MI PRIMER NOVIO
Como todo, esta búsqueda tiene un principio: mi primer novio. Habíamos sido vecinos toda la vida pero la primera vez que lo vi fue un día en que mi mamá me llevaba al colegio y pasamos por la puerta de su casa, de donde salía él también con su uniforme plomo para subirse a la camioneta de su papá. No sé si él me vio, pero para mí fue amor a primera vista. En pocas semanas descubrí que estudiaba en el Pestalozzi porque desde mi cuarto veía al ómnibus amarillo pasar cada tarde. Esperaba las tres de la tarde en punto para poner play a mi toca-cassette y esperarlo oyendo “Heaven” (Bryan Adams), sin ninguna esperanza de conocerlo jamás. Solo tenía doce años.Cuando comenzó el verano, un matrimonio de apellido ruso con siete hijos de todas las edades se mudó al lado de la casa de Martino Zolezzi (me enteré después que así se llamaba). Uno de ellos, Alek, se hizo amigo de Martino y salían siempre a montar bicicleta, a conversar en la pista frente a nuestras casas o a jugar una versión de béisbol que ellos llamaban bata con una pelota medio desinflada y un palo de escoba. Alek tenía una hermana de mi edad, Miluska, a la que le decían Milu.
Una tarde regresaba de Oeschle con mi mamá cuando Milu, que estaba sentada en la puerta de su casa mirando a los chicos jugar fulbito, le preguntó a mi mamá mi nombre y le preguntó si podía jugar con ellos. Yo no tenía donde esconderme y creo que mi mamá estaba podrida de que mi casi nula vida social y me dio un empujoncito para que vaya hacia ellos. Caminé sumergida en una burbuja de timidez.
Saludé con un beso a Milu y me senté con ella en la vereda. No pasó mucho rato hasta que los chicos se acercaron a nosotras y Milu nos presentó. Al sentir la cara de Martino besar la mía, todo me tembló. Desde esa tarde nos veíamos casi todos los días. Hasta el maldito día en que se terminaron las vacaciones.
En marzo todos volvimos al colegio. Nuestras madres no nos dejaban salir sino hasta el fin de semana. Los viernes reanudábamos los partidos de bata, pero empezaron a pasar cosas que nos fueron alejando. Comenzaron las fiestas de los colegios, los campeonatos deportivos, las kermesses, la misa, las idas al cine Real y las reuniones familiares de los domingos.
Pero ocurrió un milagro, o eso fue lo que yo pensé. Milu estaba jugando con mis muñecas, haciéndolas subir y bajar calatas jalando la pitita del ascensor rosado del edificio de la Barbie que mi papá me había regalado en Navidad, cuando se le ocurrió llamar a Martino. Pasó mucho tiempo antes de enterarme que a ella también le gustaba. Consiguió el teléfono de la guía y lo llamó; yo estaba al lado. Le preguntó si yo le gustaba. Martino no le respondió, sólo le dije que me mandaba saludos.
A los pocos días nos vimos otra vez todos juntos en la calle. Martino y yo nos mirábamos de reojo. La tarde avanzaba y todos se empezaron a despedir. Pensé en ese momento que tendría que resignarme a querer a Martino como a un amor platónico, hasta que lo vi caminar hacia mí, y con voz temblorosa, preguntarme si le podía dar mi teléfono. Con toda la vergüenza del mundo le dije que sí, pero ninguno de los dos tenía un lapicero. No tuvimos mas remedio que ir a mi casa a buscar uno. La mano me temblaba al escribir los números que hasta ahora recuerdo –4423202– y se lo di en un papelito. Mis manos estaban empapadas de sudor.
Al día siguiente me llamó por la tarde. Después de decirnos hola nos quedamos callados unos segundos que parecieron siglos, hasta que un hilo de voz dijo:
- ¿Quieres estar conmigo?
Otra vez el silencio. Sabía que ahora me tocaba hablar a mí.
- Sí.
- Te quiero, me dijo.
Ahora si el silencio fue eterno. Respiraba aterrada.
- Yo también. Le dije, sonreí y fui más feliz que nunca antes en toda mi vida.
- ¿Te llamo mañana?
- Ya.
Esa noche no pude dormir. Estuve nerviosa al día siguiente y los días que siguieron. Un dolor que ya no era en el pecho sino en el estómago se hacía mayor con los días. Una rara mezcla de felicidad y ansiedad.
Habían pasado cuatro días desde que me había caído pero seguía sin verlo. El viernes yo tuve una fiesta del colegio a la que mis amigas casi me obligaron a ir. Me dieron ganas de gritarles que por qué tanto rimel azul y esos lazos gigantes en el pelo, si nadie las va a sacar a bailar. A mí, por primera vez, no me importó ni mi ropa, ni quién estaba con quién. Solo pensaba en Martino, especialmente en la tanda de lentos. Recordaba su voz que me decía que me quería a cada momento y me estremecía. El sábado él no salió ni me llamó. Sólo nos quedaba el domingo, pero para mi mala suerte tenía un almuerzo en Chosica con mi familia y regresé como a las seis.
Casi resignada a no verlo hasta el próximo viernes, se me quitó la cara de mal humor al ver a Martino sentado sobre su bicicleta, conversando con Milu en la vereda. Lo más pronto que pude pedí permiso para salir fui hacia ellos. Habían diez pasos desde mi puerta hasta ellas, pero me perecieron un millón. Estaba muerta de la vergüenza, tratando de esconder mi cara tras el pelo, con las manos metidas en los bolsillos de un polo plomo de Mickey Mouse. No recuerdo de qué conversamos y jamás lo recordaré, pero iba a anochecer y tenía que regresar a casa. Así que Martino se despidió de Milu con un beso en la mejilla y volteó hacia mí con los labios apuntando directamente hacia mi boca. Yo me aparté. Él intentó besarme nuevamente pero volví a resistirme, entonces Martino se fue a casa.
Esa noche y el lunes siguiente en el colegio fueron una tortura. El dolor de estómago se generalizó a todo mi cuerpo. No podía pensar, sólo quería que terminara el día, meterme en mi cama y dormir para siempre. Cuando llegué del colegio me di cuenta de que estaba sola en mi casa y lo llamé. Gracias a dios me contestó él, si no, hubiera cortado. Más tímida que nunca y en un arranque de valentía poco natural en mí, le dije con voz suave y pausada que sí había querido besarlo pero me había dado vergüenza. De puros nervios me reí, y reímos los dos, y nos despedimos sin más. Al día siguiente acompañaba a la empleada a regar el jardín cuando vi que Martino se acercaba con buzo de colegio. Me dijo hola y nos besamos en la boca. Aquel instante me mantuvo en las nubes por una semana.
Nuestra relación duró nueve meses, un récord para primero de media en el que las relaciones apenas llegaban a algunas pocas semanas. El 22 de enero de 1986 me dejó para estar con una chica de su promoción que se llamaba Nicole. Después me enteré que esta lo había choteado y que Milu y él eran enamorados. No lo volví a ver, pero estuve tres años escuchando a Bryan Adams, Bonnie Tyler y Franco de Vita. No podía escuchar “Total eclipse of the heart” sin que los ojos se me llenaran de lagrimas.
Ahora pienso que fue en esos años en los que me volví adicta a muchas y muy malas canciones de amor, y empecé a desconfiar de los chicos que dicen te quiero sin apenas conocerte.
Diecinueve anos después volví a ver a Martino, pero esa es otra historia.