada y tengo severos problemas de memoria a corto plazo pero soy buena fisionomista, pero esa noche no puede dormir hasta recordar quién era esa mujer de gesto amargo que me había atravesado, desvestido y quemado en la hoguera de las brujas de una sola mirada. Ajá. Logré recordarlo Era Lady4, la primera mujer que me ha detestado en esta vida.Como toda historia, aunque sea de horror, esta tiene un comienzo.
La amistad me introdujo a edad muy temprana al mundo de las “ladys”, es decir, algo así como el planeta que habitan las Barbies, pero con mujeres reales y sin el requisito de ser una rubia guapa alta de proporciones perfectas que siempre está parada de puntitas así no tenga tacos; algo que de pequeña me parecía extraño –yo no fui una niña que vivió en el mundo de los tacos ni el maquillaje de mi mamá, sino en el país de los jeans rotos parchados y los juegos de parque con mi hermano- y que ahora me parece lo más freak de eso de andar con cero comodidad por la vida así seas una muñeca.
[No sé cuánto durará la vida de una Barbie pero en unos pocos años estas muñecas terminan calatas en alguna caja de juguetes viejos en la misma incómoda posición, el pelo falso hecho trizas y con la sonrisita pintada. Pobres. El haber sido hechas de plástico en alguna fábrica taiwanesa solo les permite tener una sola expresión, sino su gesto hubiese sido de puro dolor y ganas endemoniadas de vengarse de quien las diseño de esa forma.]
Como no puede ser de otra manera conocí a las Ladys en misa. Sus padres eran amigos de los míos. Yo me hice amiga de la menor de las hijas que me llevaba un par de años. Así que fue gracias a nuestra amistad y la confianza en ese hogar virtuoso y de intachable moral que me dieron permiso para ser amablemente adoptada un par de tardes a la semana.
Inocente yo, me convertí en una asidua visitante de Ladymundo. Y estaba fascinada. Todo parecía perfecto. Todo era hecho como se debía. No existían ni el desorden ni los conflictos ni las peleas. No había caos, no existían el miedo ni la tristeza, nada traspasaba las sus altas murallas rosadas. Ahí las familias eran felices y punto. Al menos, era lo que pensaba en ese entonces. Yo estaba feliz, era una más. Yo quería ser una lady.
Mi mejor amiga era la menor de cinco mujeres: Lady 5 (sus hermanas eran, claro, lady1, lady2, lady3 y lady4). En la casa siempre había un clima de tranquilidad porque ladies 1, 2 y 3 ya tenían enamorado. Es decir, mis visitas coincidían siempre con uno de los novios de las tres mayores de la familia que por lo general se sucedían dentro de la mayor compostura, reglas de educación que parecían sacadas del Manual de Carreño y un perfecto respeto por el tema jamás hablado: sexo. La virginidad estaba implícita. Lady 1, 2 y 3 eran vírgenes (la posibilidad de que no lo fueran era inexistente) y tenían que serlo hasta el día de sus respectivas bodas, o por lo menos hasta la “pedida de mano”.
Lady 5 y yo fuimos amigas por siete años. Yo me sentía segura en Ladylandia. Las reglas de lo bueno y lo malo estaban escritas en todos los baños y creo que cada una tenía un libro de “cómo ser una lady” en sus mesitas de noche. Era como pertenecer siempre al bando de los buenos; seguir el camino de una Lady te aseguraba el camino a la felicidad de la Familia Ingalls, claro, sin las limitaciones económicas de papá Michael Landon. En la fantasía Lady el marido llegaba con un pan y una American Express Oro bajo el brazo.
Sin embargo los años pasaron, y el Ladymundo no estuvo preparado para lo que después llamarían alta traición, un fallo inesperado en el ya trazado camino de estas cinco señoritas de su casa que nadie estuvo dispuesto a barrer debajo de la alfombra imitación persa. La intrusa, o sea: yo.
Cometí el pecado cardinal: robarle el marido imaginario a lady 4, la siguiente en la sucesión al trono de las “comprometidas” (en Ladylandia basta tener enamorado para ser parte del mundo rosa de la aceptación social, la calma hormonal y la seguridad de estar armando otra nueva familia feliz).
Pero bueno, a estas alturas de mi ¿qué demonios es una lady?
Una lady no dice lisuras, no se chapa a nadie que no conozca, jamás se emborracha y sabe que al sentarse siempre tiene que juntar las piernas, jamás se vestirá ni muy zorra ni muy monja, lo justo para gustar sin perder su candidez así esta se evapore con el tercer aguaymanto sour. Una lady solo sale con hombres que tienen carro, que las van a buscar a su casa y las devuelven intactas antes de las 2 a.m.., tienen mamás idénticas a Lady Mamá, y que además tienen trabajo con futuro, título profesional preferible, juega tenis –o una pichanguita con los amigos de la universidad- y por lo menos han viajado una vez a Miami.
Una lady es una chica sin edad; puede tener veinte o ser una treintona o cuarentona que siempre será el sinónimo de virtud en todos los sentidos de la palabra. Es la “linda” de la película, y si no es bonita es amiga fiel buena que espera pacientemente que el chico malo y churro se convierta con su amor en bueno, con el que se muda a Ladymundo, previo paso por el altar y la municipalidad (sino, no corre) y sigue disparada a seguir con los pasos de la Ladyvida.
