El amante
Aquel hombre de camisa azul a rayas se coló por la puerta semiabierta. La señora X lo recibió con besos y lo empujó con fuerza hasta la sala. El marido de la señora X, como todas las mañanas, se había ido a trabajar sin sospechar que su mujer colmaba su monocroma existencia con aquel sujeto destinado por fuerza a disolverse en la neblina del otoño.
El hombre colocó sus manos sobre sus caderas. Ella se deshizo. Él recorrió la textura lechosa de sus brazos y trazó nuevas rutas en su cuerpo como un laberinto. Por décima o undécima vez en ese verano, el cuerpo de ella se estremeció. Arrobada por sensaciones que no había conocido, nunca creyó, dijo, que algo le pudiera provocar esos temblores magníficos, esos extremos indescifrables. Los ojos crispados y fijos sobre el techo, el desborde, el alma.
El señor X no reía ni bailaba ni jugaba, no cantaba, no escribía, no salía, no comía, pocas veces hurgaba en el territorio misterioso del cuerpo de su mujer. Lo hacía a ciegas, leve, sin convicción. Vivía remoto de las inquietudes de ella, centrado en lo inmediato. Carecía de avidez y de poesía, de furia, locura, impulso y emoción.
Más atento a sí mismo, la persuadió sin palabras que con él envejecería y serían dos declives silenciosos lejos del peligro, de los lindes, del abismo, del amor. Aburrida, sí, quizás por eso, le abrió los abrazos a aquel desconocido que la impresionó por un poema y por uno segundo y por un beso hurtado en las tinieblas de la noche en un baile de jazmines. La conquistó con el fuego de sus ojos y de sus palabras. Le recitaba al oído, le juró más deseo que amor y ella aceptó. “El deseo, la pasión, allí reside la vida. El amor es solo una casualidad rara, casi como un mito o un cuento de hadas”.
“La vida peligrosa, los avatares, los viajes, las pasiones, las letras, la locura” es lo que le ofrezco, le decía. Ella aceptó, quizás porque vivía confinada en un reducto de monotonía y cordura, lejos de lo que siempre quiso. El intenso goce de las sombras la alejó aún más de su aburrido marido, que leía libros de Medicina y Mecánica y que odiaba la poesía pasional y los extremos. El amante solitario bailaba, comía, soñaba, escribía, cantaba, tocaba las cuerdas: las suyas y las de una guitarra guinda con bordes perlados. Ella leía a Flaubert y se vio reflejada en Madame Bovary. No le huía a la idea de la locura de la piel y de las sensaciones puras.
El amante corre de paso, sabe que los tiempos de la pasión son cortos. Ella empezó a quererlo para siempre, a habituarse a la intensidad de las horas clandestinas, sabía como él que la verdadera grandeza habita en un espacio pequeño del tiempo, aquel que precede a las memorias que duran para siempre. Cuando reparó que ya era el tiempo y que en la brevedad se sostiene lo excelso le dijo que se fuera. Tornaba a su cruz y a su monotonía, al displacer y el desapasionamiento, a la predecible, rutinaria y ordenada vida con el señor X, a quien empezó a llamar, musitando siempre, “Doctor Bovary”. El amante tampoco podía quedarse. Coincidieron en romper la maravilla en su cumbre. Era el fin, cuatro meses, tres días y cinco horas.
Antes de partir le dejó el poema más cruel, el retrato final de la vida que le aguardaba a ella por delante ¿Una venganza? ¿Un impulso? ¿Un legado?
Vieja a un tiempo serás,
un retrato roto,
grietas que hilarán la muerte,
un diente desaforado,
un labio inerte.
Ambos rodarán
en línea recta,
cuando el minutero abisme.
Pasarán diez, veinte,
las ruedas de las fortunas
ya se echan a andar
Es lo que quedará, vieja,ruina,
declive, abismo, una rueda
volcada al fondo de un acantilado.
Sí, de él serás, pero…
De la tierra poco, de la sangre nada,
el trigal escaso,
se abrirán entre ambos siniestras zanjas.
Un retrato apenas en la cañada
y el ojo fijo la sonrisa espesa, él, tú,
curvados ya como una seña,
seña tenue por la muerte acechada.
Nada quedará, es verdad,
sino mi verso que sitiará tu alma,
contenido y sustancia,
el corredizo, el jardín,
la planicie enlosetada,
pasión al linde, por tu boca desbordada
solo memoria,
cúmulo de hojas de genuina palabra.
Él te mirará,
pero de la tierra nada,
del retrato escombro
de las bellas líneas,
de mi piel mis miembros
memoria de fragancias.