El sábado 8 de octubre de 1927, y con la firme decisión de superarse y mejorar la performance del seleccionado nacional, la “Federación Peruana de Foot Ball”, como se decía entonces, trajo al entrenador charrúa Pedro Olivieri en el vapor inglés “Oroya”. Olivieri fue contratado para entrenar a la bicolor con miras al campeonato sudamericano que debía comenzar el 1 de noviembre de ese año. Es decir, el DT uruguayo debía armar un cuadro competitivo en menos de un mes. Una tarea más que complicada.
Olivieri no era un desconocido para los peruanos. Conoció Lima en 1924, en tiempos en que dirigía a la escuadra charrúa. Para 1927 sabía a donde se metía. En el barco que lo traía de su país, el nuevo DT del Perú vino acompañado de un jugador arequipeño, Carlos Franco, quien también estaba convocado para el certamen sudamericano próximo.
El equipo peruano ya concentraba en Ancón, y luego de desembarcar en el Callao y quedarse en Lima esa noche, es allí, al norte de la capital, a donde se dirigirían Olivieri y Franco.
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Fueron recibidos por los miembros de la Federación, y de inmediato se dirigieron al Hotel Bolívar. El domingo 9 de octubre de 1927, jugador y técnico fueron conducidos a la concentración bicolor en Ancón. Entonces, el charrúa declaró para El Comercio. Se le preguntó por sus expectativas ante el próximo campeonato sudamericano. Olivieri se presentó como un tipo sincero, sin pose, directo.
Dijo que tanto Uruguay, como Argentina y Bolivia hacían ya sus preparativos. “Uruguay ha designado una selección de jugadores, que si bien es cierto no son exactamente la representación del poderío futbolístico de mi país, es una buena representación. Es un cuadro fuerte”, advirtió.
Olivieri no se andaba con rodeos. Aseguró que sus compatriotas, tanto los titulares como los suplementes, eran “muy buenos jugadores”. Habló de su competencia y capacidades, y que no dudáramos de que sería un duro rival. “Hay cada jugador que… Ya verán ustedes”, señaló algo pensativo.
Cuando el reportero de El Comercio le preguntó sobre qué pensaba del fútbol peruano, el DT pidió que le dejaran ver a los jugadores unos 10 o 12 días. Aseguró, sí, que trabajaría para que los jugadores peruanos pudieran “lucir” su mejor juego. Ya los conocía de 1924, pero habían pasado tres años.
El uruguayo confiaba en su plan, pero también en el apoyo de las autoridades deportivas peruanas y en la colaboración de los propios futbolistas. Anunció que su viaje terminaba en Ancón, es allí donde recién empezaría su trabajo.
“Mi táctica será la de preparar a los jugadores en el field, hay mucho que aprender, mucho que practicar para poder jugar un buen foot ball”, indicó. Otro detalle que contó Olivieri es que le daría mucha importancia a la gimnasia. “La gimnasia, que también es importante, se la encomendaré a Blanco. Con este profesor de cultura física haré una labor intensa”.
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Un detalle curioso: Olivieri contó que trabajaba para el club Nacional de Montevideo, pero por intermedio del Ministerio de Relaciones Exteriores de su país, que lo requirió, es que aceptó el pedido del Perú, a donde llegaba con gusto por ayudar. “Gratos recuerdos tenía de este país, ¿por qué no prestarles mis servicios?”, concluyó.
El partido se vivió con mucha expectativa por parte de la afición peruana. No era para menos: era la primera vez que la selección del Perú jugaba contra su similar de Uruguay, que ya contaba con una fama de equipo aguerrido y técnico a la vez. Además, llegaban con su fama intacta de haber ganado a Suiza (3-0) en la final de las Olimpiadas de París en 1924.
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El campeonato sudamericano se desarrollaba en el antiguo Estadio Nacional de Lima, aquel donado por la colonia británica en 1921 y que se terminó de construir en 1923 y que, además, en parte tenía tribunas de madera. El acontecimiento deportivo fue la novedad de ese año. Los hinchas nacionales tenían esperanzas en el equipo de Olivieri, que se había preparado a conciencia en las últimas tres semanas.
Ese martes 1 de noviembre de 1927, el coloso del Nacional retumbaba de gente, la mayoría con vistosos sombreros saritas y saco bien puesto. La “Copa América” de ese año en Lima era motivo de fiesta popular.
Según los cronistas de El Comercio, los jugadores peruanos lucharon de igual a igual con el equipo celeste, especialmente en el primer tiempo. En la selección peruana jugaron en el arco Jorge Pardón, y luego el resto del equipo con Alfonso Saldarriaga, Carlos Moscoso, Leopoldo Basurto (capitán), Filomene García, Santiago Ulloa, Adolfo Muro, Alejandro Villanueva, Segundo Aranda, Alberto Montellanos y José María Lavalle.
Este esforzado equipo bicolor se enfrentó a los uruguayos: Miguel Capuccini, Adhemar Canavessi, Domingo Tejera, José Leandro Andrade, Lorenzo Fernández, José Vanzzino, Juan Pedro Arremón, Antonio Sacco, Héctor Castro, Juan Anselmo y Roberto Figueroa.
El primer tiempo fue parejo. Con idas y venidas. Perú, con mucha garra y despliegue físico, defendió su arco ante las arremetidas charrúas que buscaban el gol. Tanto coraje reveló la bicolor que, cuentan los cronistas, la afición nacional aplaudió constantemente al equipo, reconociendo así su enorme esfuerzo en la cancha.
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El Estadio Nacional estaba repleto. Había 22 mil espectadores. El juego del Perú en esos primeros 45 minutos fue para destacar. Era evidente el trabajo físico impuesto por el team liderado por Olivieri. Era un Perú que luchaba todas las pelotas, y un Uruguay que, en verdad (y no era un cuento), “semejaban once eslabones de una cadena; tal su admirable disciplina, tal su técnica y tal su indiscutible homogeneidad”.
La hinchada peruana no era ciega. Con altivez, podía reconocer a un equipo que nos superó en el segundo tiempo, cuando las energías cedieron al cansancio inevitable, y caímos por un marcador duro como fue 4 a 0. Los goles fueron convertidos por los charrúas Roberto Figueroa (49′), Antonio Sacco (52′ y 71′) y Héctor Castro (75′).
El árbitro del histórico partido entre Perú y Uruguay, el primero de los 69 partidos oficiales que han jugado hasta el momento a nivel de selecciones mayores, fue el argentino Consolato Nay Foino. La selección de Uruguay de fútbol ganaría a Argentina (2-1) la final de las Olimpiadas de Ámsterdam de 1928, y luego sería la primera campeona mundial en su país, en 1930.
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