Carlos "Chino" Dominguez, la retina del Perú
Hubo un libro emblemático que reunió las mejores imágenes del fotógrafo Carlos “Chino” Domínguez (1933-2011). Ese libro se tituló “Los Peruanos”, y apareció por primera vez en 1988, en plena hecatombe política, social y económica del primer gobierno aprista. La segunda edición fue del 2000, otro periodo de grave crisis institucional en los meses finales de Fujimori. ¿Qué fue lo que retrató Domínguez para ese libro, y por qué ahora es tan importante?
“Los Peruanos”, siendo estrictamente una síntesis de su vastísima obra fotográfica, llega a ser un retrato completo de lo que somos -o fuimos, según como se vea- los peruanos; con lo que ello implica de grandezas y miserias, de glorias y vergüenzas, de rotundos triunfos y caras derrotas.
Rostros y más rostros, escenas y más escenas, la obsesión de Carlos “Chino” Domínguez. Más de 50 años de pisar las calles y dominar los caminos del país hicieron de su lente una radiografía sutil y poderosa.
El volumen, con sus cientos de fotografías, me llegó a las manos en enero del 2000, junto con una escueta nota de prensa. Un libro más, dije, pero no era así. Bastó con abrir sus páginas, y verme a mí y a los demás en todas las expresiones allí concentradas, para decidir conversar una vez más con el conocido “Chino”.
Un par de veces lo había visitado en su búnker de la Quinta Heeren, en Barrios Altos, para hablar de fotografía y saber de su experiencia. Pero esa vez era distinto. La idea era confrontarlo con su propia mirada, y obtener algún tipo de sabiduría sobre los peruanos del siglo XX. Alguien que había visto tanto debería decir algo sobre el tema.
Con esa idea volvimos a subir por las escaleras de madera, viejas, conocidas y chirriantes, y a ver ese muro de barro y quincha con los retratos de sus nietas. El “Chino” esperaba tranquilo, estático en el umbral. Siempre al acecho.
En el trayecto a su casa, entre las callecitas del Centro de Lima, Pablo Macera nos decía desde el prólogo que los de su generación, como el “Chino”, estaban marcados “por una cierta perspectiva cáustica de la realidad nuestra”. Y era cierto.
El refugio
El fotógrafo nos dio la mano firme y su memoria agradeció a don Antonio Noguchi, a quien le debía los primeros secretos del arte de la imagen. Habría de perfeccionar su técnica en Argentina y Chile, y a su regreso colaboró en cuanto medio impreso hubiese en Lima. Era un espíritu libre.
Paredes recubiertas de fotos, piso de madera seca, ventanales amplios, y una pesada luz por todas partes, allí el “Chino” era el capitán, un vigía sobre su barco mágico de rostros. Uno se sentía, además, observado, radiografiado, hasta agobiado por sus personajes inmortalizados en esos papeles colgados a diestra y siniestra, y él percibía esa tensión con ojo entrenado.
Volvimos al frondoso libro de mesa. Personajes públicos en poses ridículas, gente en huelga, tragedias familiares, luchas y peleas en masa, muerte y violencia; pero también gestos de ternura, dioses deportivos, la eterna bohemia. Todo ello colmaba las páginas de este homenaje al Perú.
En esa tarde de verano acérrimo, su mirada se perdía en los recuerdos, por momentos hablaba atropelladamente, parecía contradecirse, pero inesperadamente, como cuando captaba un ángulo, lanzaba una frase completa en sí misma, como la de “los peruanos debemos aprender a vernos antes de pensar en criticarnos”.
Caía el sol violento en las fachadas de la Quinta Heeren. Y parece que todo ha sucedido ayer nomás, pero no, ya pasaron 11 años y el “Chino” está muerto. Todavía tengo “Los Peruanos” en un estante de mi biblioteca, lo reviso, lo sostengo y siento que las fotografías aún hablan por sí mismas. Es el espíritu de quien las tomó.
(Carlos Batalla)
Foto color: Archivo El Comercio
Fotos B/N: Carlos “Chino” Dominguez