El último contacto con el avión ocurrió a las 8:15 de la noche. A esa hora, la torre del aeropuerto Rodríguez Ballón, de Arequipa, se comunicó con el vuelo 251 de Faucett que venía de Lima para seguir con el procedimiento estándar de aterrizaje que habían comenzado. Era una noche cargada de nubes, recuerdan, quizá solo un poco más brumosa que lo normal. A cinco minutos para su llegada final algo sucedió y el avión dejó de responder.
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Hasta ese momento había sido un día tranquilo para los bomberos de la compañía 78 de Arequipa. Uno de ellos, Iván Bravo, de 23 años, estaba en la estación con sus compañeros de guardia, en la eterna espera de que algo pasara. Algo más ocupaba su mente: faltaban solo unas horas para que le cantaran el Feliz cumpleaños, recuerda. Iba a cumplir 24, tres como bombero. En su casa se lo celebrarían con una buena comida, pensaba, cuando sonó el teléfono de la estación.
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Era del aeropuerto. De inmediato cogieron su pertrechos, los subieron a una vieja camioneta y enfilaron hacia al cono norte de Arequipa. Solo les dijeron que se trataba de una emergencia. Al llegar a una zona conocida como Ciudad de Dios, en ruta hacia Yura, la visión los conmovió. Al fondo de una quebrada engullida por la oscuridad sobresalía, como único punto luminoso, un fuego extraño. Arribar a la zona del desastre fue un reto porque una fila interminable de autos de familiares y curiosos no les dejaba avanzar. Tuvieron que bajarse y recorrer a pie cinco kilómetros con todo el material a cuestas.
1996: AÑO FATÍDICO PARA LA AVIACIÓN PERUANA
Aquel 1996 fue fatal para la aviación nacional. En octubre, un vuelo de Aeroperú que iba con 70 personas a bordo cayó al mar al poco tiempo de despegar del Jorge Chávez. Se determinó luego que al menos uno de los altímetros de la nave falló porque personal de mantenimiento olvidó retirar unas cintas adhesivas que colocaron sobre los puertos estáticos durante la limpieza. El caso del Faucett, ocurrido ochos meses antes, no fue menos sonado. Nunca un accidente aéreo en Perú había dejado tantas bajas que lamentar.
Esa noche del 29 de febrero de 1996, en el lugar del desastre se encontraba Fredy Salcedo, fotógrafo del diario Correo (Arequipa), y el único que llegó hasta el corazón de la tragedia esa noche. Salcedo, un papá reciente y por tanto insomne, había pensado dormir por fin esa noche cuando lo sacaron de su casa por la urgencia. Llegó con unos compañeros por una vía y bajó solo. Le daba miedo acercarse. Disparó y disparó las fotos de este artículo en un estado de conciencia suspendida. Estaba solo, trabajando y tratando de no distraerse del fuego que de rato en rato se embotaba y escupía aire, como una hornilla descompuesta.
“Yo he sido ‘barrio’. He visto mil cosas. He cubierto accidentes de buses con 60 muertos. Pero nunca he visto algo así. Nada te prepara para algo así. En un momento me acuerdo que me senté porque no podía...”, dice y se queda en silencio un momento. Se le ahoga la voz. En los días siguientes a la caída del Faucett se dio cuenta que no podía dormir o relajarse si no se tomaba un par de tragos antes.
UNA MADRUGADA EN VIGILIA ANTES DEL RESCATE
Cuando los bomberos llegaron a Ciudad de Dios fueron testigos de la miseria humana. “Una de las cosas que no olvido fue que cuando iluminamos con reflectores la zona del accidente, porque todo estaba muy oscuro, vimos a mucha gente robando maletas. Les robaban a los muertos. Salieron despavoridos cuando los iluminamos”, recuerda Juan Álvarez Torres, de 77 años, quien entonces era teniente de bomberos y su jefe de operaciones. “No se podía hacer nada con el fuego porque era un terreno difícil. Ni agua había. Acordonamos y tratamos de recuperar algunas cosas hasta que amanezca”.
