Un juego de navidad
Vamos a jugar un juego. ¿A cuantos grados de separación estás de alguien que sufre hace mucho tiempo por un amor imposible? Instrucciones:
Mucho tiempo: pueden ser dos semanas, tres meses, seis años, toda la vida.
Grado de separación: si conoces personalmente a la persona que sufre es un grado, si es alguien que conoce alguien son dos y así sucesivamente.
¿Cuántas personas tienen en su lista?, ¿están ustedes en su lista?
Sin mucho esfuerzo ya tengo cuatro nombres en la cabeza de personas que conozco (un grado de separación) que por los siglos de los siglos siguen emocionalmente amarradas a alguien que no les da pelota. Y todos estos casos están a un grado de separación mío.
Mi amiga Mariana está hace seis años con su ex. Es decir, hace ocho años estuvo con el pata, dos años después la dejó. Desde ese momento han pasado seis años en los que él viene y va, muy rara vez, pero es suficiente para que las migajas rancias que le tira le sirvan de alimento a eso que la amarra a ese patín y siga esperando las próximas.
Pero aún, una de mis mejores amigas, divorciada con un hijito, Flavia, está con un chico al que no quiere. Lo trata mal y bien a la vez. Cada vez que se pelean (es decir, que terminan), ella nos cuenta que no lo quiere, que es un chibolo, que no tiene futuro con él, pero… a los tres días vuelve con él y vuelve a estar contenta. Yo solo suspiro, no juzgo (porque ya di mi opinión ocho terminadas antes) y la bueno, la vida sigue.
Mi amigo Miguelito está obsesionado con su ex, con la que no está hace un año. Cada vez que lo veo (veces que se han ido reduciendo porque los oídos llegan a un punto que te suplican: “por favor, esa historia no otra vez”) dale con lo mismo. Ella, ella y ella. Si le digo vamos a una fiesta, me dice que seguramente ella va a estar ahí (cosa que nunca ha pasado), si estamos en la fiesta y ella no está él dice que seguramente ella se fue a otro lugar porque no es exactamente la música que le gusta; y cuando al fin deja de hablar de ella (y yo pienso: al fin, nos vamos a divertir) él se queda en silencio con cara de funeral y sí, está extrañándola.
Por último está la querida prima Giulia. Esta es de terror. El pata la afanó el verano pasado como un maniático hasta ella dijo que sí, tres meses de amor después, la dejó como a una papa frita diciéndole que jamás la había querido. Los siguientes tres meses Giulia lloró, gritó, puteó, como todos, pero cada vez que este infeliz la llamaba, le mandaba un sms o un tuit, ella contestaba con la mayor calma y buen humor. Yo le preguntaba intrigada: ¿por qué le hablas así?, a lo que ella respondía: porque quiero estar con él y voy a volver con él. Yo pensaba y pienso: ¿así?, ¿qué truco de magia vas a hacer? Ya pasó un año y Giulia sigue en las mismas.
¿Creen que estás son historias inusuales, poco frecuentes y que a sus protagonistas les falta un tornillo? Pues no. No tiene idea de la cantidad de personas que me han escrito a lo largo de este año contándome siempre la misma historia de Mariana, Flavia, Miguelito y Giulia: él/ella no me quiere, tengo clarísimo que él/ella no quiere estar conmigo pero yo, seguiré esperando porque lo amo.
Acá entra la cuestión del amor eterno o mejor dicho, el de las excusas para no pasar la página. Yo estoy segura que estos cuatro personajes ya no están enamorados de las personas que no están con ellos.
También estoy segura que tienen miedo. Miedo de estar solos, miedo de empezar otra vez, miedo de enfrentar la realidad, miedo de sentirse los peores perdedores del mundo, miedo de haber fracasado y el peor de todos, miedo de sufrir (aunque ya estén sufriendo).
Cuando escucho o se de alguien que sufre por un amor que perdió hace mil años un escalofrío me hace temblar. Porque conozco lo que es el dolor de no estar con alguien a quien quieres y que no te quiere, o que te ha dejado. Imaginarme ese dolor extendiéndose a través del tiempo es algo que no puedo entender. Yo simplemente no podría. Esa clase de sufrimiento es algo tan fuerte, algo que te deja tan herido que no podría permitirme vivir con él eternamente. Es más, suspiro en este momento al saberme segura de dos cosas. Ali, la víctima ya no vive en mí. Se fue hacia otros parajes y ojala no regrese jamás. Costó trabajo, pero se fue. Ahora, sí, siento miedo ese futuro que me cuesta ver, si, pero prefiero temer (de vez en cuando) qué pasará, que aferrarme a algo que no existe o que no me hace feliz.
