No conozco sanmarquino que no se sienta orgulloso de haber estudiado en la cuatricentenaria. Hemos competido con la Universidad Autónoma de Santo Domingo por querer ser la más antigua del continente. En todo caso, San Marcos ha funcionado desde 1551 y el orgullo se debe al prestigio por su historia, por su tradición, por su espíritu libertario y emancipador. Sin embargo, ay, cuánto se la ha ninguneado.
Porque desde que saliera del claustro de La Casona, el antiguo local del Parque Universitario, y se trasladara al campus —durante el rectorado de Luis Alberto Sánchez—, luego bautizado como “la Ciudad Universitaria” y hoy conocido por su chapa “la Ciudad”, la UNMSM —las siglas también son legendarias— ha sido constantemente maltratada por los distintos gobiernos. Primero, ahorcando económicamente con su exiguo presupuesto a docentes y administrativos y, posteriormente, cuando el APRA, AP, la Democracia Cristiana y las diversas izquierdas hicieron de la universidad espacio para las más apasionantes y acaloradas discusiones, los gobiernos no vieron con buenos ojos la excesiva politización de San Marcos.
Yo estudié durante los llamados “largos ochentas” —dice Alberto Vergara que comenzaron en 1978 y terminaron en 1993— y fue una de las peores épocas: mi facultad, Letras, amanecía permanentemente tachonada de grafitis políticos y en la entrada de la avenida Universitaria, un poster gigante de Mao Tse Tung nos saludaba cada mañana con el brazo extendido. Mi “base” 83 —nosotros no decimos promoción— comenzó el año siguiente, y al cuarto semestre tuvimos que “conseguir” un aula para poder tener horario nocturno, así que improvisamos unos triplays contra las rejas de un pasillo, pintamos una pizarra sobre la otra pared, y nos “robamos” unas carpetas de Lingüística (en esos años las carpetas tenían dueño: las de Literatura decían 222). Contrastando con la infraestructura, nuestros profesores eran de primera: desde Antonio Cornejo Polar, Raúl Bueno, Francisco “Paco” Carrillo, Washington Delgado, Antonio Cisneros, José Antonio Bravo y nuestras siempre recordada Esther Castañeda, entre muchos otros.
En ese entonces, a diferencia de ahora, las “tomas” de la universidad eran continuas. Sin embargo, entre sus cafés destartalados y pasillos fríos, supimos lo que era la solidaridad entre estudiantes. Los sikuris fueron nuestros cantos de victoria; como hace pocos días en que, al compás del huaylarsh, la solidaridad de los otros sanmarquinos se dejó sentir en la puerta de la Av Universitaria, para acompañar la resistencia por la defensa de todos los centímetros cuadrados del perímetro de la Ciudad. ¡Fuerza sikuris!
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