Un día como hoy...
Cada día Facebook nos muestra lo que publicamos un día como hoy hace un año. Hoy Facebook me recordó lo que había posteado el 29 de abril de 2020, el post era un recuento de lo vivido en los últimos nueve años de mi vida.
Un día como hoy, hace un año, estaba en medio de una depresión tan grande que ni mi cuerpo ni mi mente podían identificar. Ese día, al ver lo posteado entre el 2011 y 2019, sentí una alegría fugaz. Intenté recordar las emociones que experimenté en esos años felices, pero fue inútil.
No sabía por qué estaba deprimida, cuál había sido el detonante. Y es que a veces es así, hay pequeñas situaciones que al juntarse hacen que todo estalle y terminamos viviendo por vivir.
Nada lograba animar a mi alma. Solía esconder mi tristeza bajo el escudo de la amargura y solo sonreía para animar a quien estaba a mi lado. No quería y no podía mostrar mi vulnerabilidad, lloraba mientras me bañaba.
La ducha era mi consuelo. El sonido del agua me llevaba a los brazos de mi madre, de mi abuela, de todas las mujeres que habitan en mí. Sabía que algo no estaba bien, pero era incapaz de reconocerlo. Era incapaz de mirarme al espejo por más de diez segundos, no me reconocía.
Por esos días, viví en piloto automático, era un robot. Pero en el fondo, aunque intentaba ocultarlo, sentía mucha tristeza y miedo. Miedo a no volver a mí, a dejarme ir.
Dejé de emocionarme por las cosas que pasaban a mi alrededor, por las personas que más amo. Por la pandemia no podía ver a mis padres, a mi hermana y a mis sobrinos. Yo soy de las personas que me gusta abrazar, besar, engreír a mis amigos y familiares, y el no tener ese contacto terminó por destrozarme. Ellos no sabían por lo que estaba pasando, porque ni yo entendía bien qué me pasaba. Así que cuando hacíamos videollamadas, me ponía la careta de la Giuliana feliz, de la Giuliana optimista, la que todo lo puede. Al colgar, me ponía a llorar.
La noche que toqué fondo, salí de mi casa con rumbo desconocido, estaba en pijama y solo tenía mi celular en la mano. Tenía mucho miedo, pues al día siguiente tenía cita con el neurólogo para ver qué tratamiento le darían a mi aneurisma. Estaba muy ansiosa y estresada por esto.
Desde ese día, dos de mis amigas más cercanas, Krassimira y Fiorella, se pusieron de acuerdo para no dejarme sola. Para sostenerme y acompañarme en mi proceso de recuperación. Su amor y compañía fueron fundamentales.
Con el paso de los días y gracias a la orientación médica adecuada para tratar mi mente, mi cuerpo y mis emociones, empecé a sentirme mejor. Cada mañana me repetía: un día a la vez, Giuliana. Solo un día a la vez. Y así pasaron tres meses. En ese tiempo me tocó recoger mis pedazos y reconstruirme, nutrirme de manera saludable, en todos los aspectos de mi vida.
No fue un camino fácil, me costó mucho entrenar mi mente con la meditación, fortalecer mi cuerpo haciendo ejercicios, cambiar mis hábitos alimenticios, escoger qué leía y escuchaba, con quién conversaba, etc. Simplemente, tomé consciencia de lo que me hacía bien y de lo que me hacía mal.
Hoy decidí escribir este relato, porque sé que hay muchas personas que están pasando por lo mismo que yo pasé y en vez de pedir ayuda, prefieren callar, porque decir que tenemos depresión, ansiedad o algún trastorno mental nos da vergüenza. Hemos aprendido a ocultar nuestras emociones y esto tiene que cambiar. Y el cambio empieza por cada una de nosotras, el primer paso es visibilizar y normalizar el hablar de la salud mental con nuestros amigos o familiares, ir al psiquiatra o psicólogo, verbalizar nuestro malestar y, en caso de ser necesario, tomar medicamentos.
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