Porque ya cerré el círculo. Le dije chau a una persona, una etapa, una relación, un error, un sentimiento, un recuerdo o lo que sea que fuere.
Y si creen que esto lo aprendí leyendo un libro, están equivocados. Yo ya la pasé. Terca como mula (como me decía mi madre), estuve pegada como una rémora a un chico que me quería sí, pero que no podía con el compromiso y cada vez que le daba miedo estar en una relación en serio conmigo, me dejaba. Volví con él tres veces en tres años. Cuando estaba conmigo estaba feliz, cuando me dejaba parecía un muerto viviente.
Estaba tan agotada de ilusionarme, volverlo a querer, sentir su maltrato (es decir, ver como empezaba a alejarse otra vez) y volver a ser la papa frita que dejaba tirada en el camino, que cuando intentó por cuarta vez volver conmigo, no hice otra cosa que coger mi cartera y mis llaves. Caminé hacía la casa de una amiga, que estaba almorzando con mi mejor amigo. Me senté y les dije: “quiere volver conmigo… otra vez”. Ambos se miraron como si acabaran de ver al demonio en persona.
-¿Y tú qué quieres? –preguntó Alejandra.
Yo sólo quiero olvidarme de todo, pero él no me deja (si, ja, “él no me deja”) –dije con mi voz de lamento, con la que hablaba Ali la ex – víctima.
Esto es lo que vamos a hacer –dijo Joaquín- tienes que terminar con esa historia. Así que ahí está en teléfono. Tienes un minuto, sólo un minuto para llamarlo y decirle que ya te ha hecho suficiente daño y que no se vuelva a acercar. Eso es lo que quieres ¿no?
-Si- dije con un hilito de voz.
Bueno, vamos a salir al pasadizo. Un minuto, ya sabes. Y se acabó.
¿Y saben que pasó? Lo hice. Y en menos de un minuto.
Colgué el teléfono, abrí la puerta y sentí como si me hubieran quitado ochenta bolsas de cemento de encima. Estaba tan asombrada de mi misma que tenía ganas de cantar a gritos “We are the Champions” o la canción de Rocky. El orgullo y el amor propio le ganaron al miedo esa tarde. Y la tarea de comenzar a olvidar esa historia de amor malsano no fue fácil, pero fue posible y menos dura de lo que imaginaba.
Pero no se trataba de la adrenalina de una venganza que le debía, ni un punto para mi orgullo ni siquiera darle un poco de su propia medicina, había cerrado un círculo al fin; yo había terminado con él, con nuestro pasado y con todos esos de relación. Punto final.
Y con el tiempo aprendí que para poner un punto final no se necesita siquiera hacérselo saber a la otra persona. Nosotros somos los únicos que decir: “basta, hoy termino contigo y vuelvo a estar conmigo”.
¿Por qué este el tema mi post navideño? Porque muchos sabemos lo terrible que es estar en los días del “amor y la paz” y tener un tormento emocional que nos taladra el corazón.
Así que tengo un idea, en vez de esperar que ese amor y esa paz venga de otra persona, peor aún, de alguien que no nos quiere o no nos quiere bien, ¿por qué no nos regalamos ese amor y esa paz a nosotros mismos? No es imposible. El desamor no dura para siempre, el amor muchas veces, tampoco. Esfuércense un poquito, quiéranse mucho.
Ese es mi regalo para ustedes, la esperanza (ya que estamos en pleno uso de términos navideños) de que todo es posible, solo si uno quiere. Siempre hay alguien a quien amar; padres, hermanos, amigos, sobrinas, esos que nos quieren bien, a pesar de todo y para siempre.
¡Feliz navidad a todos!
Ali
Si no han visto Toy Story 3, no vean este video. Si ya la han visto, saquen su Klennex y comprueben que todos los finales son nuevos comienzos.
Esta debe ser una de las canciones de Elliot Smith que me gustan más. Ahora que empaco maletas, estoy escuchando CD´s que tenían guardados.
Y una canción que he empezado a cantar todos los días.