El aire se había convertido en un veneno que hacía que los ojos se llenaran de lágrimas. Se oía un zumbido. Otra bomba caía en la avenida Abancay. En medio de este espectáculo borroso, era difícil distinguir a un hombre de un metro sesenta y tres que caminaba indignado en señal de protesta. Era Valentín Paniagua, quien había ingresado en el penúltimo lugar al Parlamento en el recuento de votos y que luego de la sesión solemne del Congreso se había retirado del hemiciclo apenas entró imponente Alberto Fujimori, el ilegítimo presidente que se había hecho reelegir por tercera vez. Gloria Helfer estuvo a su lado ese día y cuenta que don Valentín se portó como todo un caballero. Nos quedamos un poco rezagados y él en todo momento se preocupaba porque yo estuviera bien. Ninguno de los dos teníamos máscaras y la gente nos pasaba algodones con vinagre y agua. Ellos, Valentín y Gloria, estaban desarmados: no eran muy duchos en esto de enfrentar las bombas lacrimógenas.
—El tiempo ha pasado muy rápido en el país.
Creo que ha sido un año intenso en el que el Perú ha logrado ganarle a la historia para bien.
Don Valentín recuerda con una sonrisa la Marcha de los Cuatro Suyos sentado en un sillón del Salón Embajadores de Palacio de Gobierno.
El 22 de noviembre a la 1 y 23 de la tarde, este antiguo militante acciopopulista se colocaba la banda presidencial al pecho y se convertía en presidente constitucional de la República. Se inicia un tiempo nuevo, dijo con tono premonitorio en su primer discurso y muchos empezaron a descubrir en él a un líder distinto. Los primeros días fueron momentos muy difíciles, recuerda Alberto Adrianzén, sociólogo y asesor principal del presidente.
Palacio de Gobierno era de una soledad tremenda, revive Juan Incháustegui, amigo de infancia de Paniagua y su ministro de Industrias. Buscábamos opciones para integrar el Consejo de Ministros, pero teníamos que ingeniárnoslas para evitar el chuponeo.
Un momento complicado fue aquel famoso programa de Nicolás Lúcar. Nosotros lo vimos juntos, dice el jefe de prensa Mario Razzeto. Cuando terminó la entrevista en la que se acusaba al presidente de tener vínculos con la corrupción, este tocó el timbre y le dijo indignado al edecán: Llame al señor Lúcar. Cuando lo tuvo en la línea no lo dejó hablar y cuando terminó tiró el teléfono tan fuerte que rebotó y cayó al suelo. Al poco tiempo, con solo cuatro ideas escritas en un papel, daba un mensaje a la nación por la televisión, recuerda Razzeto. Se le afectó como persona, él reaccionó como tal y la gente comprobó que tenía un presidente con energía.
Pero no todos han sido tragos amargos para este hombre al que le tocó entibiar un país que quemaba. Don Valentín tuvo oportunidad de emocionarse. Una de ellas fue cuando le dieron el doctorado Honoris Causa en la universidad de San Marcos, lugar donde había culminado su carrera de derecho y, según confesó, el único título que aspiraba alcanzar. También está el homenaje que le rindió la Federación de Estudiantes del Perú, que le trajo los recuerdos juveniles de sus luchas estudiantiles. Ese día se salió del libreto e improvisó el 90%, sonríe Adrianzén. Es que tiene un trato muy especial con los jóvenes, es ante todo un profesor, comenta a su vez, José Éliche, secretario de la presidencia. También tiene jale con los niños, comentan. En Cusco lo perseguían al grito de “Chaparrón”, cuenta su paisano Incháustegui y cuando viajaron a la zona del terremoto, en Cotahuasi lo rodeaban, cantando el himno del lugar, se conmueve la ministra de la Mujer, Susana Villarán.
—¿Cuál es su secreto para comunicarse tan bien con los niños y jóvenes?
Tal vez sea porque soy un abuelo no del todo realizado, solo tengo un nieto y deseo vivamente tener más. Tal vez sea la edad que me vincula más a los jóvenes o el hecho de haber tenido el privilegio de ser profesor a lo largo de toda mi vida, lo cual me ha habituado a estar en contacto con ellos. Pero tal vez en el fondo sea porque yo asumí responsabilidades demasiado tempranas y eso me impidió ser joven. Llegué al Congreso a los 26 años y era ministro a los 28.
