El gran efecto de disculparse, por Inés Temple [OPINIÓN]
El gran efecto de disculparse, por Inés Temple [OPINIÓN]
Inés Temple

¿Cuáles son tus debilidades? ¿Qué diría tu jefe si le preguntamos por tus defectos? ¿Cuáles son tus áreas de oportunidad de desarrollo? ¿Qué piensan tus colaboradores? Todas son preguntas que nos dan la oportunidad de conocernos, pero también de ‘hablar mal’ de nosotros mismos. 

“No se me ocurre qué defecto mío podría mencionar ahora” es una respuesta que increíblemente he escuchado demasiadas veces. Y es que muchos improvisan sus respuestas –en entrevistas, por ejemplo– sin conciencia alguna del impacto que sus palabras tienen en su marca profesional. No se preparan para hablar con transparencia y honestidad de sus debilidades, pero sin dañar su imagen profesional. 

Otros, también sin preparación alguna, sucumben a la extraña necesidad de confesarlo todo y dan una lista larga de defectos o carencias que nada bueno aportan a su perfil. Otros mencionan sus debilidades como si fueran graciosas o nada pudieran hacer al respecto –“Sí, pues, soy pésimo con los números”–, o peor aún, tratando de justificarlas –“Es que en mi colegio no enseñaban inglés”–, o echando la culpa a los demás o a las circunstancias –“La empresa no me capacita”–.

Así evidencian que no hacen introspección, no se esfuerzan por conocerse a sí mismos y su perfil profesional. Y sobre todo, que hacen nada para tener una relación más adulta y madura consigo mismos y su trabajo en pos de evolucionar, de mantenerse vigentes y competitivos. Y, por ende, contentos. 

La misma dejadez veo que nos pasa a muchos frente a nuestros errores: cuando decimos algo inapropiado, en mal tono o de manera poco amable. O frente a una promesa o compromiso incumplido, un trabajo mal hecho, un favor no agradecido a tiempo, entre muchos otros errores que solemos cometer a diario. La mayor parte de las veces tratamos de esconderlos, minimizarlos, justificarlos e incluso de culpar al otro antes de aceptar la responsabilidad que nos toca. Y pensar en pedir disculpas se nos hace cuesta arriba: sentimos que hacerlo nos resta fuerza, compromete nuestra posición de ‘poder’, nos expone o mil otras excusas que creamos para no tener que disculparnos.

Una disculpa oportuna y bien dada es fundamental en el trabajo, y más aún en la vida personal. Genera un gran efecto en los demás y en uno mismo. Pero hacerlo bien es difícil. Requiere de valor y seguridad en uno mismo. Con el tiempo he aprendido que los pasos que funcionan para hablar de nuestras debilidades con franqueza –pero con un impacto contenido– sirven también para pedir disculpas: identificación, aceptación, corrección, mejoras y conciencia de latencia. 

Así, ahora empiezo por reconocer mi error y aceptar de corazón que lo cometí. Luego, expreso mis más sinceras disculpas por sus consecuencias y enfatizo los esfuerzos que haré o vengo haciendo para tratar de no repetirlo más. Nunca me es fácil disculparme, pero la práctica me está ayudando a hacerlo cada vez mejor.

El Comercio no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.