El gran efecto de disculparse
¿Cuáles son tus debilidades?, ¿qué diría tu jefe si le preguntamos por tus defectos?, ¿cuáles son tus áreas de oportunidad de desarrollo?, ¿qué piensan tus colaboradores al respecto? Todas estas son preguntas que nos dan la oportunidad de conocernos, pero también de “hablar mal” de nosotros mismos.
“No se me ocurre que defecto mío podría mencionar ahora”, es una respuesta que increíblemente he escuchado demasiadas veces. Y es que muchos improvisan sus respuestas- en entrevistas por ejemplo – sin conciencia alguna del impacto que sus palabras tiene en su marca profesional. No se preparan para hablar con transparencia y honestidad de sus debilidades pero sin dañar su imagen profesional.
Así, otros también sin preparación alguna, sucumben a esa extraña necesidad de “confesarlo” todo y dan una lista larga de defectos, debilidades o carencias que nada bueno le aportan a su perfil. Otros mencionan sus debilidades como si fueran graciosas o nada pudieran hacer al respecto – “si pues, soy pésimo con los números”, o peor aún, tratando de justificarlas– “es que en mi colegio no enseñaban inglés” o echándole la culpa a los demás o a las circunstancias, “la empresa no me capacita”.
Así evidencian que no hacen introspección, no se esfuerzan por conocerse a sí mismos, a sus debilidades y perfil profesional. Y sobretodo, que hacen nada para tener una relación más adulta y madura consigo mismos y su trabajo en pos de evolucionar, crecer y mantenerse vigentes y competitivos. Y por ende, contentos.
La misma dejadez veo que nos pasa a muchos frente a nuestros errores: cuando decimos algo inapropiado, en mal tono o de manera poco amable que ofende a alguien. O frente a una promesa o compromiso incumplido, un trabajo mal hecho, un favor no agradecido a tiempo – entre muchos otros errores que solemos cometer a diario. La mayor parte de las veces tratamos de esconderlos o negarlos, minimizarlos, justificarlos e incluso de culpar al otro antes de aceptar totalmente la responsabilidad que nos toca y sus consecuencias. Y pensar en pedir disculpas se nos hace cuesta arriba: sentimos que hacerlo nos resta fuerza, compromete nuestra posición de “poder”, nos expone, hace vulnerables o mil otras excusas que creamos para no tener que disculparnos.
Una disculpa oportuna y bien dada es fundamental en el trabajo y más aún en la vida personal y familiar. Genera un gran efecto en los demás y en uno mismo. Pero hacerlo bien es difícil y requiere de valor y seguridad en uno mismo. Con el tiempo he aprendido que los mismos pasos que funcionan para hablar de nuestras debilidades o defectos con franqueza y honestidad, – pero con un impacto contenido – sirven también para pedir disculpas sinceras: identificación, aceptación, corrección, mejoras obtenidas y conciencia de latencia.
Así, ahora empiezo por reconocer mi error y aceptar de corazón que lo cometí. Luego expreso mis más sinceras disculpas por sus consecuencias y enfatizo los esfuerzos que haré o vengo haciendo para tratar de no repetirlo más. Nunca me es fácil disculparme, pero la práctica me está ayudando a hacerlo cada vez mejor….