La recomposición del equipo ministerial supone una buena noticia en un contexto en el que estas claramente no abundan. La conducción del Gabinete ha recaído en una persona con más experiencia y capacidades para ocupar el cargo, y el cambio del primer ministro y del responsable del sector Salud representan una aparente admisión por parte del presidente Vizcarra de que había que enrumbar el barco.
En sus primeras declaraciones, Pedro Cateriano ha señalado sus prioridades: (i) enfrentar la pandemia, (ii) impulsar el crecimiento económico y (iii) garantizar la transición democrática a través de elecciones libres el 2021. Este último objetivo consiste en realidad en dar cumplimiento a una obligación constitucional y no nos detendremos por ello a comentarlo.
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Es difícil, en contrapartida, incurrir en hipérboles cuando se trata de evaluar la complejidad de los retos en cuanto a la emergencia sanitaria y crisis económica. Lo que queda claro es que acometer esta tarea requiere simultáneamente de un progreso sustantivo en la capacidad de gestión en sectores claves, y de un manejo político mucho más fino por parte del Ejecutivo. La presencia de Pilar Mazzetti en el Minsa y la continuidad de la ministra Alva en Economía y Finanzas constituyen, en esa medida, señales positivas. Y, esperamos, el fin de la falsa dicotomía entre Salud y Economía tantas veces esgrimida por representantes del Gabinete saliente.
También son signos alentadores (aunque evidencie tal vez las bajísimas expectativas con las que veníamos) la apertura mostrada por el nuevo primer ministro para incorporar al sector empresarial y a las organizaciones de la sociedad civil en la lucha contra la pandemia, el énfasis que ha puesto en la inversión privada como generador de riqueza y el reconocimiento por parte de Mazzetti de la necesidad de transparentar cifras en su sector.
Estos días han permitido, no obstante, identificar también nubarrones en el horizonte. En cuanto a las relaciones con el Congreso, un órgano con el poder de desbaratar a punta de populismo los planes de recuperación económica más sensatos que las mentes más lúcidas puedan diseñar aquí o en cualquier parte del mundo, no queda claro qué viene más allá de las rondas de diálogo protocolares iniciadas por Cateriano. Que el Parlamento no haya accedido a que el voto de investidura se realice antes de 28 de julio, lo que hubiera supuesto una deferencia inocua al nuevo primer ministro, es sin duda preocupante.
En el propio Ejecutivo, los principales riesgos de gestión parecen provenir de Transportes y Comunicaciones, y de Vivienda y Construcción, en los que el presidente ha insistido en colocar a su entorno (premiando incluso con otra cartera a Carlos Lozada, cuando el manejo del transporte público durante la pandemia ha sido notoriamente deficiente). Más perturbador aún, en tanto siembra dudas respecto de su convicción para realizar el cambio de Gabinete mismo, Vizcarra ha señalado que quiere mantener en su equipo tanto a Vicente Zeballos como a Víctor Zamora, un despropósito que restaría autoridad a sus sucesores.
Escollos no menores, en suma, que por el bien del país esperemos pueda sortear el primer ministro.