Los 69 años del Colegio Leoncio Prado
Fue el 27 de agosto de 1943 cuando el entonces presidente Manuel Prado Ugarteche, medio hermano del héroe de Huamachuco, creó el Leoncio Prado, el primer colegio militar del país. Desde los primeros años por sus aulas desfilaron los que serían reconocidas personalidades, como Mario Vargas Llosa cuya la novela ‘La ciudad y los perros’, inspirada en el colegio, no se borrará jamás del imaginario colectivo del Perú.
Más de 50 mil alumnos han salido de las aulas del plantel chalaco. Al cumplir 69 años, sus autoridades son conscientes que los tiempos han cambiado y la educación también. Cuentan que los bautizos ya no son los mismos y las típicas órdenes como esta se han moderado.
Teniente: ¡Qué es eso de quejarse, Cadete!. ¿Es usted una señorita?
Cadete: No, mi teniente.
T: ¿Ama usted a su patria?
C: Sí, mi teniente.
T: ¿Quiere usted salir la próxima semana?
C: Sí mi teniente, pero ya llevo dos semanas sin salir, mi teniente.
T: Y el teniente que te clava otra papeleta por reclamón. ¿Cuándo aprenderán a ser hombres, carajo?
Muy cerca del mar se encuentra el local del colegio militar Leoncio Prado, cuyos muros se construyeron sobre la base del cuartel de la Guardia Chalaca en La Perla, Callao. En sus primeros años de funcionamiento, ser cadete de ese colegio significaba estar más cercano a la madurez que el resto de escolares. Muchos sentían que conocían la rudeza del mundo porque eran entrenados para superar los obstáculos.
La iniciación de los ingresantes era todo un rito ceremonial. Empezaba la primera quincena de marzo con el corte de cabello a los alumnos (perros). Después del corte a “coco”, los vacunaban y entregaban los uniformes que eran importados de Estados Unidos.
Entre marzo y abril los tenían en “orden cerrado”, es decir, acuartelados, adaptándose a la vida militar como cualquier soldado, levantándose “al toque de Diana” a las 5 de la mañana y teniendo solo 10 minutos para asearse, vestirse y formar filas en la plaza de Armas del plantel. A las 9 de la noche se acostaban con el toque de “silencio”.
Sus alumnos nunca olvidarán la adrenalina que experimentaban al realizar las maniobras militares. Ni tampoco los bautizos, ni las parodias que les hacían “Los chivos” (cadetes de 4° año) y “Las vacas” (de 5°) a “Los perros” de 3° en presencia de su familia.
Alguna vez dijeron que el Leoncio Prado era un Perú en chiquito, tal vez sea así, pero por sus aulas pasaron jóvenes de diferentes lugares y clases sociales, y muchos con el tiempo se convirtieron en figuras importantes. El escritor Manuel Scorza fue uno de los primeros leonciopradinos. Con él se firmó una de las primeras células apristas en el interior del colegio, pero años después, cuando el APRA tomó otros rumbos, renunció ante el líder aprista con la célebre carta “Good bye, míster Haya”.
En la sétima promoción encontramos a Mario Vargas Llosa, a quien lo apodaron ‘El poeta’ por sus novelas eróticas, en matemáticas le fue peor que Luis Alva Castro, quien fue bautizado como ‘El periodista’ por andar informándose de todo. El aprista no era muy bueno con los números, pero terminó siendo ministro de Economía. A Ricardo Vega Llona lo llamaban “Caña hueca” por lo alto y flaco, y era uno de los más flojos, sus notas casi siempre estuvieron teñidas de rojo.
Ricardo Amiel Meza ingresó en el año 1956 y después del clásico bautizo fue llamado ‘Elmis’ por su parecido con Elvis Presley. El periodista César Hildebrant obtuvo las mejores notas en inglés, mientras que en artes manuales y educación física siempre lo jalaban.
Entre otras personalidades estuvieron Alberto ‘Toto’ Terry, Guido Lombardi, Raúl Pereyra, cantante y compositor de ‘El Polen’; el diplomático Luis Marchand Stens y los generales Juan Briones Dávila, Jaime Salinas Sedó, entre otros.
Las clases leonciopradinas estaban a cargo de grandes maestros como Ricardo Cazorla, Luis Bedoya Reyes, Humberto Santillán Arista, Alberto Tauro del Pino, César Moro, por recordar algunos.
Con el tiempo y la publicación de ‘La ciudad y los perros’, la idea que se tenía del colegio cambió enormemente, causó tal revuelo que la institución mostró su repudio al escritor quemando en el patio del plantel numerosos ejemplares de la obra. Sus autoridades dicen que fue el primer golpe que recibió el prestigio que había alcanzado el colegio.
Desde entonces los peruanos tenemos la idea de que el Leoncio Prado es sinónimo de martirio escolar. Sin embargo, si a un leonciopradino se le pregunta si le gustaría volver, seguramente respondería que sí; aunque no lo crean, sus mejores recuerdos vienen de aquellas épocas.
(María Fernández Arribasplata)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio