Mario Vargas Llosa: el señor Nobel 2010
Desde la mañana del jueves 7 de octubre, muchas noticias vienen y van sobre el Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, y cada vez que leo una nota en la web, vuelvo a las historias de siempre, a esas que me salvaron del desaliento en la era del colegio. Si no me falla la memoria, “La ciudad y los perros” fue la primera novela de MVLL que leí cuando estaba en tercero de media. Al terminarla, recuerdo que sentí una especie de exaltación espiritual, algo que solo ocurre cuando estás ante un inagotable mundo literario. Esa fuerza narrativa es la que, imagino, todos quieren seguir ahora. Ahora que ya es un señor Nobel.
La única vez que entrevisté a Mario Vargas Llosa fue a propósito de la publicación de “El Paraíso en la otra esquina”, en el 2003.
Estaba en la redacción de un diario limeño y él en su departamento en Londres. Su voz sonaba amable, como en frecuencia modulada, y con el acento enfático de toda la vida. Sus palabras eran firmes, amparadas en ese universo propio, construido personaje tras personaje, relato tras relato, y en los más distintos escenarios del Perú y del mundo.
Hablamos de Flora Tristán, la protagonista de su novela, de Paul Gauguin, del Perú y sus contradicciones y de la técnica literaria que envolvía la historia.
Era la cocina del escritor, aquella que MVLL solo muestra por partes, nunca revelando sus detalles más íntimos. Fue una charla extensa, didáctica y esperanzadora. Porque dialogar con él -y digo dialogar, que no es lo mismo que hablar algunas palabras- es sumergirse en una aventura del pensamiento, la creatividad y la razón crítica.
Dejé el auricular, con la despedida londinense de MVLL. Caminé por las calles del centro de Lima, y en cada paso era como si estuviera interiorizando sus ideas y sugerencias. Solo allí me di cuenta de que, efectivamente, Mario Vargas Llosa me había acompañado toda la vida con sus sagas, sus diálogos reveladores y sus figuras emblemáticas; me percaté también que había crecido y madurado junto con el Jaguar y el Poeta, con Fushía y Los Inconquistables, con la Tía Julia y el León de Natuba, con Pantaleón y Lituma, con Fonchito y el Chivo Trujillo, con Flora y La niña mala… Inolvidables todos.
Solo hubo un paréntesis en esta admiración casi sin condiciones. En 1990, ya en la universidad, fui testigo de un MVLL intentando llegar al poder. Sus ideales políticos tuvieron que enfrentarse a una realidad peruana cargada de violencia, engaños y maledicencias… Las ideas y los valores habían sido vilipendiados en el gobierno anterior (1985-1990) y el escritor me parecía desubicado, por primera vez en su vida.
No voté por él ese año. Y no lo hice porque sentía que su lugar estaba en su gabinete de trabajo, en sus 10 horas diarias pergeñando ficciones, amasando perfiles, investigando por semanas detalles inimaginables para hacer de sus novelas mundos verosímiles, llenos de dolor, alegría y pasión. Lo confieso: me alivió íntimamente su derrota en las urnas.
No sé qué hubiera sido de su literatura tras asumir el encargo presidencial, quizás no hubiese cambiado nada, o tal vez sí y de forma irremediable. Lo cierto es que MVLL es un ser político, y más que político, un ser cívico, un ciudadano con alta conciencia del poder de su palabra y acción social.
Es por eso que se involucra en tareas bastante difíciles de resolver, como en 1983, cuando afrontó el reto de esclarecer en el Perú el Caso Uchuraccay, formando parte de la comisión investigadora que trató de explicar las razones de la matanza de ocho periodistas peruanos, asesinados en las alturas de Ayacucho, el 26 de enero de ese año.
Pero ese paréntesis terminó cuando pude leer, con gran admiración, “La fiesta del Chivo”, en el 2000. Una década ya ha pasado desde esa novela, y otras han llegado a mis manos. No todas tienen el mismo valor literario, eso es cierto, pero ninguna me ha dejado de hacer sentir que la “literatura es fuego”, como alguna vez, en los años ’60, el propio MVLL sentenció.
El premio Nobel de Literatura ha retornado a Latinoamérica, tras 20 años de andar por Europa, Asia y África. El Perú, ahora, festeja con toda justicia, porque si hay algo que nunca dejará de estar en las obras de Mario Vargas Llosa, así hable de París, Hamburgo, Londres o Madrid, es una parte que uno arraiga en este país: el deseo de ser mejores, el deseo de tener aún esperanzas.
Felicitaciones, “Sartrecillo Valiente”, el más valioso escritor del Perú, Latinoamérica y ahora del mundo entero.
(Carlos Batalla)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio