Su mamá le tostó canchita, le hizo chicharrón y los envolvió en un mantel. El rancho. Luego, lo puso dentro de un bolso hecho con un costal de harina y se lo dio a su hijo. Con eso en el hombro, Eusebio ‘Chato’ Grados corrió a la carretera rumbo a Lima lleno de ilusiones y canciones.
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La capital no lo recibió con los brazos abiertos. No le alcanzaba para un hotel y había perdido la dirección de la única persona que conocía en la ciudad. Solo le quedó pasar la noche entre mendigos que se hacían espacio en el Parque de la Reserva. Su suerte, sin embargo, pronto cambiaría: ganó el primer concurso de canto del Sindicato de Artistas Folclóricos y, luego, triunfó el Festival de Autores y Compositores de 1987. El rey estaba por tomar el trono que la partida de grandes como el Picaflor de los Andes habían dejado vacío.
Grados –quien falleció hoy, a los 66 años, por un paro cardíaco– pudo haber sido una estrella joven. La primera vez que visitó Lima fue a los 14 años, luego de demostrar su talento en una actividad en su colegio de Atacocha (Pasco) a la que asistieron referentes de la canción vernacular como la Pastorita Huaracina y el Indio Mayta. Cuando lo escucharon cantar, quedaron sorprendidos, suficiente razón para hablar con sus padres y llevarlo a la capital a empezar su carrera. Ya en Lima, recibió un telegrama que cambió sus planes. “Mi madre estaba gravemente enferma, estaba internada en el hospital –contó el músico a El Comercio–. Mi padre se había dedicado al alcohol. En mi casa todo era un desorden, nadie atendía a mis hermanos menores, que no pasaban de los 10 años. Viendo eso, le dije a mi mamá que me quedaría a cargo hasta que ella mejore”. Pero eso le tomó muchos años.
—El legado del último ícono del folclor—
Los últimos años del ‘Chato’ Grados fueron una ida y vuelta al hospital: tuvo cáncer de médula ósea e insuficiencia renal crónica. Su fortaleza era suficiente para esquivar a la parca, a quien vio de frente en más de una ocasión mientras estuvo internado. “He vuelto a nacer”, diría en varias ocasiones. Pero hoy sábado, en el hospital Almenara, las constantes diálisis se complicaron y su corazón no resistió más.
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El legado de Grados no es tanto su popular canción “Pío pío” –que compuso entre improvisaciones durante un evento en Chongos Bajos (Huancayo) en el que una lluvia torrencial espantó a patos y pollos–, sino el haber impreso en la mente de los peruanos el sabor y la tradición del huaylarsh.
“Le temo a la muerte como toda persona. Pero la afronto. Sé lo que me va a suceder. Solo me queda tener calidad de vida. La gente hacía largas colas para ir a visitarme, como si estuvieran en un concierto. Cuando yo me muera, eso es lo que podrán contar de mí”, dijo a este Diario el año pasado, semanas antes de celebrar sus bodas de oro.
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Eusebio ‘Chato’ Grados en El Comercio
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