Diálogos letales
En los peores momentos de tu vida has buscado quien te obsequie con su escucha y, quizás, hayas encontrado el calor de un abrazo o de unas palabras sabias y preocupadas. Por el contrario, quizás te hayas cortado una arteria (en sueños) ante respuestas que valen lo que el viento: Nada.
Probablemente hayas empezado a admirar el desprendimiento de los santos en contraposición a la ligereza de algunas respuestas o la levedad de algunas actitudes.
Vamos por algunos ejemplos:
- Te cuento que estoy muy mal, tendré una operación a pecho abierto. Mi padre está enfermo, casualmente, los ojos casi se le salen de las cuencas, quedará ciego y eso no es nada, la quiebra de mi negocio se vino con todo, arrecian malos tiempos. Todo se me juntó. Disculpa que te cuente a ti de mis penurias. No tengo a quién.
- Ten fe, hay que mirar lo hermoso de la vida y tener esperanza, todo va a cambiar (añadido de emoticones y flores, que solo sirven para esconder que los problemas del sujeto le importan un pito).
Sé de una amiga que alentaba el amor de un sujeto, sin fotografías de por medio. Ella no era agraciada en lo absoluto, pero le bastaba la vastedad colorida de su espíritu y su ánimo alegre y cordial. Ella le escribía y él le respondía con asiduidad mientras su rostro era un misterio. La pasión desbordaba en él hasta que…sí, de buenas a primeras él la examinó en una ancha fotografía detrás de una torta y una vela, acompañada de sus hermanas y sus tías y sus amigos. Google abre todos los cofres. Él le dejo de escribir, ella insistió. Él se hizo humo. El “silencio” es algo que tampoco nunca debes decir…
Un joven poeta le escribe a un poeta mayor para que le reseñe su libro. “Será un honor contar con su reseña”. El poeta mayor le dice que encantado lo hará y que le lleve su manúscrito a una dirección X, donde nunca va. El poeta espera y le recuerda que le envió el documento. El poeta mayor le cambia la dirección del envío, una y otra vez durante dos meses. Al final:
-Mi estimado y joven amigo, no lo voy a reseñar, porque no reseño a nadie.
Y, probablemente, haya sido usted víctima no solo de injurias inconscientes, insolencias insospechadas, silencios hostiles sino también del ominoso pecado del egoísmo.
- Te cuento, amigo, que me robaron el celular y la billetera, precisamente cuando caminaba rumbo al trámite de mi divorcio, ahh, porque no te he contado que estoy en ese proceso ahora….Y cómo duele…
-Bueno, son cosas que pasan. Te cuento que mi novia…..blab bla bla y yo bla bla bla y yo….bla bla y yo…yo…yo
¡Cuánto cambiaría el mundo si en el vocabulario el “Yo” fuera erradicado y duplicado el “tú”.
Y qué decir de los diálogos que tienen un objetivo escondido:
- ¿Me vas a dar esa recomendación de trabajo en aquella empresa textil?
- Sí, ya te lo dije.
- Eres súper, cuéntame más de ti, quiero saber cómo eres, qué estudiaste y que me enseñes…Quiero que me cuentes qué cosas te gustan….llámame, etc, etc, etc… Eres todo un hombre… (Ojito, ojito, ella no le dejará de escribir hasta que ocupe su puesto como secretaria en la gran empresa textil y él se sentirá Dios…solo hasta entonces)
- Hola, Mary, espero estés bien y que el puesto de secretaria te haya venido bien. Lo mereces y me lo pediste tanto, y me inspiras mucha simpatía y cariño. Te cuento que mi vida ha estado surtida de problemas, bla , bla, bla…etc etc (No hay, desde luego, mala intención ni una línea escondida en sus palabras).
-Sí, Ok. gracias. Luego te escribo- responde ella por salir del paso.
Al día siguiente:
- Escueta tú respuesta- dice él.
-Disculpa, Juan. Te respondo luego-contesta ella.
Y así sucesivamente…
Fin.
Bueno, de esa materia estamos hechos los humanos y su textura explica nuestras más burdas palabras y los más inefables silencios. Abundan los desatinos y torpezas, pero más aquello que refleja lo que el interior suele guardar para los demás…menos para nosotros mismos.
Por fortuna, entre los escombros de nuestra inhumanidad, suelen asomar de vez en vez algunos amigables destellos de luz. Ellos son los que enriquecen nuestras existencias.