“Once machos” puede verse como la otra cara de “¡Asu mare!” (2013). Aldo Miyashiro, lejos de buscar el ascenso social, propone ahora que el éxito consiste en guiar el triunfo moral de las tradicionales y deterioradas urbanizaciones populares de la capital. Así, como el líder del equipo de fútbol de su barrio, Alejandro (Miyashiro) reta al equipo de Jaime (Haysen Percovich), gánster adinerado que pretende comprar todas las casas del vecindario. Si el equipo de Alejandro gana el partido, Jaime tendrá que dejar en paz a los representados por los “once machos”.
Hasta ahí, todo bien con la propuesta de Miyashiro, quien dirige y protagoniza el filme. El problema es que el cine –el bueno– no está hecho de buenas intenciones, sino de una práctica de imágenes en movimiento y sonidos que debe superar el teatro filmado, la acumulación simplista de disfuerzos predecibles o cualquier algarabía grupal bulliciosa que se podría hacer en un set de televisión. Al lado de “Once machos”, “¡Asu mare!” o la misma “Calichín” (2016) –película dirigida por Ricardo Maldonado y protagonizada por Miyashiro, también centrada en el fútbol–, a pesar de sus grandes limitaciones, parecen haber sido dirigidas por Martin Scorsese o Stanley Kubrick.
Miyashiro es primario en exceso, y elude los esquemas más básicos de composición visual, secuencia narrativa, dirección de actores y montaje. Personajes interpretados por excelentes actores como Carlos Gassols –vieja gloria del torneo distrital escogida para ser el DT del equipo del barrio– o Wendy Vásquez –en el papel de la escéptica ex pareja de uno de los “machos”– parecen entidades abstractas que apenas dicen una palabra o fruncen el ceño. Todo esto para dejar el protagonismo total a Miyashiro y sus repetitivas rutinas que combinan la chacota y la retórica biempensante más plana.
Por su parte, los antihéroes de la historia, perdedores despreciados por sus familias, pudieron haber reclamado respeto por un tiempo ido: el de los patas de barrio cuyo máximo logro es el de tener un celular. No obstante, Miyashiro está lejos de aprovechar esas posibilidades simbólicas o ese amor por la tradición que se extingue en el presente pragmático y cínico que representa Jaime. André Silva o Yaco Eskenazi se limitan a ser bufones, y la humanidad de sus personajes nunca asoma en medio de las bromas tontas en los entrenamientos y, sobre todo, en uno de los partidos de fútbol más largos y aburridos de la historia del cine latinoamericano (este tramo ocupa casi toda la segunda mitad del filme).
Pero lo peor de “Once machos”, más allá de su negligencia narrativa y audiovisual, de su no-estilo o de su floja naturaleza de subcine, es su tono moralizante y sensiblero. Basta citar esa escena avisada en exceso en la que Alejandro se pone nervioso por su reaparecido amor platónico de juventud (Vanessa Saba). Ante los avances de esta mujer ideal y la posibilidad de irse con ella, Alejandro no dudará en preferir a la amargada esposa que lo ha dejado (Érika Villalobos).
La película como “ejemplo de vida edificante” llega, así, a su más estereotipado clímax. Uno frío y desabrido, como corresponde a una película hecha sin convicción. Todo ello sin que conozcamos a los personajes ni sus motivaciones: el contenido psicológico se reduce a una cuestión de acciones obvias, frases hechas o muecas de café-teatro. La posibilidad de un cine peruano popular, inteligente e imaginativo vuelve a estar lejos de la pantalla grande.
AL DETALLE
Calificación: 0.5 estrellas de 5
Género: comedia.
País y año: Perú, 2017.
Director: Aldo Miyashiro.
Actores: Aldo Miyashiro, Pietro Sibille, Carlos Gassols, Érika Villalobos, André Silva.