José Antonio Bragayrac

El primer amague de Cuevita llegó a los dos segundos de nacido. Cuando la última ecografía anunciaba a una niña, a María de Fátima Margarita -que es como iban a llamarle-; Maqui Bravo parió a Christian Alberto. El fútbol, que en resumidas cuentas es la versión más democrática de la alegría, había concebido a su mejor intérprete en un año triste para un Perú que se tambaleaba entre el remezón del fujishock y la tragedia de Barrios Altos. Era 1991. Veintiséis años después de esa pericia obstétrica, el hincha memorizaría para siempre la estética impecable de Cueva en la jugada previa al gol de Jefferson Farfán frente a Nueva Zelanda. Esa noche de repechaje mundialista de 2017, en el estadio Nacional, el ‘Genio’ de la sonrisa cachacienta nos conquistaba para siempre con su arte de barrio.