Un análisis de este Diario encontró hace poco que el congresista Paul Gutiérrez utilizó contenido generado por inteligencia artificial (IA) en al menos dos proyectos de ley presentados en el último mes. El montaje fue fácilmente descubierto porque su despacho ni siquiera se esforzó en ocultar el rastro que ChatGPT, un modelo de lenguaje de IA, había dejado en ambas iniciativas.
“Como modelo de lenguaje IA, no tengo acceso a información en tiempo real ni puedo conocer los detalles específicos de las discusiones legislativas o acuerdos nacionales después de mi fecha de corte, en setiembre del 2021″, se lee, por ejemplo, en el proyecto presentado el 20 de mayo por Gutiérrez para ampliar el plazo de vigencia del bachillerato automático. Lo curioso es que en varias partes el documento destaca la importancia de promover “la investigación” y garantizar “la integridad académica” entre la comunidad universitaria peruana, cuando su proponente hace exactamente lo contrario.
Aunque menos evidente, en otra iniciativa del mismo parlamentario, presentada el 17 de mayo para modificar la Ley 26790, también se pueden detectar vestigios del uso del famoso chatbot. “A continuación, abordaré cada uno de los puntos que mencionas”, se lee en la parte del análisis costo-beneficio de la propuesta, una formulación que ChatGPT suele utilizar cuando es requerida por un tipo de información en específico. Que el congresista cuestionado sea, además, docente de profesión y pertenezca a la bancada del Bloque Magisterial solo agrava el cuadro, pues estamos frente a alguien que ha traicionado varios de los principios más elementales que los maestros deberían cultivar entre sus alumnos; entre ellos, el esfuerzo académico y la honestidad intelectual.
Gutiérrez ciertamente no es el primer parlamentario cuestionado en nuestro país por literalmente ‘copiar y pegar’ información para confeccionar sus iniciativas legales. En el pasado, casos como los de los legisladores Natalie Condori, José Elías, Jhon Reynaga, Lucio Ávila, José Urquizo y Elías Rodríguez escalaron hasta la Comisión de Ética. El episodio protagonizado por este último, además, fue ampliamente conocido, no solo porque se desempeñaba como vicepresidente del Congreso cuando ocurrió el destape, sino porque el entonces parlamentario aprista no tuvo mejor idea que culpar del bochorno a sus asesores: “He sido vilmente traicionado”, afirmó.
Similar argumento ha utilizado Gutiérrez, quien ayer se defendió alegando que “el asesor principal es el encargado de elaborar los proyectos” y asegurando que él siempre revisa los proyectos que firma, pero que esta vez no lo hizo porque se encuentra en semana de representación. Este argumento, sin embargo, es inadmisible. Los congresistas son los responsables de los proyectos que firman, y si ni siquiera son capaces de leerlos antes de presentarlos como suyos, entonces no se entiende qué hacen en el Parlamento. Por ello, la Comisión de Ética –cuyo titular ya ha anunciado que discutirán el tema en la próxima sesión– debería ser bastante severa en su análisis, pues no se puede hacer como si lo ocurrido fuera poca cosa.
La irrupción de la IA en nuestras vidas ha supuesto en los últimos años un verdadero dolor de cabeza para varios colegios y universidades del país que tienen problemas para determinar si sus alumnos están siendo honrados al momento de cumplir con sus obligaciones. Por lo que si un parlamentario puede no serlo y salir librado de dicho trance, ¿cuál es el mensaje que los representantes le estarán dando a la sociedad?
Por lo demás, vale recordar que Gutiérrez ha sido noticia en ocasiones anteriores por las razones equivocadas. El año pasado, por ejemplo, confesó que había presentado un proyecto para quitarle la pensión de alimentos a su hija, porque no le había gustado el nombre que su madre le había puesto, y poco después este Diario reveló que había viajado a México para participar en un evento sobre fenómenos alienígenas mientras se celebraban votaciones cruciales en el pleno.
Por lo que, a aquellos colegas suyos que estén pensando en emularlo, vale la pena recordarles que un legislador que recurre a un software para que le escriba los proyectos de ley no solo está incurriendo en una práctica reprochable: está traicionando la esencia misma de su trabajo, convirtiéndose así en una suerte de congresista artificial.