Las hadas y las sombras
Por alguna razón ensayé un cuento de hadas, misterioso, mágico, más propio de una ensoñación que de la realidad. Lo encarpeté como encarpeto las letras que nadie leerá ni leeré.
El hada tenía unos ojos azulinos, brillantes, como los de una muñeca y un matiz claro que iluminaba su rostro. Me había rescatado de la penumbra con sus alas, con su boca voladora tan llena de palabras. Volamos de un mundo a otro…Bueno…Mundo de monstruos, de cielos pardos y paisajes infinitos, de alas que remontaban las nubes. Hoy redescubrí aquel viejo cuento y lo coloqué en una fila, al final de una novela por editar y de un poemario por publicar más adelante. Mis obras inéditas siguen formando una hilera imprecisa.
Quizás por su significado y el día en que lo escribí, tal cuento deba anteponerse en las editoriales, no lo sé. Junto a aquellos papeles ajados y victoriosos, hallé un poema de las malas horas, de esas que te trizan y te parten como una fruta. Pero de poco valen los malos recuerdos de días imprecisos si la maravilla de la imaginación los sabe borrar. El cuento del hada fue la magia que me rescató de las sombras de aquellos días y, por eso nunca dudo en aconsejarle a los adultos que inventen historias extrañas, de hadas y duendes, de fantasías bobas e infantiles, pero nutricias.
Aunque de poco sirva, el poema que presento a continuación relata los días de las sombras, que la luz portentosa del cuento de hadas pronto difuminó con toda su fuerza, el portento y recurso de la imaginación nos salva de nuestras propias sombras, no lo duden.
Pero por ahora solo el poema (más adelante publicaré el extraño y largo cuento, tan luminoso y cordial como una sonrisa):
Habitante de sombras
Cuerpo curvado
Mano de rugosas concavidades
Solitario entre penumbras
Vigía que aguarda inútilmente
Punto al margen
Invisible hacedor de caminos
Caminante de rutas y de escombros.
La soledad del cautiverio
Corazón cautivo
Nombre que entre rumas
esconde el nombre
nombre escondido entre lunas
y la luna va y me nombra
en su ciclo leal y su escondite
Soledad apenas
del que se agita y llama
entre trompas e imprecaciones:
las imperceptibles cifras
de su nombre.