P or lo que hace y deja de hacer el presidente Vizcarra, parecería que su idea de jugar una aventura electoral en el 2021 no deja de quitarle el sueño de cada día.
El problema es que la idea proviene solo de los picos de popularidad alcanzados a finales del año pasado y que, a comienzos del presente, ya acusan un serio desgaste que el mandatario quisiera remontar a cualquier precio, inclusive de afectar el frágil sistema de piloto automático en el que vive el país.
Como la anticorrupción y la reforma política ya no le dan los réditos que le dieron bajo la espuma del referéndum, Vizcarra sabe que la naturaleza política del país –ahora más informal y anárquica que nunca– le permitirá una vez más pescar a río revuelto. Combatir, por ejemplo, la extracción ilegal del oro en tanto se legaliza, en las narices del Estado, su comercialización.
El reciente bajón de siete puntos en las encuestas le ha traído al mandatario la oportunidad de generar, en el cambio de Gabinete, un espejismo de confianza y gobernabilidad que, de la mano del primer ministro Salvador del Solar, podría cobrar, en el corto plazo y dependiendo de su muñeca política, el milagro de la certidumbre.
La cruzada anticorrupción y la reforma política son todavía carnets de identidad de relativo peso que Vizcarra desearía mantener a flote, mirando más hacia fuera que hacia dentro. Anticorrupción en cualquier lado, menos en la esfera del gobierno, como Transportes, desde donde se podría empezar a barrer por casa. Reforma política en cualquier lado, menos en el aparato del Estado, donde la PCM luce convertida en gigantesca playa de estacionamiento de organismos burocráticos que distorsionan sus fines y medios.
En el Caso Odebrecht, Vizcarra busca mostrarse popularmente duro con la empresa brasileña en el tema de la indemnización e impopularmente sinuoso en el desarrollo de las investigaciones, donde él mismo tiene mucho que explicar ante la opinión pública, el Congreso y la justicia.
Esto conduce a la inevitable pregunta de a dónde ir con Vizcarra y Del Solar. ¿A navegar en círculos alrededor de todo lo que reporte expectativas de popularidad, como acampar en Madre Dios, o a tomar a media docena de toros por las astas para hacer que el gobierno y el Estado funcionen a costa de la impopularidad que ello puede acarrear?
Del Solar tendrá que elegir entre ser un jefe de Gobierno, imprimiendo un cambio radical en la PCM, o acompañar a Vizcarra, aquí y allá, como su ágil resorte de comunicación e imagen hasta que suene la campana de su último round en el cargo.
Si el horizonte del 2021 es de gobernabilidad, Vizcarra y Del Solar tendrán que esperar a ser premiados al final del camino, haciendo lo que deben hacer por esa gobernabilidad. Pero si el horizonte es de continuismo en el poder, la obsesión por las encuestas seguirá nublando realidades, tales como los millones de dólares de inversión bloqueados por conflictos sociales.