El presidente se pone nostálgico.
Es un hombre que tiene muchos reparos para hacer uso de los recursos del Estado, dice con justicia Diego García Sayán. Por eso algún fin de semana veraniego uno podía cruzárselo por la carretera en su carro Nissan particular acompañado por dos calladas camionetas de seguridad y no percatarse de su presencia. Paga peaje y para en las luces rojas, dice su secretario. Extraña ir a las librerías, porque es un lector casi enfermizo, coinciden todos. Tiene detalles increíbles, comenta su asesor. Un día cuando era congresista y regresaba de Huancayo sufrió un desperfecto mecánico. Dos ingenieros lo ayudaron y como agradecimiento don Valentín les ofreció invitarles un chifita en Lima. Un día, ya en el despacho presidencial, le dijo a Adrianzén: Tengo un compromiso pendiente. Cogió el teléfono y llamó a uno de los ingenieros, se disculpó por haber tardado en comunicarse con ellos y los invitó a comer como había acordado. Un día lo acompañé a Villa El Salvador a comprarse un mueble para sus libros, le toca el turno a Éliche. La vendedora lo miraba, pero no decía nada porque le parecía imposible que estuviera atendiendo al propio presidente.
—¿Qué es lo que más le ha incomodado del cargo?
El tener que vivir en presencia de los demás, de los medios de comunicación. Existe siempre el riesgo de decir algo que puede comprometer al Gobierno y está la imposibilidad de tener privacidad. Incluso la seguridad y lo que rodea al aparato del poder me incomoda: el hecho de no poder circular tranquilamente por las calles como cualquiera y hacer lo que solía hacer.
—¿No va extrañar nada de la Presidencia?
Creo que nada de los símbolos externos, un poco sí la posibilidad de satisfacer algunas esperanzas que la gente tiene y que en pocas oportunidades se puede lograr a través del poder.
Es un fanático de la historia del Perú. Lo acompañé a Caral y nos pasamos un día entero recorriendo la ciudadela, cuenta García Sayán. Le entregó una camioneta a los arqueólogos que trabajan allá y dispuso que se arreglara la carretera. También llegó a Choquequirao para decirnos que hay en el Cusco unas ruinas parecidas a las de Machu Picchu. Y si Belaunde tuvo su carretera Marginal, Paniagua, tiene su Camino Inca.
—¿Cómo se le metió el bichito de la política?
Yo nací en un hogar donde había mucha inquietud política. Mi abuelo fue diputado, promovió la primera huelga universitaria en el Perú en 1909 y encabezó una montonera en Abancay en 1910. Creo que esto influyó mucho cuando era niño. Además, siempre he tenido pasión por la historia que, en el Perú, está muy vinculada a la política.
—A los fracasos políticos.
No lo creo, el Perú ha tenido grandes éxitos. Me he empeñado en algo que ya parece un sonsonete: hay que poner en valor el Camino Inca. Una vía que a lo largo de 25 mil kilómetros demuestra que la integración andina es perfectamente posible. Este país ha tenido logros extraordinarios. Estamos viviendo una etapa difícil, pero eso no significa que no podamos recuperar la grandeza de nuestro pasado.
Paniagua cree que su origen cusqueño lo ha hecho más sensible a estos temas.
Los consejos de ministros también cambiaron de rostro desde noviembre. José Éliche cuenta que don Valentín escuchaba atentamente a todos, hacía una síntesis y luego daba su punto de vista. El convencía con la persuasión, coinciden sus ministros. Casi siempre se llegaba a un consenso, comentan. Para mí ha sido una etapa mágica, remata Villarán. Y este periodo tuvo un final emotivo el viernes 20. El presidente agradeció al Gabinete, en especial a Javier Pérez de Cuéllar por su trabajo y el embajador respondió con una analogía musical. Dijo que en esta orquesta había habido quince instrumentistas a los que el director, o sea Paniagua, había logrado arrancar los mejores acordes para alcanzar la armonía. Por eso, como en todo concierto, al final quien merece recibir los aplausos es el director.
—¿Bajar al llano será fácil?
Tal vez no. No lo sé, pero he sido diputado, ministro, presidente de la Cámara Baja y el retorno a la vida normal es bastante fácil. La gente olvida pronto.
Lamentamos contradecirlo, pero no creemos que el Perú lo olvidará, don Valentín.