Alicia, qué fea eres
¿QUIÉN NO HA SIDO, SE HA SENTIDO O SIGUE SIENDO UN/UNA LORNA?
Siempre he escuchado que todos tenemos un niño dentro. Bueno, yo creo que además, algunos tenemos un lorna adentro. Y no lorna porque lo seamos, sino porque la crueldad de algunos niños y otros, no tan niños, del colegio (al que repito, a coro con Daniel F., no voy más), te lo hacen creer a la fuerza.
El día que un chico de primero de secundaria, me llamó por mi nombre y al voltear, en frente de todos los que estaban alrededor, me dijo: Qué fea eres, y a continuación todos se rieron, yo sólo regresé la vista a mi carpeta, con el secreto deseo de que la tierra me tragase. No creo que el pata ese se acuerde de esas palabras que yo tengo bien puestas en mi memoria, porque me dejo un comentario muy bonito en el primer post que escribí (Goodbye to you) deseándome suerte con el blog. Y además, no creo ni que se imagine que fue la primera persona que hizo que me creyera fea. Pero la historia, como suele suceder no termina ahí.
Suspiro, a mi pesar, porque, aunque suene ridículo, no me es muy agradable recordar muchas cosas que sucedieron en esos once años que pasé en el colegio. Si un día se divide en 24 horas, de las que pasas 8 durmiendo, 8 en tu casa (en la época escolar) y 8 en el colegio, no es difícil pensar que ese ambiente y sus componentes van a moldear el tipo de persona que eres. Te educan, se supone, pero ¿para qué? ¿Cuál es el modelo de hombre/mujer que forman?, y no hablo de los profesores ni del currículo educativo. Me refiero a las relaciones “chico-chica”.
¿No es la adolescencia la época de enamorarse por primera vez platónicamente o de verdad, de soñar, de los primeros novios, besos, abrazos y paseos de la mano? Al contrario de muchos casos conocidos, tuve la suerte de tener un vecinito muy guapo y muy dulce, al que yo le parecía la niña más linda del barrio. Si Marcelo y yo no hubiéramos tenido uno de esos romances dignos de los Años Maravillosos, estoy segura de que no hubiese tenido novio hasta los sabe dios cuándo; y me hubiera perdido el amar a alguien a esa edad, ese primer beso, todos los que siguieron, el primer recontra-tímido “te amo” y todos esos bonitos recuerdos que me hacían olvidar que en el colegio yo era una nerd y punto; y que por esa ridícula razón, estaba excluida de la galaxia (porque, para mí, quedaba a años luz) de las relaciones “normales” entre hombre y mujer.
Yo siempre fui retraída, sin embargo, ese tipo de comentarios -que no fue el único por supuesto-, hizo que mi timidez se multiplicara por treinta. Las fiestas o eventos sociales se convirtieron en un pequeño infierno para mí. Hasta me inventé una hepatitis para no ir al viaje de prom. Mi mamá se esforzaba en comprarme ropa (de color pastel, en esa época) porque verme los fines de semana leyendo o escribiendo, siempre encerrada en mi cuarto, no le parecía normal para una niña de mi edad. Pero la verdad, estar parada frente a la casa del terror que eran para mi esas reuniones donde, ahora se por qué, me sentía un bicho raro, era insoportable. Y no poder hablar del tema era lo peor, ser un/a lorna te exige una negación automática ¿Quién acepta ser lorna a los doce, trece, catorce años? Esa reivindicación viene mucho más tarde como pueden notarlo al leer estas breves líneas.
Felizmente pasan dos cosas en la vida: uno crece y el colegio se termina. A mí me tomó unos años más darme cuenta de que no sólo no era fea, sino que era y soy (a pesar de los días malos frente al espejo, el síndrome pre-menstrual y algunas resacas) –no lo digo por vanidosa, sino porque lo creo- una chica guapa. No soy una modelo; menos, soy perfecta. Soy más bien chiquita de tamaño (1.60 m.), de ojos, manos, pies, piernas y brazos. Tengo la barriga y la frente anchas, herencia de los Bisso, pero me gustan mi sonrisa, mi boca, mi pelo, mi espalda y la textura y el color de mi piel. Y lo más importante. Sé, ahora, que eso solo es una parte del pack. Todos somos unas cajas llenas de cosas bonitas -por dentro y por fuera- y monstruos ocultos que aparecen de vez en cuando.
Lo único que me queda por decir es que dentro de mi caja hay una niñita de doce años que aún le debe un lapo y un par de sesiones de terapia a ese, digámosle, patán. Pero hay una mujer de 34 que se siente orgullosa de haber sido y ser aún una lorna (o como se diga ahora) en muchos sentidos porque todo lo que ocurre en el pasado, te hace ser lo que eres ahora. Y para mí, eso está bien.
El que no lo ha sido o es que levante la mano (ese sí sería un espécimen extraño).
Canción (mejor dicho, himno) para aceptar haber sido o ser un lorna/freak/raro/nerd, y a mucha honra
Escucha aquí un extracto de “Creep” de Radiohead
Esta es una escena de “Cría Cuervos” de Carlos Saura, al verla mi niña interior se enternece y recuerda esas tardes solitarias.