Tragedia de los Plumereros: la vez que 5 bomberos dieron su vida por salvar una fabrica de muebles en Lima
El ambiente de algarabía que se vivía en Lima durante febrero de 1931 se vio ensombrecido por la muerte de los valerosos bomberos que acudieron a apagar un incendio en una fabrica de muebles.
Cuando todo parecía indicar que el incendio en una fabrica de muebles estaba controlado, un derrumbe mató en el acto a cuatro bomberos; mientras que un quinto quedó sepultado vivo entre el lodo y la madera calcinada. La tragedia ocurrió la noche del sábado 14 de febrero de 1931 cuando un policía alertó a los bomberos de un incendio en la fábrica de muebles Freire y Compañía, ubicada en la calle de los Plumereros, hoy cuarta cuadra de jirón Camaná, en el Centro de Lima.
En cuestión de minutos, las compañías de bomberos llegaron hasta el lugar. Provistos de sus trajes y herramientas rompieron las puertas de la fabrica. Las llamas consumían los muebles y se extendían sin control. Una vez dentro del local, los bomberos dominaron el fuego en 20 minutos de ardua y exitosa labor.
Una vez controlada la situación se dispuso el toque de alto al fuego y recojo de materiales. Sin embargo, todavía algunos bomberos de las compañías Cosmopolita, Roma, France y Lima seguían trabajando en los dos pisos del inmueble. El humo era denso y espeso. Muchos bomberos estaban provistos, como era costumbre en aquella época, de toallas empapadas en agua, así se libraban de la asfixia que produce el humo y el característico olor a madera quemada. Afuera las demás compañías trabajaban en coordinación para ayudar a los compañeros que aun estaban en el interior de la fabrica.
Mientras los bomberos trabajaban sin descanso, una gran cantidad de curiosos se había situado en las esquinas respectivas. Los más avezados, que querían estar más del cerca del local, eran detenidos por la policía.
Cuando ya los jefes de las compañías se disponían a dar órdenes para proceder al recojo de los equipos, un desplome en el local incendiado hizo caer pesadas vigas de madera y diversos materiales acumulados en los pisos superiores sobre los esforzados bomberos. Un periodista del decano pudo ingresar al local y fue testigo del trabajo de rescate de los bomberos atrapados.
“Nos acercamos a los escombros todavía humeantes. Allí un grupo de bomberos trataba de sacar a los compañeros que aun quedaban abajo, en una especie de túnel formado por el derrumbe y cubierto de maderas quemadas y de muebles.”
A las 11:30 de la noche, ya se hablaba de un bombero muerto: Pedro Torres Malarín, sargento de la compañía Salvadora Lima, de 25 años, que se hallaba en lo más profundo de los escombros.
A los pocos minutos encontraron el cadáver del capitán Juan Roberto Acevedo Tamayo quien fue uno de los primeros en ingresar al local. El periodista del decano relató: “Acevedo tenía el casco en la cabeza. Visto así de frente daba la impresión de haber quedado sujeto por la nariz a la cañería, con el cuerpo colgante y vacilante en el abismo de muerte que se formó bajo él”. Los bomberos heridos fueron trasladados a la asistencia pública. La mayoría tenía contusiones en la cabeza.
Durante la noche y la madrugada del día siguiente la compañía del 7 de Infantería, que hacía trabajos de zapadores abriendo trincheras, cumplieron una destacada labor en el rescate de los cadáveres del teniente Eleazar Blanco Avilés, de la compañía Cosmopolita N6, y Julio Ochoa Torres, de la France N2.
La negra noche para los bomberos no terminaba aun. Su gran preocupación era rescatar al subteniente Carlos Vidal Bergeot, de la Cosmopolita N6, quien aun con vida, estaba atrapado bajo los escombros. Por momentos se escuchaba la voz del bombero pidiendo agua y luego solo el sonido de los hombres trabajando sin descanso. El rescate continuó durante la madrugada bajo la dirección del comandante de la bomba ‘Victoria’, Roberto Wakeham.
Las horas pasaban y la tensión iba en aumento hasta que lograron descubrir una pierna de Carlos Vidal, a quien cada cierto tiempo se le suministraba oxígeno y se le daban medicamentos para el dolor. A las cuatro de la madrugada el bombero fue sacado de su momentánea prisión y fue trasladado en ambulancia al hospital Dos de Mayo.
Carlos Vidal, quien estuvo consciente en todo momento, tenía quemaduras en una de sus piernas pero ninguna fractura. Los médicos hicieron hasta lo imposible para salvarlo, pero las lesiones internas que tenía eran muy graves. El parte médico indicó que el valeroso bombero falleció a las 1:45 p.m. Sus familiares y compañeros estuvieron a su lado hasta el final. Tenía 23 años y era aficionado a los deportes.
Mujeres y hombres de todas las edades rindieron homenaje a los cinco bomberos que eran velados en el local de la Bomba Lima, hasta donde fueron llevados una gran cantidad de aparatos florales y tarjetas de pésame. El entonces alcalde de la capital Luis Antonio Eguiguren ordenó la suspensión del programa municipal del carnaval. Además pidió a la población donaciones para los familiares de los bomberos caídos cumpliendo su misión.
El día del sepelio los tranvías de Chorrillos y Magdalena llegaban repletos de personas que llenaron las plazas San Martín y de Armas, a la espera del cortejo fúnebre.
En aquella sombría tarde, la población se unió y llevó en hombros los ataúdes de sus mártires hasta el cementerio Presbítero Maestro. El cortejo fúnebre recorrió la plaza San Martín repleta de autos y personas que escuchaban tocar a la banda de músicos del Regimiento 7 de Infantería. Antes de ingresar al jirón de la Unión, los bomberos intentaron infructuosamente colocar los ataúdes en los carros fúnebres.
La población quería despedirse a su manera de los bomberos que habían dejado sus vidas cumpliendo su deber. Desde los balcones de las casonas y en las tiendas comerciales, las personas rendían tributo en silencio. El cortejo fúnebre continuó por la plaza de Armas que también lució abarrotada de personas.
Una vez en el Presbítero Maestro empezó a reinar el caos. Muchos jóvenes se subieron a lo alto de los pabellones para escuchar los discursos del comandante general de Bomberos Federico Schiaffino y de las autoridades municipales. Todos corrían y se atropellaban alrededor de las mesas donde debían ser colocados los ataúdes.
Los bomberos tuvieron que despejar casi a la fuerza a la gente para abrir una estrecha calle y así pudieran pasar las personas que cargaban los féretros. Todo este desorden hizo que el entierro se prolongara hasta las 8 de la noche.
Días posteriores a la tragedia, El Comercio publicó cartas y poemas que los compañeros de los bomberos caídos y algunos ciudadanos hicieron llegar hasta nuestra redacción. Además el cuerpo de bomberos recibió las condolencias de sus colegas de Costa Rica y Chile; así como, de instituciones públicas y privadas del Perú.
A una semana de la tragedia se celebraron misas en la Catedral de Lima y en la iglesia San Francisco por el descanso de los héroes de la calle de los Plumereros.