La verdad, pensándolo un poco, la vida de una lady es bastante corta y un poco repetitiva, después de casarse, tener hijos y llevar una casa, el siguiente paso es entrenar a sus hijas mujeres, si las tienes, en el camino Lady. Si no, las sobrinas o hermanas siempre podrán ser un comodín, alguien tiene que ayudarlas después de todo.
¿No se han fijado en la cantidad de mujeres con niñas pequeñas que dicen en voz alta y sin ninguna vergüenza que quieren que sus hijas sean unas “señoritas”? Para mí, una especie de mini María Antonietas nacidas y criadas para ser lo que la corte marcial de las apariencias y el qué dirán asientan y den el visto bueno, es decir, que sean buenas futuras novias, esposas y madres. Porque acá no hay tintas medias, o eres una lady o de frente eres enviada por un tubo al mundo de las rucas.
Fíjense que cuanta más ruca-caleta fue la madre, más lady-evidente querrá que sea su prole femenina. La conciencia de un pasado ruco hay que borrarlo con Sapolio y como sea. Qué mejor que nuestra descendencia. Los hijos varones están exonerados de la Ladycruz de la sociedad, a ellos que los eduque su padre.
Ellos no tendrán que decidir si quieren ser hombres virtuosos de conducta intachable o el más promiscuo de los pendejos. Felizmente ellos lo único que tienen que elegir entre a la que se tiran o con quién se casan. Y si es la misma, bueno, eso nadie se lo dice a nadie. Por lo menos no en voz alta.
Ya en la universidad, la familia Lady vio en mi grupo de amigos guapos y solteros, casi todos hombres, el target perfecto para emparejar a lady 4, pues lady 5, mi mejor amiga, tenía novio.
Además, Lady 4 estaba en la peor posición de todas: la mujer desesperada, la mujer de 26 años a la que la sociedad señalaba con un dedo y ya tenía pesadillas con voces, incluida la frutera de la esquina, llamándola “solterona”.
Después de todo, ya tenía “veintiséis”.
Lady 4 se inmiscuyó en mi vida con un único propósito: marido, marido, marido. Entonces, empezó a andar conmigo, mi novio y mis amigos. Íbamos a ver a Mar de Copas, a La Noche, a bailar a Bauhaus, y ella se convirtió en nuestra sombra. Primero caleta, luego se hizo la nueva del grupo.
Y pasó lo que no tenía que pasar.
Lady 4 decidió que uno de mis tres amigos iba a pasar a ser su futuro pretendiente-galán-enamorado-esposo-padre de sus hijos. Él era el mismo chico a quien yo le gustaba en secreto. Yo la verdad, ni cuenta (como el resto de la mancha). Yo tenía novio y era feliz con él. Un punto más para mí en Ladymundo. Un punto menos para Lady4.
Entontes, la familia pasó a hacerle el popular corralito. Como el chico en cuestión era el buena gente del grupo, en típico bonachón que antes de matar una mosca le pedía permiso a su mamá, fue presa fácil de las garras de los planes de la Ladyfamilia; pero si bien parecía algo tonto, no lo era tanto. Todos los del grupo de la universidad teníamos más claro que el agua que a él le gustaba Lady4 tanto como una patada en los huevos, pero como ya éramos mayorcitos de edad dejábamos que cada cual hiciera lo que le diera la gana con su vida.
Era tanta la presión sobre esa no-relación, que cada vez que Lady4 me preguntaba:
-¿Por qué no le gusto a Fulanito?, yo no contestaba la verdad.
Recuerden que las ladys no quieren escuchar la verdad, sino respondía con una mentirita blanca:
-No sé.
Y claro que sabía: no le gustas y punto, y jamás le vas a gustar. ¿Pero qué sabía yo de eso de planear maridos y matrimonios si acababa de terminar de estudiar?, nada.
Pero se acercaba el triángulo de las Bermudas.
Ese año terminamos la universidad y yo terminé con mi novio. Ya no estaba enamorada. No sé cómo se hace para dejar de amar a un chico que siempre fue de puta madre contigo, pero pasa.
Entonces, entre mi sentimiento de culpa y las últimas noches de conciertos de chela barata y borracheras de despedida de nuestra vida universitaria, ese chico, mi amigo, me confesó que hacía largos meses estaba enamorado de mí.
A mí casi me dio un infarto. Primero pensé que bromeaba, con el paso de las semanas me di cuenta que era verdad. Me quería. Pero la realidad era esta:
1. Acababa de terminar con mi novio, al que además adoraba, pero como amigo.
2. Chico era muy amigo de mi ahora ex novio.
3. Lady 4 era mi amiga.
4. Lady5 era mi mejor amiga.
5. La familia de Lady4 había cerrado filas para que ellos se unieran sí o sí. Hasta ahora no puedo imaginar cómo iban a lograr que alguien se enamore de alguien.
6. Después de mucha insistencia y coquetería Chico 2 había logrado su cometido: comenzar a gustarme.
Esta Ladyhistoria continuará en el próximo post.
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Siempre me han gustado el video y la canción. Para las que no nos gusta fingir (en ningún lado).
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