El otro lado de la reina criolla
“La Reina y Señora de la Canción Criolla”, María Jesús Vásquez Vásquez, nos dejó un sábado de gloria, un sábado de jarana. En el recuerdo quedará la excelente cantante, pero también la mujer, siempre sentimental, franca, maternal y alegre que sabía compartir los trajines de la artista con los de una vida familiar intensa.
A la chiquilla del barrio de Pachacamilla no le gustaba las muñecas, prefería el trompo y las cometas, las mismas que volaba años atrás con sus adorados nietos. Siempre juguetona y a veces un poco floja con los estudios, pero siempre dispuesta para recitar y cantar alguna canción en la escuela, ya se avizoraba su talento.
A los 16 años comenzó el camino al éxito. Vestida de negro con un listón rosado en la cintura y un broche con brillos impresionó con su interpretación de “El Plebeyo” de Felipe Pinglo, la más exitosa hasta ahora.
Corría el año 1940 y Maria Jesús brillaba como cantante y mujer. Su coquetería, su figura delgada y el rojo intenso de sus prendas llamaban la atención de muchos. La reina cantaba y encantaba. Así llegó a su vida su primer amor, el abogado iqueño Orestes Ormeño uno de los hombres que más amó, aconsejó y acompañó a la cantante en sus primeros pasos, de ese romance nació Pocha, su heredera mayor.
Años después conocería al costarricense Jorge Zamora, integrante del duo “Los Hermanos Zamora”. Con el guapo cantante la reina se casó en San José, del matrimonio nacieron sus dos hijos: Jorge y Elizabeth.
El tercer amor de su vida llegó al lado del contador Alberto Cavero, con quien tendría a su última hija, Sandra. Pero como diría ella, “así como vinieron, se fueron”. La reina se divorció y se convirtió en el tronco de su familia, siempre junto a su madre y hermanos, hasta que ellos partieron al cielo, pero nunca estuvo sola, sus hijos y nietos siempre la acompañaron.
Al llegar a su casa de Magdalena, su segunda casa, el ambiente maternal se respiraba desde la puerta. El olor a pañal, leche de biberón, medicamentos y los sillones inundados de ropa infantil reflejaban la buena madre y abuela que era.
“Todas las mañanas me voy a comprar el pan, cada tres días voy al mercado de Magdalena, y después del almuerzo no le fallo a mis novelas, luego hago una siesta de una hora, y más tarde a tejer, con palitos o crochet y los viernes y sábados trabajo en las peñas” confesaría en las entrevistas de la época.
También contaría que antes de almorzar se tomaba un traguito de ron, “un guaracazo”, como diría ella. Una costumbre que también se convirtió en cábala durante todas sus presentaciones. “Antes de iniciar una actuación siempre tomo “un vasito de ron” con coca cola para afinar la garganta. Y luego me encomiendo al Señor de los Milagros, él siempre me acompaña”, recordaría.
Con los años, y por recomendación de los doctores, el ron fue cambiado por el whisky, pero para ella eso no tenía ningún punto de comparación. A mediados de los 80, un principio de laberintitis y el constante sube y baja de su presión arterial le indicaron que debía cuidar su salud. Sin embargo, seguía firme “El señor morado no me abandona por eso sigo cantando, cuando llegue el día en que no pueda hacerlo, eso será como la muerte para mí”, pero ese día llegó muchos años después.
El bingo fue otra de sus pasiones, jugaba dos veces por semana y decía que era su distracción y su alcancía. Los caballos y el póker también fueron su afición, aunque no con mucha suerte “Si hubiera un premio para los que llegan último sería millonaria” confesaba en cada derrota.
Y como no mencionar que la criolla se hizo querer por todos. Su fama cruzó las fronteras y con ella el nombre de nuestro país. Su música también llegó a los oídos de varios presidentes peruanos, Juan Velasco Alvarado, Fernando Belaúnde Terry y Alan García, compartieron con ella muchas jaranas. Sin embargo, la relación con el actual presidente fue la más especial. El mandatario la visitó en su casa, cantó con ella, acompañado por dos guitarristas y un cajoneador y hasta degustó un rico cebiche y arroz con pollo preparado por la anfitriona.
A los 89 años, la reina se despidió para descansar en paz. Sin embargo, su estilo sosegado, tierno y calmado para entonar los viejos y nuevos temas nunca desaparecerá, ni tampoco se igualará, ahora le toca deleitar a su otro público, donde seguramente también encontrará la plaza llena, y la aplaudirán hasta el cansancio.
(María Fernández Arribasplata)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio