La música de Dios
Siempre he asumido que en muchas de las melodías y los cantos corales clásicos o barrocos se expresa el lenguaje de Dios. Ignoro si es la inspiración artística o un sentimiento que trasciende al arte.
Un músico decía que Dios habla en las notas musicales. “Jesús, alegría del mundo” (Bach), da pie para decir que es probable que así sea y lo es para cualquier amante de la música, que es complemento de la poesía.
En medio del barullo y caos urbano, de la corrupción que campea, de la terca indiferencia del otro cuando se trata de dar (que ya para recibir todos tienen los pies ligeros), de la soledad de unos y otros o cuando solo llama el deseo del silencio monacal y tienta el desencanto, la música es liberación. Todo entra en un paréntesis cuando se trata de ciertas piezas, desde el violín triste de Mussenet en la Meditación de Thais al canto que sucede al banquete en las Danzas Polovtsianas de Borodin (en El Príncipe Igor). Perdonen las antiguallas.
Valga este intermedio musical sabatino para demostrar la existencia de Dios por la música, ya que no puedo hacerlo por las palabras.