Mami… ¡la luz!
¿Qué cosas suceden con el apagón?
Cuando las luces se apagaban sabía que solo el tiempo podía regresarme el sentido de la vista. Cinco o diez segundos eran suficientes para que mis ojos se acostumbraran a la penumbra y así guiar mis pasos hacia esa vela blanca y alargada con mecha negra. Esa vela de apagón que todos en Lima, en los años ochenta e inicios de los noventa, encendíamos sin hacer falsas plegarias ni invocar santos. Nadie pensaba en milagros cada vez que aquella ciudad gótica le abría las puertas a su mejor amiga y enemiga: la oscuridad.Era fácil improvisar un candelabro. Podía ser una botella de vidrio de Coca Cola o de Inca Kola, de IQ o de Lulú, de Canada Dry o de Pasteurina. Daba igual. Los picos tenían las mismas dimensiones, las medidas precisas para que esas velas de apagón, que venían envueltas en papel azulado, puedan acompañar nuestra pasada vida en tinieblas. Con esas velas tenías todo bajo control, eras invencible ante lo lúgubre de esas noches, eras tan grande como esa sombra que reflejabas en la pared.
El apagón a los limeños nunca nos sonará a bingo. Durante más de diez años, un grupo terrorista llamado Sendero Luminoso solo se dedicó a oscurecernos el camino. La vida en Lima ochentera y noventera funcionaba como un teatro de lo absurdo. Todo al revés. El verdadero espectáculo comenzaba sin cámara, sin luces, pero con mucha acción.
¿Qué cosas se podían hacer en un apagón? En casa siempre había una radio encendida que funcionaba con pilas enormes y gordas (porque Ray-O-Vac es la pila). No había mucho para escoger. Radio Programas del Perú acompañaba con su acostumbrado “pedido a la cordura” y a veces Panamericana Radio sobrevivía para dejar escuchar alguna salsa sensual. Las puertas tenían que cerrarse con llave. No sé por qué, pero en mi mundo de niño “palteado” algo me decía que en uno de esos apagones iban a aparecerse en casa unos encapuchados con fusiles AKM para tomarnos como rehenes. Pero en la radio pedían calma.
Hubo apagones interminables, apagones de menos de diez minutos. Amagos de apagones. Tantos cortes que terminé, al igual que tú, acostumbrado y resignado. Ya más cercano a la pubertad le saqué la vuelta a la oscuridad. Dejé de pensar en los encapuchados y de imaginarme como rehén (o como pequeño McGyver para salvar a mi supuesta familia secuestrada). En lugar de eso, aprovechaba cuando la luz se despedía sin avisar y me sorprendía en la calle –aunque las sorpresas en estos casos eran un decir, todos esperábamos la hora del apagón– hasta obligarme a improvisar con mis amigos del barrio o de la parroquia (que también eran los del barrio) los más memorables juegos de “escondidas”. Nada mejor que una cuadra despoblada y sombría para no ser encontrado o para perderte con la amiga que más te gustaba. Hasta que llegaba la luz.
Gracias a los apagones aprendí a tomar combi a los 9 años para llegar hasta el departamento de mi hermana y ver los partidos del mundial Italia 90 (porque no todos los apagones eran generales). También supe que esa ausencia de electricidad despertaba una ansiedad para hablar con el otro, para leer con poca luz y disfrutar de la luna llena. Los apagones alargaban nuestros tiempos.
En esos años de terrorismo e inflación, de Leche ENCI y dólar MUC, las velas de apagón cumplieron la más elemental de sus funciones: alumbrarnos. Eran blancas, inconsistentes y alargadas. Demasiado artesanales para ofrecer un rezo, exageradamente rústicas para una cena romantica. Solo eran eso, las velas cumplidoras que simbolizaron una década de torres derrumbadas y toques de queda. Su cera derretida muchas veces se instaló en las palmas de nuestras manos. Y ese día conocimos el dolor y la tortura.
Hace una semana se fue la luz en mi casa mientras veía la entrevista de Jaime Bayly a Monique Pardo. Tuve que dormirme porque no tenía a la mano una vela de apagón. Sentí que vivía un déjà vu, esa sensación de haber “pasado por esto antes”. Lima ha vuelto oscurecerse y ahora dicen que no son guerrilleros, ni mucho menos torres, pero sí una crisis energética o de “mal funcionamiento del sistema” que a mí, en particular, no deja de preocuparme. ¿Apagones otra vez? No. Hace más de quince años que en Lima se hizo la luz. Sin apagones y con fieles focos ahorradores. No nos dejen otra vez. Hay costumbres que se pierden por falta de uso. Hoy prefiero dormir con las luz encendida.
¿Qué hacías cuando llegaba un apagón? ¿Saben si esas velas de apagón ya se encuentran en estado de extinción? ¿Cuáles eran las botellas que usaban como candelabros? ¿Cuál fue el lugar más sorprendente o incómodo donde te “sorprendió” un apagón? ¿Esta Lima del siglo XXI podría soportar una nueva cadena de apagones?
[Este pequeño blog está nominado en la categoría Entretenimiento y Misceláneo. Según entiendo esta semana termina esto. Vamos que vamos. Voten por el "joven"]
[No había mejor canción que ésta para simbolizar esta etapa. "Las torres", cuando los Nosequién protestaban y cuando el inefable Raúl Romero no hablaba de política. Buena época]
[Aquí un mix de los NSQ y los NSC. Lo puse porque aquí se escucha con mayor claridad la frase típica de esos años (Mami... la luz). Disculpen por el francés en determinada parte de la canción]
[Mientras Lima se apagaba, la mexicana Yuri nos encendía con esta canción a inicios de los noventa. Hoy la "güera" se ha convertido al cristianismo. Extrañémosla]