Malgastados ya los réditos políticos de la anexión de Crimea, el jefe del Kremlin, Vladimir Putin, ha vivido su particular "annus horribilis", marcado por una impopular reforma de pensiones, casos de espionaje en Occidente y desencuentros con el presidente de EEUU, Donald Trump.
Paradójicamente, la histórica victoria de Putin en las presidenciales de marzo, en las que logró la reelección con el 78 % de los votos, se convirtió a la postre en una maldición para el dirigente ruso, al que la Constitución permite permanecer en el poder hasta 2024.
El mandato teóricamente destinado a que Rusia se recuperara definitivamente de la recesión, redujera el gasto en armamento, pusiera fin a la guerra en Siria y normalizara las relaciones con Occidente, se torció al poco de arrancar.
El propio Vladimir Putin puso las primeras piedras en el camino al presentar al mundo dos semanas antes de las elecciones el nuevo y amenazante arsenal nuclear ruso, capaz de alcanzar “cualquier punto del globo”. El guante lanzado por el jefe del Kremlin fue recogido por Occidente.
Sin tiempo para el respiro, tres días después, en una historia que recuerda a los episodios más oscuros de la Guerra Fría, el doble agente ruso y británico Serguéi Skripal y su hija Yulia fueron envenenados con un agente tóxico en territorio británico, supuestamente por agentes del agencia de inteligencia militar rusa, el GRU.
La respuesta de Occidente, ya escarmentado por las denuncias de injerencia rusa en las elecciones en EEUU, fue firme: expulsó a 150 diplomáticos rusos e impuso nuevas sanciones a Rusia.
En los meses siguientes, ya después de la investidura de Putin, numerosos casos de espionaje ruso devolvieron al Kremlin a los tiempos en los que la Unión Soviética era vista como una amenaza constante y un apestado internacional.
El Mundial de fútbol Rusia 2018 supuso una pausa en el enfrentamiento con Occidente y prácticamente la única buena noticia del año para Putin, ya que fue un éxito organizativo.
Eso sí, fue boicoteado por los principales dirigentes mundiales.
Con todo, Putin cometió un error de cálculo que puede mancillar a la larga su legado a ojos de sus conciudadanos. Decidió presentar la nueva reforma de pensiones justo el día del partido inaugural de la Copa Mundial, pensando que pasaría desapercibido.
Se equivocó. La iniciativa fue rechazada por más del 90 % de los rusos y provocó las mayores protestas antigubernamentales desde las manifestaciones contra el fraude electoral de finales de 2011.
Pocas veces se había visto a un Putin tan falto de reflejos. Incluso recurrió a la televisión, algo visto antes solo en contadas ocasiones, para dirigirse a la nación y defender la reforma, aunque en su momento dijo que nunca elevaría la edad de jubilación.
El pueblo ruso, que le había dado la victoria en las elecciones, le castigó. Putin termina el año con el peor índice de apoyo popular desde 2013 -por debajo del 60 %- es decir, desde antes de que la anexión de Crimea le convirtiera en indiscutible padre de la nación.
Sin duda, otro factor que ha resquebrajado los cimientos de la confianza en Putin es la marcha de la economía. El presidente marcó como objetivo que Rusia crezca por encima de la media mundial y se convierta en 2024 en una de las cinco principales economías mundiales.
En cambio, la realidad es que la economía apenas crecerá este año, el poder adquisitivo de los rusos no deja de caer, el rublo no acaba de recuperarse y el descontento popular no deja de crecer, especialmente en las ciudades pequeñas y entre los más jóvenes.
Mientras, todos los intentos de normalizar las relaciones con EEUU han fracasado.
Si el caso Skripal puso las cosas cuesta arriba, la “guerra de las galaxias” anunciada por Putin dio a Trump una excusa para acusar a Moscú de iniciar una nueva carrera armamentista.
Como resultado, Trump anunció sus planes de abandonar el primer tratado de desarme nuclear de la Guerra Fría, el INF, lo que a su vez llevó a Putin a amenazar con apuntar sus misiles contra Europa.
Las cosas se complicaron aún más al final del año con el incidente naval entre guardacostas rusos y buques ucranianos.
Putin, que ya había irritado a su vecino al tender un puente entre Crimea y la Rusia continental, defendió el uso de la fuerza en la zona de los mares Negro y Azov.
Ese suceso, aparentemente menor, agudizó el aislamiento de Rusia.
Contra todo pronóstico, Trump aplazó el esperado encuentro con Putin, que conoció la noticia por Twitter cuando ya volaba de camino a Buenos Aires.
Una humillación en toda regla que no pasó desapercibida en la cumbre del G20 en Argentina, donde se vio al líder ruso más marginado que nunca.
Fuente: EFE