El mercado de transferencias está alborotado: la posible venta de Neymar al PSG, la aparente decisión de Aubameyang de mantenerse en el Dortmund, la contratación de Morata por el Chelsea, el melodrama alrededor de Alexis Sánchez y el Arsenal, etcétera. Sin embargo, hay un delantero magnífico que nadie parece querer: Diego Costa.
El caso es rarísimo. Una trifulca con Antonio Conte decidió su futuro, según palabras del entrenador italiano, a inicios de año, y el despido se produjo por mensaje de texto hace un mes. Es el goleador del campeón de Inglaterra, el ‘9’ titular de España y está en un momento de plenitud: tiene 28 años, quizá la mejor edad para un atacante. Aun así, no le llueven ofertas a pesar de que la posición del Chelsea en la venta es débil, pues ya ha adelantado al jugador y al mercado que no contará con él de ninguna manera.
Se sabe que Costa desea volver al Atlético de Madrid, pero los colchoneros no pueden fichar hasta enero de 2018 por una prohibición FIFA. Ha sido ofrecido al Inter en préstamo, pero los italianos han rechazado la opción, pues sería temporal y debilitaría el rol de Icardi. Cerezo, el presidente del Atleti, juega a la intriga y desestima cualquier contacto como una previsible manera de fortalecerse en la negociación. Pero si este fuera el caso, Costa corre el riesgo de perderse la pretemporada (tiene prohibida la entrada a Stanford Bridge) y el primer semestre del próximo año futbolístico, lo que atentaría contra su forma futbolística.
En un mundo en el que Higuaín ha sido valuado en 100 millones de euros, es extraño que clubes de mayor ambición no estén peleándose por el jugador nacido en Lagarto. Costa es un delantero centro potente, técnico, incómodo para cualquier defensa y agresivo en su estilo de juego. Juega siempre al borde y ese coqueteo con la indisciplina, más que una estrategia, parece ser una característica inherente a él. La hosquedad y el egoísmo son defectos que en los atacantes se entienden como virtudes. Conte, sin embargo, tiene un punto a su favor: la armonía del plantel debe primar sobre el divismo. El grupo sobre el individuo. Y Costa desestabiliza. Solo cuando es bien conducido este efecto suma. Mal llevado, es una bomba de tiempo.
La segunda inquietud del caso Costa está relacionada al juego de poder que libran las estrellas y las instituciones que momentáneamente los cobijan, y se puede extrapolar a todos las telenovelas que se construyen alrededor de los fichajes entre julio y agosto: ¿Cuánto sentido tiene retener a un crack que ya no desea defender tu insignia? Si Arsenal no permite la salida de Alexis, ¿el chileno seguirá siendo superlativo cuando defienda a los locales en el Emirates? ¿Si Neymar no finaliza su pase a París, sus compañeros le perdonarán los posteos ambiguos en Instagram? ¿Existe algún escenario en el que Costa sería bien recibido en el Chelsea luego de bailar en sus vacaciones con la camiseta del Atlético? Un optimista podrá aducir que el profesionalismo, en este nivel, es un recipiente que lo soporta todo. Un nostálgico será consumido por los recuerdos de otros tiempos en los que besar un escudo luego de un gol significaba, de verdad, algo.
El calcio, por su rispidez, sería un espacio donde Costa prosperaría. La Premier la tiene dominada y la liga francesa sería demasiado amable para un delantero tan rapaz. Para los aficionados al fútbol la única desgracia sería que el hispano-brasileño se resigne a ir a China o al Besiktas turco, los únicos lugares con espalda económica suficiente como para tentarlo. Pronto lo sabremos.