Un infierno llamado Chernóbil
El reactor número cuatro de Chernóbil yace encerrado en un sarcófago, junto con los ecos de dolor de miles de víctimas que murieron y siguen muriendo hasta hoy. Cuando el mundo no sabe aún las futuras consecuencias de la crisis radiactiva de Fukushima, todavía nos preguntamos, 25 años después, si pudo evitarse la catástrofe en la central nuclear soviética.
Errores mortales
La madrugada del 26 de abril de 1986 se puso en marcha un ensayo en el sistema de retroalimentación del reactor con la finalidad de ahorrar energía. A la 1:23 a.m. se desactivan los sistemas de seguridad y comienza el experimento. Una cadena de errores humanos origina varias detonaciones.
La potencia se incrementa y la fusión de las barras de combustible colisiona con el agua de refrigeración. Esto genera una alta cantidad de vapor que provoca una explosión en el edificio del reactor. En el libro “La verdad sobre Chernóbil” de Grigori Medvédev, uno de los ingenieros de la central nuclear, éste asegura que la tragedia se pudo evitar. Se debió abandonar el experimento y conectar el reactor al sistema de refrigeración de emergencia
La tapa del reactor de 1.200 toneladas es lanzada al aire y una poderosa corriente de vapor radiactivo libera uranio y grafito a cientos de metros sobre la planta. Mijaíl Gorbachov, secretario general del Partido Comunista de la URSS, es informado recién a las 5 a.m., aunque se le oculta la gravedad de la situación.
Las primeras reacciones
Tras la detonación Iván Mijáilovich, quien se encontraba de guardia, alertó al equipo de bomberos que se dirigió hacia la central en llamas. La lucha contra el fuego, sin el equipo protector adecuado, se llevó a cabo en medio de un verdadero “infierno nuclear”, cuenta Medvédev en su libro.
Aunque arrojan toneladas de agua hacia el núcleo, el fuego radiactivo no cede. Los primeros efectos comienzan a hacer sucumbir a los bomberos, quienes se retiran en medio de vómitos, mareos y desmayos, pues todos quedan expuestos a dosis letales de radiación. Esa noche mueren 2 hombres y otros 28 morirán en los meses siguientes.
Los primeros periodistas llegan en helicóptero y observan un enorme agujero en medio de la planta nuclear. El panorama era devastador. Uno de ellos, Igor Konstin, solo toma 12 fotos pues su máquina se traba por la radiación.
En la mañana del 26 de abril, a pocas horas del accidente, a 3 km. de la planta, los 43 mil habitantes de la localidad de Prypiat realizan su rutina diaria. Solo se rumorea que hubo un incendio, pero no saben la magnitud del accidente.
Aparecen soldados enmascarados diseminados por la ciudad que empiezan a medir la radiactividad. En esa época los niveles se medían en roentgens. En Pripyat los niveles están 15 mil veces más altos que lo normal.
Un ser humano puede absorber hasta dos roentgens por año, pero el cuerpo se contamina mortalmente si recibe más de 400 roentgens. Ese día los habitantes reciben 50 veces más de lo habitual. A ese ritmo alcanzarían la dosis mortal en 4 días.
La evacuación
La enorme burocracia soviética entra en acción y se forma una comisión nuclear que viaja a Chernóbil. A 30 horas del accidente, aunque la población de Prypiat no tiene información concreta de lo sucedido, una caravana de buses llega a la ciudad: se ha dado la orden de evacuación.
Mientras las autoridades soviéticas imponen la ley del silencio, rumores provenientes de Suecia hablaban ya de una grave avería en el reactor nuclear, algo que los satélites estadounidenses confirman pocas horas después.
Recién el 28 de abril las autoridades de la Unión Soviética rompen su hermetismo ante la dimensión de la tragedia y anuncian oficialmente que se había producido un accidente. La nube radiactiva amenaza vastas regiones de la Europa oriental. No se descarta que la lluvia radiactiva perjudique también los cultivos de Polonia y Alemania Occidental.
El 28 de abril 80 helicópteros viajan desde Moscú para apagar el fuego. Cuando se posan sobre el reactor, a 200 metros de altura, la temperatura está entre 120 y 180 grados centígrados. Cientos de soldados arrojan bolsas de 80 kilos de arena y acido bórico sobre el magma radiactivo para neutralizarlo.
Los hombres son víctimas de los síntomas de la radiactividad: vómitos, náuseas y diarreas. Si la exposición ha sido demasiada se produce el deterioro de la médula ósea y quemaduras que carcomen la carne hasta el hueso. En esta acción heroica mueren alrededor de 600 pilotos.
La contaminación se extiende por Ucrania, Bielorrusia y Rusia. En los días posteriores, las personas evacuadas llegan a 130 mil y se aisla un área de 300 mil hectáreas alrededor de la zona del desastre. La nube radiactiva alcanza Alemania, Italia, Gran Bretaña y Grecia.