Nadie durmió esa noche. Se quedaron sentados, con impotencia en ojos, a la espera del sol, y con él, la primera imagen real de la tragedia. Lo que vieron fue la cola. Lo demás, salvo trozos pequeños del fuselaje, se había deshecho. En el vuelo iban decenas de turistas, entre ellos alrededor de 40 estudiantes chilenos. Nadie sobrevivió. Una de las víctimas, quizá de la que más hablaron los medios peruanos, fue Lorenzo de Szyszlo, hijo del pintor Fernando de Szyszlo y la poeta Blanca Varela. Pareja de Lorenzo era entonces la actriz Marisol Palacios que el 2017 exorcizó ese pasaje de su vida en la obra Pájaros en Llamas, de la dramaturga Mariana de Althaus.
La recuperación de los cuerpos duró todo el día, recuerda Ivan Bravo, una tarea que no ha podido olvidar en este cuarto de siglo. Los rescatistas se fueron a su casa después, acompañados de una pena sorda y un olor indescriptible que los acompañó por días, que los seguía hasta en las pesadillas que tuvieron. Esa tarde del rescate se ofreció un responso en la zona, con los bomberos reunidos, la Cruz Roja y la Policía. “Vi que varios rompieron en llanto”, anota Salcedo.
El escritor Jeremías Gamboa trabajaba para la revista Caretas cuando fue enviado hasta Arequipa a cubrir el desastre. La comisión le llegó tan rápido que no lo pensó bien y fue en sandalias. Se arrepentiría en las próximas horas. “Vi un avión despedazado que había caído en dos laderas. Recuerdo mucho la imagen de una ventanilla suelta que alguien levantó. Había ropa de tripulación y todo con un viento tremendo. Es lo más cercano que he vivido a lo que les pasa a los periodistas de guerra que se acorazan. Yo miraba estos restos partidos por la mitad y se veía todo muy pequeño”. Fue la primera gran impresión que se llevó de la muerte, tan fuerte e intensa que luego, en la noche, tuvo problemas de temperatura”. Gamboa siente que el recuerdo de lo visto ese día lo persigue y hasta ha pensado en volcarlo a futuro en un cuento.
El informe final del Ministerio de Transportes y Comunicaciones estableció que fue un error del piloto Juan Mayta, acaso llevado por la nubosidad de ese día. “Intentó hacer un aterrizaje visual en vez de valerse de los instrumentos. Había una vieja costumbre de pilotos experimentados de guiarse por la vista. Si hubiera confiado en sus instrumentos, no habría perdido altitud y no se habrían muerto”, anota Julián Palacín, presidente del Instituto Peruano de Derecho Aéreo, dejando así de lado teorías que surgieron en años posteriores sobre un presunto sobrepeso de la nave.
“La tripulación no prestó la atención debida al aterrizaje, que era de noche. Un piloto tenía que haber estado volando con los instrumentos y el otro mirando hacia afuera, pero al parecer los dos acabaron visualizando hacia afuera”, anota el experto en seguridad aérea, Patrick Frykberg. “Fue una cadena de eventos: el piloto hizo una aproximación muy baja, estaba por debajo de los mínimos para el aterrizaje en ese campo, por eso que no ve las luces de la pista. Las luces sí estaban prendidas pero él estaba muy abajo”.
Pese a la magnitud del accidente, Palacín descarta que la tragedia del Faucett haya significado el fin de la aerolínea, que quebró al año siguiente, pues los riesgos en esos casos los asume el seguro. “El Perú es un país que ha tenido accidentes lamentables pero, dentro de la estadística que se maneja, no es un país inseguro”, dice. En su testimonio, los accidentes de ese año ayudaron a que los pilotos reforzaran la necesidad de ceñirse a los protocolos en casos de emergencia.
Arequipa quedó consternada. No faltaron los creyentes en la superstición que atribuyeron esta y otras tragedias de ese año a la exhumación de los restos de la conocida momia Juanita. En el lugar donde cayó el Faucett hay hoy un cementerio. Como muchos cuerpos no fueron recuperados del todo, los familiares fueron levantando altares y una cruz. Desde entonces, más y más tumbas aparecen, de gente de la zona, como quien acompaña en silencio a los caídos ese día. //
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