Franqueza
Indagué en el viejo diccionario de Barcia sobre la franqueza, término tan en desuso, preguntándome sobre los peligros de tal. Sí, porque ser franco es arriesgado en un mundo tan dado a la intolerancia y al juicio fácil.
El hombre camina con el hacha en la mano, dispuesto a matar. Cuidado!, cualquier cosa que digas puede ser usado en tu contra. Si hablas de más, si miras de más o si no hablas y no miras. Pero allí estarán, los jueces de la moral pública, los vigilantes de la palabra correcta y la sana intención.
Si admiro a uno o más personajes son a aquellos que la sueltan sin arredrarse por la impopularidad o los enemigos que pueden sumar. Vamos al diccionario: “Franco se toma en el sentido de recto, claro, sincero, que dice sin disfraz lo que siente. Se dice un hombre franco, una alma franca, un corazón franco, una conducta franca, un carácter franco, etc”.
Si sumas todo, la hiciste, eres un hombre digno. Dice más: “El hombre franco lleva siempre por guía a la verdad y la dice aún cuando sea contra sí o redunde en su daño, y huye del disfraz y del dolo, es claro y exacto con sus explicaciones”.
Nada quita, no obstante, que la franqueza se guíe del error, que humanos somos y que ser francos no es necesariamente andar con la verdad. Por francos (y con buena intención, claro está), podemos darle legitimidad al error, defender el equívoco y dispararnos al pie. Franco es el fanfarrón que no exagera, pero se vanagloria o el que propugna la ideología de la sinrazón creyendo tener la razón. Bajo la sombra acechante de la intolerancia, la franqueza se torna en suicidio social.
La sociedad no promueve al hombre franco, lo esconde y lo vilipendia, lo juzga de más. Sus errores son estigmas, sus bravatas un crimen mayor. Dado así, la vida se torna en una simulación, la prudencia en un temor, la honra propia en un ademán.
Los hombres se juzgan errátiles, pero no suelen perdonar el error (aunque cubran con velos de olvido los que les corresponden). Así son los jueces, sin introspección, los dioses de la razón. En tiempos de redes sociales, de facebook, twitter y más, la condena siempre es a perpetuidad y la sentencia a dedo levantado, como en los viejos coliseos donde la muerte se medía solo por la ligereza de un simple pulgar.