Montaigne y la autoestima
Montaigne no es un bloguero, por cierto, aunque lo parezca en su dispersión temática. Es el padre del ensayo. A los 38 años decidió encerrarse para siempre en la torre de su castillo para reflexionar y escribir. De ese esfuerzo concentrado nació: “Ensayos” y de “Ensayos” nació el pensamiento sobre el hombre, digo, el genuino pensamiento sobre el hombre.
“¿Sobre qué escribo?”, se habría preguntado el pensador y halló la respuesta en sí mismo. Lo más nimio y trascendente de sí y del mundo se cobijan en esas páginas en cuyos tramos percibimos el descontento del autor consigo mismo.
A todos ocurre, la rala adaptación a lo que se es y lo que se parece es una regla general y tanto que los que más cerca están de la perfección física, intelectual o vital, también están cercados por ella. La persona bella asume que hay una desproporción en su cuerpo (una oreja, una nariz, un manchón…), el que se precia de su coeficiente intelectual es sacudido por las dudas a la primera crítica; el exitoso o próspero sujeto, digno de las envidias más insospechadas, está convencido que fracasó. Si esto ocurre con los que tocan la cumbre, imagine más abajo.
Aunque Montaigne va por otros caminos, no hay mejor respuesta frente a esa percepción que la independencia individual. Sí, vivir a secas, sin comulgar con la necesidad de “parecer”, simplemente “ser” y no juzgarse a sí mismo a través del juicio de los demás. Un millón de halagos no son suficientes para soportar el peso de una sola crítica. Ocurre a quienes no han sabido juzgarse independientemente de la opinión de los demás, o sea a todos.
Bien, pero no quería en este post dominguero y simple, relajado en sus formas, solo tratar de Montaigne y la autoestima, quería también que gozaran de este video donde conocerán por fin, sí, por fin, la célebre torre del castillo donde el ensayista se encerró.