Aunque el hoyo se llena con arena y acido bórico, 195 toneladas de material nuclear siguen ardiendo. Entonces surge una nueva amenaza: el bloque de cemento corre el peligro de quebrarse, lo cual permitiría que el magma se filtre y entre en contacto con el agua que pasa por debajo de la planta nuclear, originando una segunda explosión más mortífera.
Para sellar el hoyo se arroja plomo al reactor. La temperatura baja, el hoyo se sella y la radiación desciende. Sin embargo, el riesgo de una segunda explosión se mantiene. La única manera de llegar al corazón del problema es por los túneles. Se debe poner algo debajo del reactor para evitar que el magma llegue al suelo. Entonces se considera una nueva operación.
Héroes anónimos
El 13 de mayo un grupo de mineros inicia una audaz y delicada labor en Chernóbil. Su misión es llegar al reactor por debajo de la tierra e instalar un sistema de refrigeración. En un mes 10 mil mineros trabajan en el túnel bajo una temperatura de 50 grados centígrados. A pesar de la profundidad que los distancia del reactor son expuestos a una radiación de un roentgen por hora.
Batallones de 30 mineros se relevan cada 3 horas, 24 horas por día. En un mes cavan un túnel de 150 metros. Los mineros cumplen su objetivo, pero no se echa refrigerante, solo cemento. 2.500 mineros mueren en el transcurso de los años posteriores.
Los liquidadores del desastre
A continuación el gobierno decide limpiar la zona del desastre y forma un “ejército de liquidadores de la radiación”. Todos son jóvenes reservistas que van a enfrentarse a la peor de todas las batallas.Los liquidadores limpian el polvo radiactivo casa por casa. Se forman escuadrones que patrullan los bosques matando incluso perros y gatos; y eliminando cualquier vestigio de contaminación: Se derriban las casas y se entierran. En un año pasan 100 mil soldados reservistas por Chernóbil.
El siguiente paso es construir un sarcófago de concreto y acero de 170 metros de largo por 66 metros de alto que blinde el reactor dañado. Se envían máquinas de control remoto para remover los escombros, pero surge un nuevo problema. El techo de la planta está lleno de piezas de grafito, altamente contaminadas.
Estas piezas envolvían varas de uranio. Una sola pieza despide suficiente radiactividad como para matar a un hombre en una hora, por lo que hay que deshacerse de ellas. Entonces envían robots para arrojar escombros por el borde de los techos hacia la superficie. Abajo otros robots los recogen para enterrarlos. Pero la radiactividad afecta los circuitos de las máquinas y éstas se averían. Los hombres deberán reemplazarlas.
Se convoca a soldados rusos conocidos como biorrobots: jóvenes soldados que tienen entre 20 y 30 años. Ningún humano ha trabajado jamás en zonas tan radiactivas por lo que confeccionan unos uniformes de plomo que pesan de 26 a 30 kilos. La misión demanda rapidez y coraje.
Cuando suena la sirena el biorrobot sube al techo, y con una pala remueve los escombros y los lanza hacia la superficie. Cada soldado solo tenía dos o tres minutos para realizar su misión. A veces solo 40 segundos.
Hay 7.000 roentgens por hora en esa zona. Durante diez días 3.500 soldados participan de la operación de limpieza. Algunos subieron hasta 5 veces. El trabajo que un hombre haría en una hora en Chernóbil debían hacerlo 60 personas. Algunos se desmayan o tienen hemorragias nasales. Fueron dos semanas y media de infierno.
Como recompensa cada soldado recibe 100 rublos -el equivalente a 100 dólares- y un certificado de liquidador, aunque el nivel de radiación solo descendió en un 35%. Siete meses después de la explosión la zona está limpia y se completa el sarcófago.
Al final se iza la bandera de la Unión Soviética en los altos del reactor, como un acto simbólico de agradecimiento a los soldados. Los liquidadores celebran al colocar su bandera. Es una victoria pírrica que cuesta 18 mil millones de dólares.
Prypiat: la ciudad fantasma
Prypiat sigue siendo una ciudad fantasma. Nadie regresó a los edificios abandonados. Sin embargo, para los cientos de refugiados civiles y militares la lucha no terminó. Los que estuvieron allí aún sufren por la radiactividad.
Los liquidadores inundaron hospitales y clínicas. Todos son víctimas del “síndrome Chernóbil”. Todos tienen síntomas de radiactividad en el corazón, los riñones y el sistema nervioso, cuenta un ex liquidador. Hasta hoy más de mil niños han sido tratados por cáncer de tiroides en el centro especializado de Minks.
De los 500 mil liquidadores 20 mil ya murieron y 200 mil son oficialmente minusválidos. Al cumplirse 25 años de la tragedia la zona de Chernóbil sigue siendo inhabitable y ocho millones de personas viven aún en zonas contaminadas. ¿Fukushima será el “Chernóbil” de este siglo?
Miguel García Medina
Fotos: Agencias AP/REUTERS