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Gabo: el caso de su visita a Lima en 1967 junto con ‘Cien años de soledad’ y su charla en la UNI con Vargas Llosa | FOTOS
El colombiano Gabriel García Márquez, el recordado Gabo, vino al Perú para participar de unas conferencias en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) y aquí coincidió con el peruano Mario Vargas Llosa; ambos dieron una ‘clase maestra’ del valor de la literatura para la vida de los lectores. Eran los inicios del exitoso “boom” de la literatura latinoamericana, en la segunda mitad de la década de 1960.
Junto con la solemne visita del laureado poeta italiano Giuseppe Ungaretti a Lima, ese 1967, la de Gabriel García Márquez fue lo más destacado de ese año. Su llegada fue recibida como un remanso de modernidad, empatía y auténtica creatividad como pocas veces se vivió en la capital peruana. El colombiano era el escritor del momento en nuestras letras por su frondosa novela ‘Cien años de soledad’, la saga de los Buendía, recién publicada. La palabra del novelista era esperada con entusiasmo y curiosidad en los amplios salones de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI).
Ese año de 1967 fue increíble para la literatura peruana y la llamada “nueva literatura latinoamericana”. A inicios de junio, el escritor mexicano Carlos Fuentes había obtenido el Premio Biblioteca Breve por su novela ‘Cambio de piel’, la cual fue publicada en agosto por la editorial Joaquín Mortiz.
Luego, en marzo de 1966, se publicó ‘La casa verde’ de Mario Vargas Llosa, que consiguió a fines de julio de 1967 el Premio de Novela ‘Rómulo Gallegos’. En 1967 Vargas Llosa publicó también la novela corta ‘Los cachorros’.
El 19 de octubre de 1967 -luego de la visita de Gabo a Lima-, el continente supo que la Academia Sueca otorgaba el Nobel de Literatura al escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias.
Asimismo, ‘Cien años de soledad’, la inmortal novela García Márquez, llegaba a los lectores ese mismo año, ya en dos ediciones (mayo y junio). Con ese respaldo creativo e intelectual, arribó Gabo a Lima, en setiembre de 1967.
EL PERÚ QUE RECIBIÓ AL EXHUBERANTE ESCRITOR COLOMBIANO: LECCIONES DE MAESTRO
Mientras en Palacio de Gobierno juraba el nuevo gabinete ministerial, presidido por el ingeniero Edgardo Seoane, en la presidencia del arquitecto Fernando Belaunde Terry, en la sala de conferencias de la Facultad de Arquitectura de la UNI, el escritor Gabriel García Márquez explicaba a una masiva concurrencia cómo es que su novela ‘Cien años de soledad’ reflejaba la realidad convulsa, inaudita y milagrosa de América Latina.
En aquella memorable velada, García Márquez no estaba solo. En un lado de la mesa, le hacía compañía un amigo de entonces, el escritor peruano Mario Vargas Llosa. Dos gigantes de la literatura latinoamericana compartían espacio y tiempo.
Vargas Llosa se encontraba en un momento de plenitud: su novela ‘La casa verde’ había recibido el prestigioso Premio Rómulo Gallegos. Mientras tanto, el inigualable Gabo, ya contaba con dos ediciones de ‘Cien años de soledad’ solo en ese 1967.
García Márquez y Vargas Llosa eran los escritores latinoamericanos más buscados, pero Gabo era el “huésped de Lima”, aunque solo vio de ella su cielo encapotado. Su figura caribeña se dibujaba por los pasillos de la UNI y por los salones del Hotel Crillón, en la avenida La Colmena, donde se hospedó.
El escritor colombiano andaba algo asfixiado por el tiempo que la fama le quitaba, pero conocer Lima lo motivaba. Por eso aceptó la invitación de dar esas conferencias, que fueron todo un éxito de público.
GABO Y MARIO: ENTRE CHARLAS Y COCTELES
La primera jornada de la UNI se convirtió en un diálogo y reflexión entre los dos novelistas. El eje central de la conversación giró en torno a ‘Cien años de soledad’, la técnica narrativa, las influencias literarias y la ineludible dimensión del compromiso social.
En ese momento, Gabo compartió con una audiencia limeña expectante una reveladora declaración: “Narro mis historias con la misma imperturbable serenidad con la que nuestras abuelas solían tejer los relatos de antaño”, dijo con la misma gracia con la que contó la historia detrás de las historias de sus personajes.
En la segunda jornada, el renombrado autor colombiano se sumergió en un rito sagrado de la literatura: frente a un auditorio ansioso, García Márquez, en un gesto de generosidad, desentrañó las páginas de una novela en proceso, cautivando a todos los presentes con la lectura de un capítulo de esta. Se trataba de ‘El otoño del patriarca’, una notable novela que recién se publicaría en 1975.
El escenario de la UNI se nutrió con las preguntas curiosas de un público limeño que ansiaba descifrar el misterio detrás de ‘El otoño del patriarca’ una novela que, de manera sincrónica, García Márquez estaba tejiendo durante esos mismos días. Este histórico diálogo quedó inmortalizado en las páginas de “La novela en América Latina: diálogo”, libro publicado en 1968.
El 10 de setiembre de 1967, El Comercio hizo eco a las revelaciones de García Márquez en su suplemento El Dominical. En esa nota, el novelista colombiano dejó una cuota de sabiduría para sus lectores: la clave para conquistar a la gente radica, dijo Gabo, en la total sinceridad, aderezada con un toque de amena ligereza. Esta filosofía no solo era su brújula en la vida cotidiana, sino también su estrategia para armar las intrincadas historias que le hacían un gran creador literario.
En medio de la hospitalidad limeña, Gabo, de saco y corbata, participó luego de un cóctel de despedida en la residencia del arquitecto Santiago Agurto, rector de la UNI. Allí, en medio de piscos sours y camarones arrebozados, el novelista colombiano compartió su visión sobre un boom literario latinoamericano, “de escritores y lectores”, del cual ya se empezaba a hablar y escribir.
Era todo un acontecimiento verlo y escucharlo hilvanar palabras y anécdotas que, como la punta de un iceberg, apenas nos daban una pequeña muestra de su febril imaginación.
Con Gabriel García Márquez ya montado en un avión rumbo a Bogotá, Colombia, Lima quedó muy triste. Ni siquiera el clásico del fútbol peruano que se jugó esa tarde del 10 de setiembre de 1967 -con triunfo crema 3 a 2– hizo desaparecer la nostalgia de ver que un auténtico talento se alejaba de nosotros.
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